Como Perón en el ‘73, el estilo que hoy muestra Cristina evoca aquella frase del líder: “Vengo descarnado”.

Habla con menos intensidad, más pausadamente, y por eso resulta más persuasiva. Funciona como una fiscal que no habla por sí misma sino a través de los testigos de una realidad política que siembra dolor.

Se ve claro que sabe muy bien adonde se dirige: a una banca del Senado, no a la presidencia de la República. Por lo tanto, su acción pública gravitará influyendo en las decisiones de Macri. No es que este, aun con Cristina triunfando en estas elecciones, vaya a dejar de acometer su brutal política de ajuste. Más bien sabrá que habrá una oposición que denunciará las consecuencias de todo orden que conllevarán las mismas, arriesgando su autoridad política. En suma, Macri, en caso de no cambiar, puede caer víctima de su propio desgobierno.

Se ve claro, además, que no quiso jugar este rol de manera protagónico. Está ahí como un animal político, otra vez en el ruedo, llamada por su instinto.

Su destino será laborioso y pleno de acosos. Es más, aún no sabemos si la dejarán llegar a presentarse encabezando la lista de su agrupación. No sabemos si no le aplicarán “la gran Lula” para excluirla de la contienda.

Cristina muestra un nuevo estilo, ya no es ella la que habla, hablan los testigos poniendo en tensión la credibilidad de lo que ocurre.

Podrán atacarla como quienes pretenden, antes de escuchar, matar al mensajero, pero esta presencia de Cristina recompuesta en su apariencia, en la forma con que emite y llega con su mensaje, la relativiza en el esfuerzo de ser solo ella la encargada de persuadir al electorado. Este deberá persuadirse no por lo que diga la líder política de mayor predicamento del país, sino por lo que dicen a viva voz los perdedores de este modelo de ajuste.

Su estilo no se basa en responder golpe por golpe, su estilo carece de belicosidad, apunta a la unidad y está apoyado en pruebas que la realidad evidencia a manos llenas.

El suyo es un mensaje de paz y no oculta que quiere ganar a los indecisos, a los que vacilan, a los que no creen en la política. Captar, en suma, a una mayoría silenciosa que, de lo contrario, si no llega a convencerse, apoyará y legitimará con su voto a los que ya han demostrado su vocación de verdugos de las clases populares.