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13/08/2017

La contradicción principal

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Las empresas trasnacionales necesitan de un mundo integrado económicamente, sin políticas nacionales ni trabas al intercambio de bienes y radicación de capitales. Por eso exigen en los distintos países la desregulación financiera que permita el libre movimiento de capitales y de sus utilidades.

Humberto Zambon

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Los años ’70 del siglo pasado representan un corte en la evolución histórica del capitalismo. El fin de los acuerdos de Breton Woods al fin de la segunda guerra, que establecía un sistema de cambios fijos en relación al dólar, convertida en moneda internacional, debido a la declaración unilateral de Estados Unidos de desligar a su moneda del oro, y el enorme salto dado por el precio del petróleo como efecto de la aparición de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) fueron dos de los hechos principales que originaron el cambio. El primero dio lugar a un régimen de cambios flotantes y a la posibilidad de especular con el valor de las monedas mientras que el segundo tuvo un enorme impacto en las economías reales, dependientes del petróleo; fue la principal causa de la “estanflación” (estancamiento con inflación) desatada en esa oportunidad. El capitalismo industrial cedió su lugar a un capitalismo financiero y parasitario.

El aumento del precio de petróleo generó una enorme corriente financiera hacia los países petroleros proveniente del resto del mundo, corriente que en gran parte volvió a los bancos de occidente para ser invertidos financieramente. Con estancamiento económico no había demanda de fondos suficiente por parte de las empresas capitalistas, por lo que los bancos tuvieron que generar nuevos demandantes, que encontraron en los gobiernos de los países del Tercer Mundo, especialmente América Latina, y que culminó con la crisis de la deuda de los año ‘80.

Las grandes corporaciones para recomponer sus ganancias optaron por dos caminos simultáneos: gran parte de los excedentes los destinaron a la especulación financiera y, por otro lado, comenzaron a la deslocalización de sus actividades productivas, buscando bajar los costos que implican los salarios, impuestos y regulaciones ambientales. Se impulsó, así, al capitalismo trasnacional.

Ese proceso estuvo acompañado por la imposición de una ideología conservadora, conocida como “neoliberalismo”, que acusa al Estado, a su regulación de la economía y a las conquistas sociales como responsables de la crisis de inflación con desocupación que se desató en el mundo; en base a publicidad y a la complicidad de los medios masivos de comunicación se logró la aceptación por grandes capas de las población, convirtiéndose en una especie de pensamiento único en función del convencimiento de que no existía otra opción posible; culminó con la asunción de Margaret Thatcher al gobierno de Gran Bretaña en 1979 y de Reagan en Estados Unidos. Ese dominio neoconservador en las ideas y en los hechos, que en nuestro país dominó por la fuerza a partir de 1976, y también en democracia durante los años ’90, es el que ha vuelto al gobierno desde diciembre del año 2015.

La caída del salario real en el mundo y las sobreganancias generadas por la especulación financiera volvieron más y más inequitativa la distribución del ingreso. Las familias trataron de mantener su nivel de vida material mediante créditos cada vez más generosos al consumo, creando en Estados Unidos y varios países europeos sociedades civiles cada vez más endeudadas; deuda que creció en forma de burbuja que estalló en el año 2008. Para salvar sus bancos también los estados europeos debieron endeudarse mientras que para mantener la actividad económica la tasa de interés se fijó en mínimos históricos, cercanos a cero, y se aplicó una política monetaria de “dinero fácil”. El panorama actual en los países desarrollados es el de empresas endeudadas en estados muy endeudados y con una sociedad civil también llena de deudas, lo que hace temer un mundo en inestabilidad con burbujas financieras y crisis recurrentes.

Mientras tanto las empresas trasnacionales necesitan de un mundo integrado económicamente, sin políticas nacionales ni trabas al intercambio de bienes y radicación de capitales. Por eso exigen en los distintos países la desregulación financiera que permita el libre movimiento de capitales y de sus utilidades, acuerdos de libre comercio entre ellos y libertad absoluta de empresas.

Procuran que no existan políticas nacionales independientes, mucho menos regionales como fue el Mercosur anterior o el Unasur y, a la vez, en este contexto se explica la existencia de los “golpes blandos” (como el de Paraguay, Honduras o Brasil) y las presiones sobre todos los países dependientes.

Esta es la contradicción principal a la que se enfrentan los pueblos como el nuestro: o independencia económica o subordinación a una división internacional del trabajo dominada por las trasnacionales.

29/07/2016

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