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“Nunca más al Estado secreto. Nunca más a la oscuridad que quiebra la confianza. Nunca más a los sótanos de la democracia. Nunca más es nunca más”. Las palabras del presidente Alberto Fernández en el discurso inaugural de su gestión dan cuenta de sus convicciones y de su lucidez para identificar uno de los mayores problemas de la democracia argentina.
En la estructura del Estado están enquistados poderes, como los servicios de inteligencia, algunos sectores del Poder Judicial y de las fuerzas armadas y de seguridad que está fuera del sistema democrático. Otro tanto ocurre con los medios hegemónicos.
Cuando Fernández advierte que trabajará para que “nunca más” haya “una Justicia contaminada por servicios de inteligencia”, para que no sigan existiendo “persecuciones indebidas, detenciones arbitrarias inducidas por los que gobiernan y silenciadas por cierta complacencia mediática”, está hablando de un mecanismo perverso, como la trama siniestra puesta al desnudo por el juez Ramos Padilla, que se desplegó en toda su magnitud durante el gobierno de Mauricio Macri.
Hay multitud de testimonios en la historia argentina recientes del uso de los servicios de inteligencia y del Poder Judicial por parte de las autoridades de turno para ejercer algún tipo de control sobre sus enemigos políticos. Claro que, en democracia, nunca antes eso había ocurrido de una manera tan brutal y desembozada como durante el último gobierno neoliberal.
Los anuncios sobre esta materia formulados por Fernández, como el del envío al Parlamento de “un conjunto de leyes que consagren una integral reforma del sistema federal de justicia”, dan cuenta de la voluntad del nuevo presidente de apegarse a la ley y la Constitución, y su decisión de cambiar un estado de cosas que ha puesto en jaque al sistema democrático.
No hace falta ser muy perspicaz para comprender que su ejecución no sólo limitará y condicionará a los poderes fácticos del país, que existen y son muy poderosos, sino también al propio gobierno de Fernández. Lo cual habla también de su decisión de autolimitarse creando un precedente.
En tanto, la decisión presidencial de reformular el manejo de la pauta publicitaria del Estado para volcar buena parte de esos fondos a Educación, y el anuncio de que no financiará a periodistas, da cuenta de que el mandatario tiene claro que no sólo los medios concentrados sino también los periodistas mercenarios constituyen una amenaza para el sistema institucional argentino.
Un manejo democrático de la pauta, podría ser una buena herramienta para promover una información más transparente, ayudando a las voces más silenciadas y restando apoyo a los medios concentrados enemigos de la democracia.
El ex presidente de Ecuador Rafael Correa, de visita en la Argentina para la asunción de la fórmula Fernández-Fernández, advirtió en una entrevista que no es posible una democracia plena en América Latina con la manipulación de la información que llevan adelante los medios de comunicación más poderosos.
Las prevenciones de Correa están bien fundadas, de hecho los medios hegemónicos de la Argentina han seguido tratando de condicionar a los candidatos del Frente de Todos desde su resonante triunfo en las PASO y muy probablemente seguirán combatiéndolos como sea ahora que son gobierno.
De hecho, a pesar de los esfuerzos de Fernández por desmontar la grieta presentándose en todos los medios sin exclusión, éstos no le han dado hasta ahora ni un solo minuto de tregua.
Por el contrario Clarín, La Nación y TN se ocupan todos los días de cargar las tintas con zonceras como que la plaza quedó sucia luego de la fiesta, o directamente de escracharlo con mentiras, como cuando creen ver a cada paso fisuras entre el presidente y la vice.
No se puede menospreciar el daño que produce en la conciencia de muchos argentinos el repiqueteo de las falsas noticias y las calumnias. Sin embargo es preciso mantener el optimismo, no solo por la determinación que exhibe el flamante presidente sino además porque el triunfo electoral del Frente de Todos muestra que es posible sortear la maraña de mentiras y sandeces. Al final la gente se dio cuenta y votó en defensa propia.
No obstante, el lograr una información más veraz que sirva a la democracia es sin duda, uno de los mayores desafíos que se le presentan al nuevo gobierno. Su dilucidación requerirá de un cambio cultural muy profundo en la estructura conservadora, racista y clasista que aún perdura entre las capas más poderosas del país.
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