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El ministro de Ciudadanía Ricardo Corradi Diez lo dijo de manera transparente en una reciente entrevista con . Al referirse a la relación de Neuquén con el nuevo gobierno nacional destacó que “somos lo más rápido que hay para adaptarnos”.
Para redondear agregó que cuando la nueva administración nacional cambia de rumbo “ahí nos metemos de cabeza”, y de paso disculpó al gobernador Omar Gutiérrez por la excesiva proximidad que algunos le achacan con la gestión nacional de Mauricio Macri.
Palabra más palabra menos, dejó en claro que Gutiérrez sólo cumplió con su deber, conforme al dogma emepenista de llevarse bien con todos los gobiernos cuestión de sacar el mejor provecho para la provincia.
Tanta sinceridad, tanto pragmatismo explícito, puede ser que sirva para festejar algunos de los beneficios efectivamente obtenidos por los gobiernos del MPN en su política de cohabitación con todos los gobiernos nacionales, pero no alcanza para explicar nada cuando las cosas no salen bien.
Precisamente, la difícil coyuntura que hoy enfrenta Neuquén, ante una deuda demasiado abultada, unos gremios estatales a los que ya no se podrá actualizar salarios por inflación, una caja de jubilaciones colapsada por los privilegios, estaría señalando que no fue la mejor de las decisiones pegarse a las políticas de un gobierno nacional como el de Cambiemos, que llevó el país a la bancarrota.
No por nada, el propio ministro de Economía Guillermo Pons describe el cuadro actual como de “estrés financiero”, a lo que se suma como es de dominio público una fuerte incertidumbre sobre los ingresos futuros de la provincia.
Frente a esta situación, el gobierno del MPN debería plantearse por una vez al menos si no debió pegar un volantazo mucho antes de que Macri fundiera al país, cuando hace más de un año y medio que el observador menos avezado advertía que las cosas iban de mal en peor.
Es que con la teoría de “la isla de la felicidad”, con eslóganes como “la mejor provincia”, se puede hacer un buen marketing político, pero lo único que no se puede hacer es creérselo. Por el contrario, como ha ocurrido ya en otras oportunidades de la historia reciente -como la debacle que preparó la convertibilidad menemista e hizo estallar la miopía de la Alianza-, cuando el país se hunde en el abismo la provincia va detrás.
Es cierto que cuando un proyecto nacional va con viento a favor, por insustentable que sea a largo plazo, en Neuquén los panes se multiplican. Y no es menos cierto tampoco que el sistema federal argentino es sólo federal en los postulados. Pero no es menos cierto que Neuquén debió advertir a tiempo que las políticas de Macri conducían al desastre y debió haber controlado el gasto, que fue grande, muy grande, sobre todo durante el año de campaña electoral que acaba de concluir.
¿No será tiempo ya de que el MPN revise la política del pragmatismo a ultranza? ¿No será que la política y no la mera conveniencia coyuntural, la idea de qué país se quiere y qué modelo se está dispuesto a apoyar y cuál no, no es un sospechoso ideologismo sino algo concreto y crucial para Neuquén?
¿No será que no da igual porque al final, ay, la factura siempre llega?
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