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Alberto no es Cristina y Cristina no es Alberto. Pero fue la propia Cristina la que se autolimitó al elegir a Alberto. Esa fue su estrategia, brillante por cierto, para hacer posible la unidad del campo popular y desplazar al neoliberalismo primero y enfrentar luego, con suficiente masa crítica, la difícil etapa que vive el país.
Parece obvio pero conviene no olvidarlo. Algo que no ocurre en todos los casos entre aquellos que votaron al Frente de Todos para cerrarle el paso a un nuevo, definitivamente catastrófico, gobierno de Mauricio Macri.
Así visto el asunto, hay que aceptar que la situación nacional e internacional no es la misma que cuando gobernaba Cristina. La derecha argentina hizo retroceder fuertemente al país, achicó el salario y las jubilaciones, el trabajo, la industria, el desarrollo científico y tecnológico. Achicó el producto bruto, restableció el hambre y la pobreza del 2001, endeudó más al país que la última dictadura. Hoy la Argentina, es más frágil y más dependiente internacionalmente que antes. A pesar de todo, el 40% de los ciudadanos lo volvieron a votar por su verdugo.
Por otra parte, el contexto continental no es el mismo. Las democracias populares sudamericanas de la década pasada, que ampliaron derechos y distribuyeron la torta, ya no existen. En cambio los países que nos rodean están en manos de gobiernos reaccionarios y cipayos, y en Bolivia la última democracia sudamericana acaba de ser derribada por Estados Unidos.
Se entienden los planteos exigentes, lo que no se entiende es que no se advierta que no se puede cambiar todo de un día para el otro. Los impacientes debieran tener presente que la comparación actual más realista no es entre Alberto y Cristina sino entre Alberto y Macri. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Habrá que entender que el maximalismo en las actuales circunstancias, el alimentar aunque sea inintencionadamente las fisuras en el seno del FdT sería sencillamente suicida.
No hay solución mágica para los profundos problemas heredados de la devastación neoliberal. Inclusive se puede estar peor. En cambio, es del interés de todos dentro del campo popular, demostrar que la “vía argentina”, la unidad de los sectores populares para desplazar a la derecha y retornar a la senda de la justicia social, el crecimiento y la soberanía, es posible.
Más allá del problema semántico entre presos políticos y detenciones arbitrarias, no hay fisura. Nadie en su sano juicio plantea hoy la reforma de la Constitución para cambiar radicalmente al Poder Judicial. Sería deseable pero sencillamente, imposible hoy día.
Lo inteligente hoy día es la moderación. No es no pagar la deuda sino lograr una quita importante y alargar los plazos. Lo contrario, patear el tablero sin tener espaldas con qué aguantar las consecuencias no solo no es realista sino que es reaccionario. Si hay vida después de la deuda habrá presupuesto, nombramientos, plan para Vaca Muerta, crecimiento, distribución. Una bala por vez.
Si al cabo se demostrara que esto no es así, que las expectativas se defraudan, que no hay, a mediano y largo plazo proyecto común, habrá, en todo caso, tiempo para críticas, matices y diferencias.
Fernández (Alberto) es un moderado. Pero hasta ahora no ha hecho concesiones. Por el contrario, sus planteos van bastante más allá de lo que muchos esperaban. Ocurre que la etapa que atravesamos ha sido definida en la estrategia oficial como la de la renegociación de la deuda. Ni siquiera hay presupuesto, no se han llenado ni mínimamente las estructuras intermedias del Estado con funcionarios propios. Primero los más necesitados, se dijo. Y es así.
No está mal que Alberto Fernández transmita a la fuerza propia la gravedad de la situación. Si no lo entienden los propios y creen que la etapa es otra, que llegó el gobierno popular y se arregla todo, que estamos como en el 2015, con dificultades pero encaminados, estamos en problemas.
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