“Sinceeerameeente le copamos la rural”.

El canto festivo, gozoso, hacía que la lluvia de horas, que persistía intermitente en caudal y frecuencia, fuera nada más que una anécdota, y una frase rebotaba sarcástica, “lástima el feo día”.

Un grupo conversaba en las vallas que armaban un pasillo, no se conocían previamente y se contaban experiencias. Una de las mujeres, de unos 30 y pico, decía: “gracias al kirchnerismo y a Cristina soy mejor persona. Conocí otras realidades, empecé a ver lo que me rodeaba, como dijo Cristina, la patria es el otro”.

Impecable síntesis. No enumeró beneficios ni perdidas económicas, hablo de un sentimiento, de un reconocimiento. Eso era lo que flotaba en el aire de la Rural, una pertenencia a un gran sentimiento colectivo, a un fervor compartido. Ese fervor, ese espíritu que el peronismo, Evita, Néstor, Cristina, supieron catalizar.

Como un bálsamo se esperaban las palabras de Cristina, una voz que nos vuelva a un mundo donde es posible la esperanza, aunque parezca un cliché.

Terminado el acto, ya en el subte, varios seguían cantando y hasta los músicos ambulantes dejaron sus actos para plegarse y desbordaban las sonrisas y las lágrimas.

“Que alegría ser peronista”, exclamo una mujer sintetizando la inmensidad de lo que estaba sucediendo.

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