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Un bichito microscópico, que viene por los viejos y por población con enfermedades crónicas y con sistema inmunológico deprimido, está causando heridas desestabilizantes al capitalismo en su etapa expansiva globalizada, daños de una profundidad que cuesta imaginar en caliente y mucho menos medir más allá del corto plazo.
El modelo de entramado económico y social entre las naciones, está librando una dura batalla contra el coronavirus en esta faz de diseminación por el mundo, una propagación que provoca más muertes en franjas de población bien determinadas, contagios fáciles y veloces, pérdidas de libertades individuales, incremento de los controles del Estado y una sensación de desmoronamiento progresivo de todo lo que es familiar en el mundo actual.
Los vasos comunicantes que evolucionaron aceleradamente en los últimos 40 años para darle forma a un modelo capitalista hiperconcentrado pero disperso al mismo tiempo, son transmisores, junto con el virus, de nuevos conflictos e inseguridades a escala mundial.
En la Argentina, el evento impacta como el viento lateral en la ruta y cambió prioridades, al correr forzadamente el eje de atención, de un nuevo gobierno que llegó con la firme intención de recuperar a una sociedad y a una economía que fue seriamente dañada por las políticas neoliberales durante los últimos cuatro años.
Neuquén y su petróleo viajan en un barco de papel en este escenario mundial de movimientos bruscos, y la economía y las finanzas de la provincia están amenazadas por la abrupta caída del precio del producto que, de mantenerse en el tiempo, provocará serios problemas al gobierno del MPN, un partido de poder que tiene experiencia en administrar, pero con recursos que estén garantizados por la renta petrolera y con precios dolarizados.
El coronavirus y su efecto paralizante en la economía a escala mundial, contrajo el consumo de combustible y, en ese contexto, Rusia vio la oportunidad de asestarle un golpe al fracking de Estados Unidos, un país que recuperó niveles de autonomía y alteró condiciones en el competitivo mercado petrolero con una técnica de extracción que es negocio cuando hay precio alto.
Con la crisis desatada por el menor consumo mundial, los rusos se negaron a firmar un acuerdo con Arabia Saudita, país aliado de Estados Unidos, para retirar oferta de crudo del mercado, un movimiento táctico que hubiese ayudado, si no a subir los precios, al menos a evitar una caída estrepitosa, como finalmente sucedió. Y todo se desmadró de un día para el otro, porque de los no menos de 50 dólares que necesita el fracking para sobrevivir, según dicen las empresas y el gobierno de Neuquén, el producto merodea desde el lunes último los 30 dólares. Recién sobre el fin de esta semana, Estados Unidos intervino en esta pulseada cuando anunció que comprará barriles para almacenar porque el petróleo está barato, una medida que en el fondo apunta a subir nuevamente la demanda para recuperar precio o, al menos, evitar que siga cayendo.
Neuquén y el desarrollo de los no convencionales quedaron atrapados por los puntos de un triángulo que unen el coronavirus, el impacto sobre economía mundial y la guerra de precios del fracking. Vaca Muerta, la estrella de la industria petrolera del país, contrajo coronavirus.
Las empresas petroleras y los funcionarios de la provincia, que querían tarifa libre e hicieron lobby hasta el cansancio sobre el gobierno de Alberto Fernández para descongelarla, ahora piden subsidio estatal mediante un precio interno que sostenga al barril en un valor no inferior a los 50 dólares. De un día para el otro, el pool petrolero pasó del clamor a favor de la libertad de mercado a implorar ayuda del Estado que, de aceptar las condiciones, dejaría de ser, a los ojos de la poderosa industria, y solo por un tiempo, gastador, paternalista y populista.
Nadie esperaba una pandemia por la aparición del coronavirus ni las graves consecuencias que se observan día a día sobre la salud de las personas y la economía, pero en ese exigente contexto el gobierno de Neuquén deberá demostrar si es capaz de pilotear una tormenta de esta magnitud. Hay razones para pensar que si el petróleo no se recupera, la caída en la renta será un vacío difícil de llenar.
El modelo de gestión del MPN, que le dio buenos resultados en tiempos normales, nunca se modificó. Pero la zona de confort ya se vio alterada cuando Felipe Sapag tuvo que gobernar con un precio de barril que llegó a 9 dólares y resolvió el estrangulamiento de los ingresos con un ajuste salarial a los empleados públicos, vía plus que se paga por zona desfavorable. Ni más ni menos que uno de los fundadores del partido tuvo que definir un recorte del 20%, una medida que, cuando la aprobó la Legislatura, culminó en lo que el periodismo denominó “jueves negro”, una jornada cargada de violencia en las calles, con saqueos a comercios y represión.
Todos los gobernadores del MPN, que han sido la mayoría desde que la provincia dejó de ser territorio nacional, quedaron a merced de la suerte del precio del petróleo y no han logrado, pese a una presencia de más de 50 años en el poder, generar una economía menos dependiente o alternativas anticíclicas que ayuden a sortear crisis graves como esta.
Omar Gutiérrez ya pilotea entre nubes oscuras. El endeudamiento en dólares, los compromisos de pago de este año y las dificultades que tendrá para conseguir un nuevo financiamiento, sumado ahora a las consecuencias del coronavirus y la afectación en la industria petrolera, y también sobre el turismo, ponen en crisis, una vez más, creaciones propias del MPN, como el concepto de isla o de cajita feliz.
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