Columnistas
21/01/2019

La autoestima argentina devaluada

La autoestima argentina devaluada | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Desde pensarnos como lugar de “barbarie”, o luego “el granero del mundo” y la “Argentina Potencia”, hasta “este país de mierda” que aparece en el vocabulario social. Esta nota del reconocido divulgador de temas históricos, publicada en el portal Nuestras Voces, analiza cómo cambió la manera de vernos.

Sergio Wischñevsky

Los argentinos nos autopercibimos hoy peor de lo que somos. El dato surge de un reciente estudio de la encuestadora internacional IPSOS, realizado en más de cuarenta países, que indaga sobre las percepciones de los habitantes sobre sí mismos con respecto a la situación de otros países. En la pregunta sobre dónde creemos que estamos ubicados en un ranking de los 200 mejores países del mundo, los encuestados locales eligieron el puesto más bajo de la lista. Del análisis de los números se desprenden algunas cuestiones sorprendentes.

Los únicos que parecen tener una idea cabal de su lugar en el mundo son los habitantes de Arabia Saudita, que se ven en el puesto número 20, y efectivamente, el volumen de su PBI los coloca en esa posición. Los más autosobrevalorados son los originales de Montenegro. Asombra que los norteamericanos se perciban como la quinta economía global cuando en realidad ocupan el primer puesto. Algo similar a lo que ocurre con los chinos, que en promedio respondieron que se ven como los decimosegundos cuando en realidad se ubican en el segundo lugar y acercándose.

Pero el gran desconcierto de los argentinos es la nota sobresaliente, el disparador de una posible reflexión general sobre nuestra autopercepción, nuestros complejos, nuestras aspiraciones. De todos los países de la lista fuimos los que más erramos el diagnóstico. El dato es elocuente: nos hemos autoubicado en el puesto número 150 del total de 200 países, cuando efectivamente la economía argentina –según el PBI– ocupa el puesto número 21. Es decir: nos creemos mucho peor de lo que somos.

Esa autoestima lastimada, lacerada por discursos paralizantes y muy masoquistas, tiene una historia que puede resultar muy interesante recorrer. Hemos pasado de considerarnos, durante muchos años, los mejores del mundo, a este presente en el que nos creemos de los peores. Una bipolaridad muy singular.

¿Cómo nos vemos? ¿Cómo nos ven?

En 1916 el filósofo español José Ortega y Gasset llegó a la Argentina y dijo en una conferencia: “Buenos Aires parece la capital de un Imperio que nunca existió”. La arquitectura con estilo europeo, las avenidas de grandes proporciones, el aire de grandeza de la ciudad, lo llevaron a esa certera observación.

Durante largos años las elites argentinas -y sobre todo las porteñas– renegaron de su pertenencia a América Latina, la imagen que se construyó fue la de blancos venidos de Europa que nunca quisieron dejar atrás esa identidad.

Jorge Luis Borges observó esta anomalía por medio de una graciosa anécdota: en los años ochenta visitó estas tierras un destacado pensador del lejano Oriente. Luego de su exposición llegó el turno de las preguntas, y lo primero que se indagó de él no fue su filosofía, ni el sentido de sus teorías. La pregunta fue: “¿Como nos ven en su país a los argentinos?”. Siempre tan atentos a la mirada externa, siempre tan inseguros.

De Argentina Potencia a país de mierda

Durante años circuló un chiste, cruel y certero en España: “A un argentino cómpralo por lo que vale y véndelo por lo que dice que vale”. La mala fama de fanfarrones nos ha acompañado por décadas.

Eso cambió profundamente. Andamos de capa caída. Los argentinos hemos perdido la fe en nosotros mismos. Y la verdad es que los últimos cuarenta años nos hemos dado buenos motivos.

Un breve reconto de nuestras miradas nos lleva a fijar una primera etapa en la que la intelectualidad criolla hizo hincapié en que estas costas eran el lugar de la barbarie, el desierto donde debe llegar la civilización. “El Facundo” de Sarmiento es el texto que lo expresa con mayor claridad.

Una segunda etapa, que va de 1863 a 1930, constituye la consolidación del modelo agroexportador, Argentina pasa a ser “El granero del mundo”. Los festejos de El Centenario, en 1910, quisieron dar esa imagen de nueva y poderosa nación, consolidar culturalmente los datos de una economía que se ubicó entre los 10 países más poderosos del mundo, La París de Sudamérica. En 1895 Argentina tuvo el PBI per capita más alto del mundo. Claro que bastante mal distribuido, pero en esa época nace el mito del país prometedor, la futura potencia.

La crisis mundial de 1930 golpea de lleno y se produce el fin del modelo agroexportador. La idea de la sustitución de importaciones se va llevando adelante con mucho más lentitud de lo deseado. El lugar preferencial que nos otorgaba el agro no pudo ser replicado a nivel industrial. Pero el fin de la segunda guerra mundial, en 1945, encuentra a la Argentina en una situación nuevamente ventajosa: Europa estaba en ruinas y nosotros podíamos ayudar. Solo alcanza con seguir la gira de Eva Perón por países como Italia y España, con promesas de proveer trigo y carne, para comprender que esta era la tierra de la leche y la miel que se ofrecía generosa a los países de donde venían nuestros inmigrantes, de donde venían los argentinos.

El jueves 13 de diciembre de 1973, dos meses después de asumir el poder, el presidente Juan Domingo Perón presentó en la CGT algunos lineamientos de la política económica proyectados hasta 1977. “Nosotros iniciamos la industrialización en nuestro país. No se fabricaba ni los alfileres de las modistas; todo venía del exterior”. Allí creó el slogan ARGENTINA POTENCIA, muy usado incluso por la dictadura que derrocó al gobierno peronista.

Ese sueño, esa utopía colectiva de prosperidad que recorrió de manera transversal a las clases sociales y los diferentes partidos políticos tiene un punto de quiebre muy nítido: La Guerra de Malvinas. La locura de enfrentar solos militarmente al Imperio Británico, la creencia colectiva de que sería posible la victoria, es muy palpable como discurso circulante durante aquellas jornadas. No era solo el engaño de los medios de comunicación: había una larga tradición en la que se sustentó el imaginario de una Argentina grandiosa. Claramente estábamos proyectándonos por encima de nuestra realidad. Pero el día que por cadena nacional se anunció la derrota, un ruido de cristales rotos sonó en las mentes de los aún crédulos sectores populares. Ya nada volvió a ser igual. Una ola de desencanto se apoderó de los corazones. La autoestima cayó abruptamente y nos pasamos al otro extremo. Apareció en el vocabulario la expresión “este país de mierda”.

Desde la recuperación de la democracia en 1983 hemos vivido crisis periódicas en la política, la economía, lo social, retroceso cultural. Los planes de ajuste recurrentes, la explosión de 1989 y la del 2001 fueron dibujando un panorama de enorme frustración. Lo que la encuesta nos dice es muy interesante: estamos golpeados como sociedad, y tal vez un poco entregados. Pero si bien nunca fuimos una potencia, tampoco nunca estuvimos entre los peor ubicados países del mundo. Somos un país que retrocedió en el contexto mundial, y que se hizo menos democrático en la redistribución interna de la riqueza. Pero es urgente terminar con el discurso del morbo flagelante porque nos desarma como colectivo social y político.

No por casualidad, uno de los primeros ítems que trabajó el gobierno de Evo Morales en Bolivia, fue la autoestima.

29/07/2016

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