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19/07/2019

Tierra de sombras, memoria para seguir reconstruyendo

Tierra de sombras, memoria para seguir reconstruyendo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Fabián Domínguez, autor del libro.

Un lugar (Campo de Mayo) y un puñado de personas que cuentan sobre la última dictadura, sus métodos represivos, la planificación del terror. Como si fuera un castillo medieval, el lugar proyecta en los alrededores su sombra ominosa, bajo la cual desarrollan sus vidas los protagonistas de este libro de Fabián Domínguez.

Alberto López Camelo *

La historia puede escribirse de distintas formas. En “Tierra de sombras”, Fabián Domínguez eligió un lugar (Campo de Mayo) y un puñado de personas para contarnos la última dictadura, sus métodos represivos, la evidente planificación del terror, la amplitud de sus objetivos. Como si fuera un castillo medieval, el lugar proyecta su sombra ominosa sobre los alrededores. Es bajo esa sombra que se desarrollan las vidas de los protagonistas de este libro. Muchos ni siquiera sospechan que un hilo invisible, borgeano casi, los une al centro en el que deciden el futuro de su suerte. Ligados a Campo de Mayo, por allí pasarán, allí quedarán o de allí partirán en distintos momentos. Si tendrán futuro y cómo será este se determinará en un lugar cercano en lo geográfico y absolutamente lejano de sus afanes cotidianos.

¿Por qué volver una y otra vez a la última dictadura? ¿No se ha escrito ya lo suficiente sobre el tema? ¿No tenemos los argentinos otras urgencias?

Muchos se ofenden ante estas preguntas. Creen (y comparto), que Videla y compañía representan una caída en el abismo del alma humana. Que el horror debe ser recordado y recalcado para evitar su regreso. Que la memoria de lo sucedido puede servir como vacuna que prevenga la vuelta del mal. Ese mal que parece recorrer como hilo conductor, muchas veces invisible, todos los capítulos del libro y que encuentra su cenit en la historia del negrito Avellaneda y su familia. La narración despojada de adjetivaciones del capítulo “La inocencia perdida”, resalta una de las principales cualidades de los represores: una crueldad que parece infinita, extra-humana.

Pero el verdadero horror es que los represores pueden esgrimir su pertenencia al género humano tanto como sus víctimas. Y el mal de la dictadura no es extraordinario: es banal. No tiene motivaciones morales, éticas o ideológicas, como pretenden muchos de los que aún la defienden. Es triste decirlo, pero sus verdaderos motivos son puramente terrenales. Demasiado. Algo de ello podemos ver en “Banqueros en el cuartel”, capítulo dedicado a una de las derivaciones que tuvo la afanosa búsqueda por parte de miembros de la dictadura, de algunos millones de dólares que la organización Montoneros había derivado hacia el Banco de Hurlingham.

Hay que decir que el enriquecimiento de sus miembros tampoco fue el motivo central del golpe de Estado del ‘76. Expresado en términos estrictamente económicos, el objetivo de la dictadura era el de adecuar al país a un nuevo ciclo del capitalismo, iniciado con la crisis del petróleo de 1973, en el que la reproducción del capital tendría su eje en la inversión financiera por sobre la productiva.

En términos humanos, quienes como yo hemos crecido y adquirido conciencia antes del 76, podemos afirmar que hay dos países: uno anterior y otro posterior a la dictadura. Y basta con repasar algunos datos: 4 por ciento de desocupación (plena ocupación, en realidad), 8 por ciento de pobreza, menos del 1 por ciento de indigencia, bajísimos índices de delincuencia común, son la muestra de la Argentina pre-dictadura. No creo necesario hacer comparaciones con los tiempos posteriores. Y dicho de manera personal, como hijo de dos obreros, disfrutaba de vacaciones anuales (hoteles sindicales), iba a una escuela secundaria estatal a la que aspiraban ingresar 3.000 chicos por año, que debían rendir examen porque solo había 300 vacantes y mis padres estaban seguros de que la vida de sus hijos iba a ser más desahogada que la de ellos.

Todo eso cambió, tal vez para siempre.

La dictadura, a partir de ese objetivo, definió a sus enemigos. Fabián Domínguez hace un magnifico rastreo, a través de historias personales de la mayoría:  militantes políticos (Trelew a quemarropa y La doble fuga del Mante), abogados defensores de presos políticos (El abogado del pueblo), luchadores sociales (La caravana de abril), estudiantes secundarios (Los pibes fusilados), docentes (El invierno de la directora), sacerdotes que habían optado por los pobres (El secuestro de los hermanos y La última plegaria del capellán), los centros académicos que no se adaptaban a la nueva etapa (Luján: la universidad secuestrada).

Pero el libro, inteligentemente, comienza con hechos ocurridos 20 años antes del golpe. En el capítulo “Una ratonera para el General Valle”, queda demostrada una de las condiciones imprescindibles para que las FFAA pudieran ser utilizadas como lo fueron: su antiperonismo. Que, por supuesto, no es solo el desprecio por una posición política: incluye una alta dosis de odio hacia los trabajadores y su participación en la vida social, cultural y dirigencial de la Argentina. Y, porque no decirlo, contiene también un racismo mal disimulado. 

Tres capítulos muestran otras facetas sustanciales de la dictadura para mantenerse en el poder: Por un lado, el enorme aparato propagandístico que la sostuvo, del cual emerge como caso paradigmático el campeonato mundial de futbol que se jugó en nuestro País (El Mundial ‘78 se jugó en barrio Frino), por otro el aberrante mundo de los centros clandestinos de detención (Pasaje al infierno) y su derivación eugenésica en la apropiación de bebés de la maternidad clandestina (La búsqueda feliz). Consenso y terror. Y más terror.

Muchas veces los militares juzgados por sus crímenes han argumentado que se los lleva al banquillo porque fueron derrotados en la guerra ideológica. Ese argumento demuestra que, o son demasiado hipócritas o, como creo, son además de asesinos, imbéciles: nunca comprendieron cabalmente cuál fue su papel. El proyecto que estaba detrás de su accionar, al que sirvieron, triunfó. Lograron transformar un País en otro completamente distinto. Una vez usados, sus dueños e instigadores los dejaron solos.

Pero esto, que respondía a un plan mucho más amplio en todo el continente, no terminó así en todos lados. En muchos países hermanos los verdugos lograron acceder a una vejez placentera y murieron, o están muriendo, en sus camas, sin mayores preocupaciones. Si en la Argentina fueron y están siendo juzgados, se debe ante todo a la resistencia de víctimas, familiares y buena parte de nuestro pueblo. Esa resistencia se respira en cada uno de los capítulos de “Tierra de sombras” y es la que nos permite aferrarnos a la esperanza.

Una vez más, bienvenida la memoria que nos permite seguir reconstruyendo.



(*) El autor de esta reseña es docente y documentalista. El libro circula en ferias y puede solicitarse a Fabián Domínguez a la dirección electrónica [email protected]
29/07/2016

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