Columnistas
13/12/2018

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La derecha no podía resignarse a perder el poder por una cuestión de corrupción y una moción de censura parlamentaria. Para ellos, y para sus votantes, estaban sometidos a un gobierno “okupa”, sin pies ni cabeza, con el que veían perder los últimos vestigios de su dominio.

José María Castro

Hace pocas fechas y en este mismo espacio, escribía con más deseo que acierto, que se avecinaban tiempos de cambio en la política española. Resultó ser cierto el enunciado de la frase, mas no pude estar más errado en la dirección.

La derecha no podía resignarse a perder el poder por una cuestión de corrupción y una moción de censura parlamentaria. Para ellos, y para sus votantes, estaban sometidos a un gobierno “okupa”, sin pies ni cabeza, con el que veían perder los últimos vestigios de su dominio.

Las recientes elecciones autonómicas andaluzas, han traslucido lo que muchos se temían, y nadie quiso o supo evitar.

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), se hunde con 33  diputados, y el Partido Popular (PP), no pasa de igualar sus peores resultados históricos de 1990 con 26 diputados. La nueva derecha de Ciudadanos (Cs), relega a Podemos a un penúltimo puesto, al obtener 21 escaños.

El desbarajuste de Adelante Andalucía, que se negó a aparecer bajo las siglas de Podemos, por ser sus rivales internos en la corriente más izquierdista, paga su arrogancia reduciendo sus escaños a 21. Al final, apareció en la fiesta una agrupación con la que casi nadie contaba: “Vox”, que ya venían sonando desde el intento independentista de Cataluña, agrupando a los nostálgicos postfranquistas, que por primera vez entran en las instituciones democráticas como lo hicieron anteriormente, en los Parlamentos alemanes, franceses, italianos, holandeses, austriacos y en la mayoría de los antiguos países del bloque soviético.

España, había sucumbido a la transformación camaleónica de políticos franquistas en políticos de derechas que, avergonzados y estigmatizados, ocultaban su fascismo bajo las alas de formaciones que se desvivían por alabar la constitución, y el Estado de Derecho, aunque la mayoría no supiera lo que significa ni una cosa, ni la otra.

Pues aquí estaban los de “Vox”, sumando 12 diputados, y dueños de la llave que permitirá a la derecha gobernar por primera vez el Parlamento Andaluz, después de 40 años de dominio socialista.

La pregunta sería, de dónde han salido todos esos votos que dan a la ultraderecha representación en todas las provincias andaluzas, si los únicos que aumentan sus registros anteriores son los liberales de Ciudadanos (que pasa de nueve a 21 diputados), y  los propios de los  neofascistas de Vox, que consigue casi 400 mil votos, habiendo sido hasta ahora extraparlamentario.

La respuesta es tan dura como aritméticamente innegable: de la propia izquierda, a quien una abstención de más del 40%, ha acabado de hundir.

Siendo estos resultados muy graves para el futuro democrático de Andalucía, queda por ver el efecto “espuela” que puedan tener para las elecciones municipales, europeas, y bastantes de las autonómicas, convocadas para mayo, y la autocrítica, lectura y estrategia que obligadamente tienen que hacer socialistas y Podemos de este varapalo.

La derecha, y especialmente su sector más ultra, auguran un éxito para sus intereses, que puede dar al traste con el plan del presidente Sánchez para gobernar hasta final del año que viene. La situación es preocupante para la democracia española, que se une a sus pares europeos, en la preocupación por algo que dan en llamar populismo (término que curiosamente, se han apropiado y “adecentado”), y que yo prefiero seguir llamando fascismo, con su macuto cargado de intransigencia, racismo, antifeminismo, y homofobia.

Tampoco se debe pasar por alto, el efecto rechazo que ha tenido el proceso independentista catalán en el resto del Estado. Una ola de indignación que levantó el españolismo de una forma patriotera y que trajo como consecuencia la exaltación de los valores colindantes con la nostalgia franquista, y por ende, un electorado que abraza la idea dictatorial con el deseo de refugio y protección que le es innata.

No se debe descartar la idea de miedo al futuro incierto que Bauman describió tan magistralmente,  en su “modernidad líquida”: esa mezcla de mañana inmediato y una visión condescendiente del orden conocido. La distorsión de este pensamiento se acerca bastante al miedo a lo democrático y  avanzado, que hace volver la vista atrás con una visión amable de esa realidad.

Por último, el efecto de las redes, que bien utilizadas, dirigen peligrosamente nuestras intenciones.

Queda poco tiempo. O la izquierda, incluso parte de la derecha democrática que habita en las filas del Partido Popular, y que de algún modo se aleja del neoliberalismo imperante en sus filas, toma el tema con la seriedad que requiere, o el futuro de España, se acerca de nuevo a las cavernas más oscuras de nuestra historia moderna. Yo, tengo miedo.

29/07/2016

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