Columnistas
07/01/2019

Cuando todos queremos ser franceses

Cuando todos queremos ser franceses | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La protesta de los “chalecos amarillos” en Francia logró primero frenar un aumento en los combustibles. Pero se amplía a otras demandas, como la mejora del poder adquisitivo de la población. Su carácter revolucionario derivó en grandes enfrentamientos con las fuerzas represivas. Todo empezó por un tarifazo.

José María Castro

Hace algo menos de ocho años, se produjo en España un movimiento espontáneo y transversal que se conoce como el movimiento “de indignados” o 15-M (porque surgió el 15 de mayo). Aquellas movilizaciones, que cambiaron con el tiempo la forma de hacer política en ese país, acabaron siendo una importante declaración de intenciones basadas en el rechazo de las políticas tradicionales y los vicios que conllevaban. Pasado el tiempo, solo queda un recuerdo nostálgico y una añoranza de lo que pudo ser y no fue.

También quedó la creación de un partido político -Podemos-, de mucha importancia, que con el tiempo trajo grandes innovaciones en los programas de todo el espectro político, pero que se quedó muy lejos de sus iniciales pretensiones de cambio y acabó acomodándose dentro del sistema político, siendo escasamente un partido reformista, cuyos logros están muy lejos de sus primarias intenciones transformadoras.

Lo que sí logró aquel movimiento fue demostrar que, sin cabezas visibles ni organizaciones dirigentes, la ciudadanía podía auto convocarse, haciendo un uso inteligente de las redes sociales y la tecnología digital en general. Estaban, por aquel entonces, bastante lejos de lo que se conocía como “populismo”, que sus herederos del partido Podemos abrazaron sin dudar un tiempo después.

Parte de esas estrategias se reproducen ahora en Francia, con el estallido de las revueltas de los Chalecos Amarillos. La ausencia de cabezas visibles, la espontaneidad, la transversalidad y el uso de las redes, se repiten de nuevo pero con una diferencia fundamental, que no es otra que el carácter revolucionario, violento si se quiere, del nuevo movimiento. Mientras el 15-M español se limitó a acciones de denuncia, de algún modo pacifistas, la virulencia de las acciones del movimiento francés le ha dotado de una mayor eficacia y rapidez en el logro de sus objetivos.

Así como en España la chispa que hizo saltar las acciones fueron los inhumanos desahucios (que significa ser echados de las viviendas por no pagar los créditos, o sea lo que en Argentina se llama “desalojos”), que las entidades bancarias llevaron a cabo con la anuencia del gobierno español, en Francia la yesca (lo que incentiva a la acción) ha sido inicialmente el alza del precio de los combustibles, que trajo tras de sí un viento de cola cargado de reivindicaciones. Su carácter revolucionario ha provocado un sinfín de enfrentamientos de la población con las fuerzas del orden, que ante su accionar represivo se encontraron con una respuesta de defensa-ataque, con la que no contaban.

Los resultados están a la vista: mientras en España continúan los desahucios, en Francia se vieron obligados a retirar el proyecto de aumento. Esa es su eficacia. Y aun así, y en vista del éxito, el movimiento francés se amplía a otras demandas, como el aumento del poder adquisitivo de las clases más desfavorecidas, y directamente a la exigencia de renuncia del presidente, Enmanuel Macron.

Desde el inicio de las protestas a mediados de noviembre, los cortes de ruta, los bloqueos, y la atracción que el novedoso fenómeno despertó en la población, logró que fuera seguido de una masiva movilización, que contó con cerca de un millón de personas en toda Francia.

El día que comienzan las movilizaciones, cerca de 280.000 manifestantes acuden a la llamada que se realiza por redes sociales, y durante los siguientes jornadas, son más de 500.000 personas las que bloquean carreteras, paralizan depósitos de combustible o impiden circular por túneles (muy habituales para transitar por la geografía europea).

La falta de dirigencia ha atraído desde los populistas de derechas de Marine Le Pen hasta los alternativos de Jean-Luc Melenchon, intentando sacar réditos del movimiento.

Hasta la fecha, las protestas de los gilets jaunes (chalecos amarillos) han provocado la muerte de diez personas y más de 750 heridos, incluyendo a 136 policías, pues tal ha sido la violencia de los enfrentamientos. El miedo se ha apoderado de los sectores más burgueses, y cada día el movimiento va alcanzando más simpatías alrededor del mundo, fundamentalmente por dos razones.

Una de ellas es el carácter épico de las revueltas en Francia en distintos momentos de la historia, que van desde las jacqueries medievales, pasando por la Revolución Francesa, la Comuna, y más cercana en el tiempo, el Mayo del ‘68, del cual en el año recién concluido se ha celebrado el cincuenta aniversario.

Otra razón es ese carácter justiciero que lograron los trabajadores de las compañías eléctricas, quienes abastecieron a la gente pobre a la cual las empresas las habían cortado el suministro por falta de pago, y al mismo tiempo interrumpían el servicio a las grandes corporaciones y centros de distribución en grandes superficies comerciales (hipermercados), en señal de protesta y castigo.

Estas acciones “a lo Robin Hood”, les granjearon las simpatías de medio mundo.

El efecto dominó y de contagio, se ha producido plenamente en Bélgica, y va camino de asentarse en Países Bajos, Alemania, Suecia, Reino Unido, Irlanda, Canadá, Grecia, Italia e Israel. Y también en España, aunque en este último caso, de forma muy tímida y confusa, ya que los neofascistas de Vox intentan acaparar el movimiento, a todas luces ajeno a ellos.

Mientras tanto, el movimiento sigue su pulso con el gobierno francés. Mientras Macron intenta endurecer su postura para no demostrar debilidad, el grupo “Francia en Cólera”, que agrupa a los más combativos de los gilets jaunes, sigue amenazando con próximas acciones y convocatorias.

Algo debe quedar en nuestra memoria: todo se inició con una protesta habitual en nuestro mundo, y que nos debe servir como aviso a navegantes: los tarifazos.

29/07/2016

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