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Neuquén no es “la mejor provincia”, claro está. En todo caso, en el marco del agónico federalismo argentino, será menos peor que otras. Pero eso no quiere decir que acá se hagan las cosas bien.
Es una provincia rica, con un producto per cápita entre los más altos del país y a diferencia de otras regiones estancadas y empobrecidas, le permite a su gente alentar expectativas de progreso. Claro que la capital neuquina está llena de tomas con viviendas precarias y mucha gente aquí y en el interior provincial vive en una economía de subsistencia.
A pesar de que Neuquén atrae inversiones y disfruta de una renta muy alta por los hidrocaburos las crisis, fenómeno más que recurrente en el país, han encontrado a la provincia casi siempre inerme.
En los últimos cuatro años, que han sido de retroceso económico y social para el país, en los que el producto bruto, los salarios y el empleo se deterioraron fuertemente y aumentó la pobreza, Neuquén obtuvo compromisos de inversión por decenas de miles de millones de dólares y su renta se multiplicó por el desmesurado precio del gas.
Sin embargo, la situación financiera de Neuquén es hoy muy complicada y no solo por el coronavirus sino porque la provincia no tiene red que la contenga. Con los hidrocarburos y el turismo severamente afectados y la recaudación comprometida, los ingresos se han derrumbado, acaso no tanto como alardea el oficialismo, pero lo suficiente como para encender todas las luces riojas del tablero.
Ante esta situación, el gobierno ha decidido patear para adelante las deudas con los proveedores, ha achicado las remesas a los municipios, apenas si ha podido saldar, en medio de la pandemia, una parte de la cuantiosa deuda con los efectores de Salud, y ahora se ve en la difícil coyuntura que plantea el pago de los sueldos de julio más el medio aguinaldo.
Mientras tanto, en los últimos seis meses Neuquén pagó unos 3.200 para amortizar su deuda y, en total, en el curso de este año tendrá que cancelar al menos 18 mil millones de pesos por el endeudamiento contraído.
Lo cierto es que a pesar de que los ingresos se multiplicaron, Neuquén no logró tampoco durante los últimos años crear un fondo de reserva para enfrentar situaciones difíciles y apalancar el desarrollo.
Se podrá decir que los cuantiosos recursos que entraron estos años a las arcas provinciales no fueron suficientes, que llega mucha gente “de afuera” y que los gremios son “insaciables”. Pero aunque hubiera llovido plata tampoco alcanzaría, el problema no es tanto cuánto entra, sino cómo sale.
Hace por lo menos 30 años que el partido que moldeó la estructura económico-social de Neuquén y creó la infraestructura básica, caminos, escuelas, hospitales, es incapaz de llevar adelante un modelo de desarrollo económico sustentable e independiente de la renta petrolera.
Por el contrario, en las últimas décadas el MPN se ha revelado como una maquinaria dispendiosa e ineficiente, que mantiene un vínculo mercantilizado con amplias capas de la población, y una maquinaria electoral aceitada e implacable que le permite mantener el poder indefinidamente. Esto para no hablar de la sospecha muchas veces fundada de corrupción.
Es peor aún que lo dicho, este esquema dominante ha terminado por moldear una idiosincrasia provincial. Todos saben que hay cosas que no están bien, por ejemplo que es un crimen utilizar los recursos hidrocarburíferos en gastos corrientes, pero la mayoría otorga con su silencio.
Una parte de la oposición política es corresponsable de lo que ocurre porque más allá del cacareo electoralista, parecería no estar tan incómoda como para tomar el toro por las astas. Un sector del gremialismo también, algunos porque confunden su razón de ser con la lucha interna por el poder gremial; otros porque quieren hacer no se sabe qué revolución sin masas.
Así vamos.
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