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14/10/2017

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Esperpentos

Esperpentos | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Todo es liviano en ese espejo: aire sin raíz y pura exhortación sin ideología, expresión de deseos sin saber qué se desea. Es el principio de la autoayuda, cualquier frase se puede aplicar a cualquier cosa, desde un jabón hasta la angustia existencial. Y, por supuesto, a un mensaje político sin política.

Gerardo Burton

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El pensamiento de ellos funciona como un espejo. Como todo espejo, no tiene hondura, es plano y sólo da la impresión de profundidad. El espejo refleja lo mismo, no agrega nada. No añade ni valores ni adjetivos, no califica. Invierte las manos: en el espejo, la derecha es la izquierda y la izquierda es la derecha. No es poco. La ilusión es atractiva, y por eso permanece. Es tautología pura. El espejo responde lo mismo que se pregunta; afirma lo mismo que se enuncia. No necesita público aunque no le molesta si está. No busca respuestas ni le interesa otra devolución que la que recibe: esa figura plana, bidimensional.

Haciendo lo que hay que hacer; estamos llegando a querer el país que queremos; cambiemos; cumplir; en equipo lo estamos haciendo posible; este cambio lo empezamos juntos; escuchándote nacen las propuestas. Tiene que estar. Todos somos parte de esta generación.

Qué es hacer lo que hay que hacer. Cuál es el país que queremos, qué tiene, cómo vive su gente. Cambiemos: para qué, qué hay que cambiar. Cumplir es cumplir la palabra; cumplir años, cumplir las promesas. En equipo -qué equipo- lo estamos haciendo posible -qué se hace posible, qué se hace-. Este cambio lo empezamos juntos: ¿quiénes lo empezaron? ¿Quiénes están en ese nosotros? Escuchándote nacen las propuestas ¿de qué? Tiene que estar: para qué, qué va a hacer.

En varias provincias los partidos políticos también siguen esa línea exhortativa, desiderativa, que convoca a reunirse: juntos somos Chubut, Río Negro, lo que sea. Juntos. Nunca amontonados, que suena a montonera. Y los dirigentes de esos partidos suelen estar felices, sonríen y tienden puentes aunque no se sabe desde ni hacia qué orillas. Todo refleja (otra vez ese verbo) un optimismo que, como tal, resulta sospechoso. Por ejemplo los gobernadores: están siempre contentos aunque las deudas de las provincias que administran trepen sin techo y en moneda extranjera.

Todo es liviano en ese espejo: aire sin raíz y pura exhortación sin ideología, expresión de deseos sin saber qué se desea. Es el principio de la autoayuda, cualquier frase se puede aplicar a cualquier cosa, desde un jabón o una mayonesa o un limpiador hasta la depresión profunda o la angustia existencial. Y, por supuesto, a un mensaje político sin política.

Lo importante es salvar, como en las iglesias electrónicas. Son pastores disimulados que se prestan el discurso entre sí como los jugadores intercambian la baraja. El lenguaje está en su grado cero: el significado lo pone el que escucha, el que recibe. Y nadie sabe de qué se habla en realidad aunque el escenario es confortable y los supuestos protagonistas son alegres, descontracturados y sonríen felices con sus celulares. Como ocurre en las predicaciones televisivas, se elimina el drama de existir. Pare de sufrir, invitan. Las respuestas: apenas un “me gusta” (o like) y quizás un emoticón. Pulgares arriba para todo el mundo, entonces.

Esos espejos reproducen al infinito la construida imagen de ellos: un país sin nación, una sociedad sin pueblo, una moneda sin economía, que custodia la naturaleza y no la historia. Actos con más micrófonos que audiencia; anuncios ya hechos por otros gobiernos; obras sin terminar que se inauguran una y otra vez. Harapos del destino.

Ramón del Valle-Inclán inventó el esperpento para explicar la realidad de la España de su época a partir de los espejos que había en el Callejón del Gato, en Madrid, uno cóncavo y otro convexo, que deformaban la imagen de quien se ponía enfrente. Decía el poeta gallego que ésa era la verdadera representación de su patria, que poco antes había perdido la última colonia que le quedaba al viejo imperio y sobrevivía entre la hipocresía del cartón pintado, el recuerdo de supuestas glorias y la solemnidad de los poderosos que sometía al hambre a las mayorías.

Muy pocos resisten el examen del esperpento, y menos son los que sobreviven a las deformaciones que actúan como el reverso del retrato de Dorian Gray. El concepto sirve para mostrar el alma verdadera de la sociedad, del país o de la nación. Aquello que parece fino y delicado muestra que en realidad es grosero y basto. Y que lo democrático es autoritario, que la reparación es latrocinio, que la pluralidad es la uniformidad y que la posverdad tan bella es una cruel mentira.

Decía Valle-Inclán que su esperpento era heredero del Goya de la época negra y del Quevedo que había escrito el Buscón. En la Argentina acaso haya un hijo bastardo del esperpento: el grotesco y el sainete rioplatense, que provoca carcajadas a veces amargas. Con frecuencia, el esperpento no necesita de los espejos deformantes para instalarse. Gobierna.

La barbarie es el espejo deformante de la pretendida civilización, y eso lo sabía Sarmiento, que civilizó con la razón de un genocida. Pero los resistentes también actúan como un espejo deformante ya que están del otro lado del vidrio y ponen hondura a la visión plana. A veces son hombres y mujeres individuales y otras son movimientos, organizaciones, sindicatos, agrupaciones, comunidades: trabajadores, mujeres, jóvenes. Pueblos. La pretensión de quien manipula el espejo es eliminar el pueblo. Ahí está la pelea.  

29/07/2016

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