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Sabiamente, el pueblo argentino puso fin a través del voto a la calamidad que se abatió sobre el país durante los últimos cuatro años.
No fue una catástrofe natural, no fue una guerra, no fue una epidemia devastadora, fue el plan siniestro del neoliberalismo ejecutado por un grupo de incompetentes y conducido por un defraudador serial.
Un equipo de gobierno integrado por gente sin escrúpulos, animados solamente por el afán de lucro, que amplió la desocupación a dos dígitos, redujo el producto bruto al 50% y arrasó con la pequeña y mediana industria.
Multiplicó la deuda de la Argentina llevándola del 40% del Producto Bruto a más del 90%. Aumentó la desocupación dos dígitos y la pobreza en 4 millones de personas; bajó el salario real y las jubilaciones.
Manipuló al Poder Judicial y a los servicios de inteligencia para perseguir y encarcelar a opositores políticos. Reprimió la protesta social y asesinó a militantes.
Fugó capitales como nunca en la historia, no dejó negocio por hacer con los dineros del Estado, y se dedicó a endilgar a los demás sus propias miserias. Hizo de la manipulación su método y de la mentira su religión.
Abandonó el Mercosur y hundió la Unasur, cedió soberanía ante los usurpadores británicos en Malvinas y sometió la independencia nacional a los caprichos imperiales de Estados Unidos.
¡Se van! Se va el peor gobierno desde la vuelta de la democracia. Se va la anti política, se va el privilegio y el desprecio por el hombre común. Se va el gobierno de los ricos para los ricos. Se va el inventor de la grieta, el gobierno que vino a sembrar el odio.
Como dijo Cristina Kirchner, vicepresidenta electa de los argentinos, “nunca más el neoliberalismo en la Argentina”.
Y como afirmó el presidente electo Alberto Fernández, “el gobierno volvió a manos de la gente”.
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