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17/09/2017

Frontera, desierto y otros mitos

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No fue hasta la década de 1980 que la investigación académica puso de manifiesto una historia de relaciones fronterizas marcada por momentos de confrontación pero también de convivencia pacífica. El ‘mito de la guerra contra el indígena’ como única interpretación del pasado fue cuestionado y el mundo de la frontera se emancipó de la historia militar.

María Beatriz Gentile *

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A fines del siglo XIX la clase gobernante argentina estaba convencida de que la Nación era no sólo una realidad geográfica e histórica, sino también un éxito en su haber desde la independencia. Hacer coincidir los límites del Estado con los de la Nación imaginada exigió la eliminación de los particularismos y la colonización de las ‘áreas vacías’.

¿Existían áreas vacías en la Argentina del siglo XIX? No. Ni en el sentido de lo que el discurso político entendía como espacios carentes de algún tipo de organización  y menos aún en lo que culturalmente se definió como desierto. De manera poco ingenua se llamó así a los territorios que no estaban incorporados a la economía agroexportadora y cuyos pobladores no participaban de la sociedad central.

La idea de que la nueva estatalidad se imponía sobre la nada no provenía de la ignorancia sobre la existencia de poblaciones indígenas, sino que simplemente eso no resultaba relevante.

La historiografía tradicional hizo lo propio para consolidar esa noción. Al señalar a 1810 como punto de partida de la historia nacional, lógicamente eliminó del relato el pasado colonial y con ello negó también la extensa historia de relaciones interétnicas entre la sociedad hispano-criolla y la indígena. Relación que continuó con variantes, incluso después de la emancipación de España. El único vínculo posible que esa historia positivista reconoció fue la guerra y así dio forma al concepto de frontera. Un límite físico y cultural para ser cruzado y que prejuzgó de antemano el sentido de la relación: la asimilación de los indígenas o su eliminación definitiva.

No fue hasta la década de 1980 que la investigación académica puso de manifiesto una historia de relaciones fronterizas marcada por momentos de confrontación pero también de convivencia pacífica. El ‘mito de la guerra  contra el indígena’ como única interpretación del pasado fue cuestionado y el mundo de la frontera se emancipó de la historia militar.   

La frontera dejó de ser una línea que separaba la ‘civilización hispana’ de la ‘barbarie indígena’ y fue revalorizada como un espacio más amplio. Raúl Mandrini observaba, por ejemplo, que el comercio ganadero durante el siglo XVIII funcionó como una estrategia de regulación del conflicto y posibilitó la emergencia de una economía pastoril destinada a la producción para los circuitos económicos trasandinos “...los malones y los robos fueron disminuyendo a medida que se afianzaron las relaciones pacíficas entre ambas sociedades” concluía.

No solo la mercantilización de esa frontera fue un aspecto relevante sino también el surgimiento de nuevas sociabilidades. Los estudios de Carlos Mayo mostraron cómo la frontera fue una alternativa para los expulsados de la sociedad blanca –campesinos pobres, desertores, ex esclavos- y también para quienes obligados desde pequeños a crecer en la sociedad indígena como los cautivos, terminaban integrándose a una nueva realidad y se resistían a volver a sus núcleos de origen.

Fue el reordenamiento territorial exigido por el desarrollo capitalista lo que llevó a la ocupación de esas llamadas áreas vacías.  Fue la demarcación progresiva de la soberanía territorial por parte del Estado-Nación en formación, lo que hizo que esa realidad socio histórica se fuera modificando. La  ‘conquista del desierto’  de1879 fue resultado de un proceso de avanzada y militarización de la frontera resistido por las poblaciones rurales  tanto mestizas como indígenas.

Desierto y frontera fueron nociones fundamentales para imponer el modelo civilizatorio del siglo  XIX. Daniel Feierstein decía que todos los estados modernos se conformaron sobre la base del aniquilamiento de sus poblaciones preexistentes. Es posible. Tal vez en nuestro caso conocer la historia y revisar viejos mitos ayude a poner fin a la violenta lógica del conquistador-conquistado para pensarnos como un pueblo civilizado del siglo XXI.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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