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08/11/2018

Fascismo globalizado

Fascismo globalizado | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Los nuevos fascismos son populistas en el estilo, jamás en su contenido. Son fenómenos antagónicos, y no pueden ubicarse en la misma categoría. La irresponsabilidad de vender esa identificación, nos puede costar a todos, aún no sabemos qué tipo de catástrofe social.

José María Castro

Muchos de nosotros llevamos años utilizando el término fascista inadecuada y frívolamente. Llamamos fascista al jefe que nos trata con malos modos y es poco conciliador; también llamamos así a los padres excesivamente rigurosos con la educación de sus hijos, y llegado el caso, al conductor que sin delicadeza, nos roba la plaza de aparcamiento. Llamamos fascista como un insulto, sabiendo lo hiriente que resulta, y vemos crecer el fenómeno a nuestro alrededor, sin que nos asalte la inquietud ni seamos conscientes del charco en el que nos estamos metiendo.

La elección de Bolsonaro en Brasil, ha hecho que saltaran todas las alarmas, y nos asombramos como si el fenómeno llegara de la nada, y no hubiera estado dando avisos desde hace ya algunos años.

Hoy por hoy, fascista es la persona intolerante, xenófoba y habitualmente situada en la derecha más antidemocrática, cuyos enemigos son los extranjeros, los filocomunistas, y quienes atentan contra la tradición y lo que llaman buenas costumbres.

Se ha vaciado el contenido ideológico que se esconde tras estas actitudes, y nos hemos quedado con la cáscara simplista de la definición vaga, que sirve tanto para calificar actitudes autoritarias, como para la descalificación sin más.

Los nuevos fascismos que surgen ahora, y que tuvieron el culmen de su desarrollo con la llegada de Trump a la Casa Blanca, empezaron su andadura en Europa, como los primigenios de los años 30. Con la desaparición del bloque soviético, pronto se vio que las nuevas repúblicas del Este, tenían cierto anhelo por  hacer renacer los sistemas que habían tenido que dejar de desarrollar al convertirse en satélites soviéticos, en un mundo que rechazaba esas actitudes militaroides y antidemocráticas. Sin embargo, apartarse del régimen soviético les había hecho pasarse de frenada, y entregarse a un germen ideológico en el que se mezclaban las formas de la ideología fascista tradicional, y capitalismo neoliberal.

Es así como surge el fenómeno Jobbif en Hungría, el Sector Derecho ucraniano, y los grupúsculos diseminados en la mayoría de sus parlamentos.

En la Europa que llamamos del oeste, la situación no es mucho mejor, y de ahí la ascensión en las encuestas de Amanecer Dorado en Grecia, el partido de Wilders en Holanda, que parece que será próximamente el más votado, aunque no gobernará por no encontrar aliados, Le Pen en Francia, el surgimiento de Vox en España, la Italia de Salvini, y la ascensión meteórica del NPD alemán, todos ellos impulsados y apadrinados por un multimillonario, excéntrico, caprichoso, y sumamente peligroso para el desarrollo de la democracia en el mundo, y al que no solo votaron las derechas.

El sur de América también se contagia de esta pandemia ideológica. La renombrada y analizada victoria de Bolsonaro en Brasil, la esperanzada oposición venezolana, la emigración hacia USA de masas de hondureños en cuyo país poco sabemos de lo que ocurre, más la actitud, cada vez más provocadoramente antidemocrática del gobierno argentino, son señales inequívocas de que algo se quiere instalar a mayor gloria y beneficio del vecino todopoderoso del norte.

Los ascensos de las derechas radicales, el racismo, la xenofobia y los nacionalismos, hermanan estos surgimientos que ninguno hemos sabido intuir, y que confunden a un pueblo, con esa mezcla de mantenimiento de las formas democráticas (todos ellos presumen de demócratas), con una firmeza ante un supuesto enemigo común, que carga de violencia los eslóganes y las actitudes. El racismo se manifiesta en la marginación de un importante sector de la ciudadanía, que sería el caso del maltrato a las poblaciones originarias, como a los inmigrantes laborales de los países cercanos.

Si viajamos de nuevo a Europa, vemos como se ha sustituido el antisemitismo por la islamofobia, así como la simplificación burguesa del fenómeno considerándolo, y publicitándolo como populismo, lo cual tiene la ventaja de servir, tanto para el neofascismo como para las organizaciones populares de izquierda, metiéndolas todas en el mismo saco y trufando a Marie Le Pen con Pablo Iglesias, por ejemplo.

Los nuevos fascismos son populistas en el estilo, jamás en su contenido. Son fenómenos antagónicos, y no pueden ubicarse en la misma categoría. La irresponsabilidad de vender esa identificación, nos puede costar a todos, aún no sabemos qué tipo de catástrofe social.

Tampoco debemos olvidar, que el origen de estos fenómenos que estamos tratando, surge debido a la impotencia de las democracias burguesas, por atajar los problemas que ahora esgrimen estos neofascismos, y para los que dicen tener soluciones. Drásticas y temibles soluciones.

29/07/2016

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