Columnistas
23/07/2017

El valor de la verdad

El valor de la verdad | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Cada minuto se lanzan torrentes de mentiras”, y las redes sociales propagan noticias falsas. Hace dos años se mintió como arma de campaña electoral. Hoy hay funcionarios que dicen que crecen la economía y el empleo, o que la inflación baja. La llamada “posverdad” y la concentración de la riqueza en el capitalismo prostituyen a la democracia.

Humberto Zambon

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La posmodernidad ha implicado la crisis de valores y creencias que hacen a nuestra civilización, como son la libertad, la igualdad y la solidaridad o fraternidad que vienen desde la Revolución Francesa, y también la democracia y todas las ideologías, ya que las convierte en simples relatos tan válida una como la otra. Esta postura vino de la mano del descrédito de la verdad, que fuera el objetivo de la lucha y del trabajo de innumerables generaciones anteriores: si todo es un relato sin correlato con la realidad objetiva, no hay certezas ni verdad alguna.

Así se potenció el uso de falacias, de mentiras emotivas destinadas a engañar a la opinión pública, en el que interesan los resultados y no el daño individual o social que generan. Es la era de la posmodernidad líquida, de la “posverdad”, que se ha convertido en un neologismo tan utilizado que ya se anunció que se incorporaba al léxico oficializado por la Real Academia Española.

Como dice Fernando Buen Abad Domínguez, la posverdad (que pone a la mentira en el mismo nivel que la verdad), es aquella “que prescinde de los hechos, que los arrodilla ante los intereses del enunciado para revertir (pervertir) la relación conocimiento-enunciación”.

El fenómeno no es nuevo, pero alcanzó su máximo conocido en el último cuarto del siglo XX y en lo que va del XXI. Que no es algo nuevo se demuestra porque uno de sus principales teóricos, el ruso-francés Alexandre Koyré, autor de “Reflexiones sobre la mentira” (Ed. Leviatán) y “La función política de la mentira moderna” (Ed. Pasos Perdidos), murió en 1964. Y también lo demuestra el hecho de que Hitler en los años ’30 se hizo llamar “socialista” mientras desarrollaba en Alemania un capitalismo nacional agresivo sin valores humanos, o que Franco, en nombre de la religión, organizara sangrientas matanzas fraternas.

Con el paso del tiempo, las reflexiones de Koyré se reafirman y se vuelven cada vez más y más actuales: “Sostenemos que nunca se ha mentido tanto como en la actualidad, ni se ha mentido de manera tan masiva y tan absoluta como se hace hoy en día”, y reafirma que “nunca se ha mentido tanto… En efecto, cada día, cada hora, cada minuto se lanzan torrentes de mentiras sobre el mundo. La palabra, los escritos, la prensa, la radio… todo el progreso técnico se ha puesto al servicio de la mentira”.

A la enumeración anterior de Koyré ahora hay que agregar las redes sociales como consecuencia de la popularización de la computación, las tablets y los smartphones. Gonzalo Ariaspublicó (11-7-17) un relevamiento que informa que el 70% de los porteños están por lo menos dos horas diarias utilizando Internet (el 20% está más de cuatro horas), y que para el 20,6% la participación en las redes sociales es el principal uso que hacen de ese servicio, número mayor al que las utilizan para estudiar, trabajar o informarse. Como dice el autor, “la utilización de las redes sociales contribuye a este escenario de posverdad. Las redes tienen el potencial de provocar una exacerbación de las noticias falsas, debido a su facilidad para propagar con rapidez cualquier información, ya sea verdad o no”.

Koyré sostiene que, “en cuanto a la calidad de la mentira moderna -nos referimos a su calidad intelectual-, ha evolucionado en sentido inverso a su extensión, algo que resulta fácilmente comprensible. La mentira moderna -y esta es la característica que la distingue- se produce en serie y se dirige a la masa”.

La posverdad y la concentración de riquezas en el capitalismo prostituyen a la democracia. El acto electoral deja de ser una puja entre proyectos para convertirse en una competencia donde triunfa quien miente más y tiene más recursos económicos para imponer sus mentiras.

Las falsas promesas desvirtúan el voto ciudadano. En tiempos recientes, hay un enorme repertorio para mostrar, desde la promesa de que “el fútbol para todos no se toca” hasta el objetivo de “pobreza cero”, cuando todas las medidas económicas previstas apuntaban a empeorar la distribución del ingreso. Y todas las demás, que hacen recordar al cinismo de Menem cuando declaró, como si fuera una hazaña, que si en la campaña decía lo que pensaba hacer, nadie lo hubiera votado.

El uso metódico la mentira como arma política se puso de manifiesto, por ejemplo, hace dos años en la campaña de asociar al candidato a gobernador de Buenos Aires, primero en las encuestas, con el narcotráfico, lo que le costó ganar el cargo; luego de la elección, con el objetivo cumplido, nadie se acordó más del tema. O con las falsas denuncias mediáticas de supuestos delitos, como el que “se robaron todo”, que después no se pueden probar o directamente se olvidan.

La posverdad inclusive deja de lado hechos y datos verificables. Los funcionarios anuncian sin la menor vergüenza o remordimiento que estamos creciendo económicamente, que aumenta la ocupación laboral o que la inflación está dominada, cuando la experiencia diaria y las mismas cifras oficiales muestran que la actividad económica cae, la desocupación sube, y la inflación supera todas las marcas que le fija el Banco Central.

Debemos tomar conciencia de esta realidad y de lo que significa para los valores de nuestra civilización. Es preciso y urgente, si queremos mantener la convivencia ciudadana y los principios de la democracia, revalidar la importancia de la palabra y el papel de la verdad.

29/07/2016

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