El resultado de las últimas elecciones legislativas nacionales le genera un imperioso desafío al campo popular: la necesidad de reconstruir el proyecto nacional como única alternativa para enfrentar el modelo neoliberal de nuevo cuño que encarna la administración del presidente Macri.

El diagnóstico ya lo tenemos. Las consecuencias sociales y económicas que está dejando este plan excluyente, de ajuste y cercenamiento de los derechos más elementales, están a la vista. 

El respaldo que recibió  Cambiemos en las urnas nos obliga a que tomemos en serio las bases sobre las que se asienta este proyecto regresivo, con vocación de continuar por cuatro años más y convertirse en un nuevo régimen hegemónico y de consenso.

Ya sabemos que las corporaciones mediática, empresarial y judicial ligadas al gobierno y reñidas con las normas fundamentales del sistema republicano, seguirán persiguiendo a los opositores y a las voces disidentes. Está claro que los adalides de la libre empresa van ahora por la profundización de las políticas de flexibilización laboral, de vaciamiento del aparato productivo  y desguace del Estado.  

Por lo tanto, sería conveniente pasar de la denuncia a la construcción política; de culpar al elector por su voto,  a crear espacios de debate de cara y en diálogo permanente con la sociedad.  De abandonar la antipolítica que siembran -tanto la prensa oficialista como la opositora-, a establecer ámbitos de encuentro y formación política con el objetivo de diseñar un nuevo proyecto colectivo de emancipación y desarrollo.

Acá no se dirime el futuro posicionamiento de ningún dirigente, ni la impunidad de ningún ex funcionario corrupto, ni la interna de ningún trasnochado: acá está en juego el destino de la Nación, el proyecto de país que ilusionó a miles y miles de argentinos. Y este propósito excede al peronismo y a Unidad Ciudadana.

En estos comicios ha quedado claro que Cristina Fernández y todo lo que ella representa, en término de logros de la última década y media, se erige como la figura clave de la oposición a este programa neoconservador. Pero con ese caudal de apoyo, nada despreciable, no alcanza.

Sobre  una base programática sólida, que vuelva a entusiasmar y dignificar a nuestro pueblo, hay que salir a construir poder con todas las organizaciones sociales, con las diferentes vertientes del pensamiento nacional y con los sectores políticos que nunca debieron estar ajenos a las profundas transformaciones que promovieron los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Sumando, incluso, a los dirigentes democráticos y luchadores del movimiento obrero y del campo sindical que constituyen la columna vertebral de cualquier proyecto de crecimiento y progreso nacional. La burocratización y su consecuencia -el alejamiento territorial- en el que cayó el kirchnerismo en su último tramo de gobierno, fueron -en definitiva- una de las causas principales que explican la derrota en las elecciones presidenciales de 2015.

Habría que profundizar el Frente de Unidad Ciudadana y dotarlo de organicidad convocando a los cientos y cientos de jóvenes, estudiantes, mujeres, trabajadores y militantes sociales que nacieron y crecieron a la luz de un gobierno que impulsó nuevos liderazgos y recuperó la política para ponerla al servicio de un país más justo y soberano.

Pero para eso debemos dar la batalla cultural y política no sólo en el Congreso o en los ámbitos institucionales, sino también en la calle, contribuyendo todos los días a la unidad de los que sufren con el fin de enriquecer el proyecto nacional -sin renunciar a la autocrítica- siempre ineludible para avanzar y potenciar los derechos obtenidos e incorporar las demandas del presente.

Sólo de esta forma, con humildad,  amplitud y amor por nuestro pueblo, valdrá la pena que volvamos al gobierno. Eso sí: para ser mejores.