Columnistas
03/06/2017

Dos personas + un monte emblemático

Escalar el Everest, escalarse a sí mismo

Escalar el Everest, escalarse a sí mismo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Esta semana, Hernán Carracedo y Fernando Rodríguez de Hoz, dos tranquilos habitantes de este Neuquén mesetario, presentaron en sociedad “Hermano Everest (un diario desde la Patagonia hasta el techo del mundo)”, un libro de crónicas que cuenta de manera muy especial una de las aventuras más populares y fantaseadas por los seres humanos de cualquier época y de cualquier lugar. En una entrevista, hablan estos dos montañistas tan sui generis, tan libres como obsesivos, tan adolescentes y ancianos. Dos aguerridos militantes nac & pop duchos en el sutil arte de “encarar para arriba” y darle y darle y darle...

Fernando Barraza

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El Pampa y el Fer. Eso son.

 

Uno trabaja en una de las empresas que, con la sola mención de su nombre de fantasía, más suele putear la gente. El otro labura en la repartición del Estado nacional que, con la sola mención de su sigla, más suele putear la gente. Ambos comparten la misma pasión por un desafío que no es competitivo: el de entenderse con la naturaleza en condiciones parecidas a las de una aventura. Por eso, en 2012 hicieron todo lo que hay que hacer aquí abajo como para subir al monte más famoso del planeta: el Everest, el mismísimo techo del mundo.

Va Con Firma entrevistó a estos dos personajes –casi hermanos- quienes, por sus características, que mezclan el más puro comportamiento espontáneo con ciertos latigazos obsesivos compulsivos, fueron bautizados en el Himalaya como “El team de los siete litros”, ya que –día a día- cumplían con el ritual de beber exactamente siete litros de agua cada uno para mantener el rendimiento exacto allá arriba, en el lugar donde muchos “la quedan”, el más alto del planeta.

Vamos de viaje un rato con ambos hasta la cima. Carguen las botas, los guantes, el casco, la soga y las grampas, porque allá vamos.

Campamento Base: el mundo winner

- El mundo está un poco obsesionado con la idea del éxito inevitable. ¿Uno hace la expedición al Everest con la mente puesta exclusivamente en la cima y replica un poco esa consigna de obligar al éxito” a hacerse presente?

Hernán- Yo siento que un poco sí, que esa idea tiene que estar ahí. Más cuando el objetivo es así de grande. Si el objetivo no está puesto ahí, las chances de llegar son bajísimas. Pero eso no descarta que todo lo que conseguís fuera de la cima no sea tanto o mucho más valioso que llegar. Pensá en esto: en principio hay un solo motivo para estar dos meses fuera de casa, durmiendo arriba de un glaciar, y ese motivo es la cumbre. Luego hay un montón de motivos para pegarse la vuelta. Por eso es importantísimo que esa idea, la cima del Everest, esté con vos todo el tiempo. Y no pienso solo en el Everest, pienso en todas las oportunidades en las que no se alcanza la cima. Capaz que he aprendido más cosas del deporte y de la vida cuando no alcancé la cima, estoy pensando en mí… Cuando no llegás a la cumbre te replanteas y reflexionas sobre un montón de cosas. Si sabés aprovechar ese espacio es mucho más rico que cuando hacés cumbre. Eso sí, a la expedición tenés que ir pensando en llegar a la cumbre, porque he visto expediciones en las que todos salen con un espíritu tipo “y bueeeee, si no llegamos, no llegamos”, y es como un final anunciado. Eso tampoco está bueno. Está bueno ir a fondo y si no se da la cumbre, sacarle el jugo a todo lo que te pasó hasta el punto al que llegaste.

Fernando- Nosotros somos los bichos raros de la actividad, nosotros no somos el standard del escalador. Somos de perfil bajo. Ahora lo estamos levantando por una cuestión de entrar en sintonía con la difusión del libro, pero si lees vas a ver que ahí mismo contamos lo difícil que nos resulta hacer pública la cosa. No somos deportistas competitivos, somos raros, el espíritu con el que vivimos cada escalada es otro, no está íntimamente ligado a la cima. Tiene que ver más con lo que te enseña la naturaleza, lo que intercambiás con los demás cuando son muchos los que suben juntos. Eso es el 99% de la experiencia, francamente te lo digo eh? Nadie sale pensando en no llegar, pero nosotros disfrutamos de todo lo demás de una manera bastante especial y única.

Campamento Dos: pinta la aldea, pinta el mundo

- Uno fantasea que una experiencia tan cosmopolita como la que vivieron hace que te encuentres con una versión “mini” del planeta, con todas sus personas ocupando su lugar de una sociedad global en miniatura. ¿Es así, hay una aldea que pinta al mundo al ir de expedición al Everest?

Hernán (sonríe y piensa en silencio) - Sí, puede ser, aunque es un poco exagerado plantearlo así. Ponele que vimos un “mundillo”, sí… Muchas veces charlábamos en la carpa sobre algunos que andaban a los codazos por aparecer adelante en las fotos o dar notas. Entendemos un poco eso que pasa, yendo al Everest hay muchos intereses en juego, mucho interés comercial digo. Empresas que tienen que llevar mucha gente, sponsors que dan vueltas a toda hora, vimos un montón de eso. Pero también fuimos a Katmandú, recorrimos durante diez días el Valle de los Sherpas, el Valle de Kumbu, y lo que ves ahí te vuela la cabeza en un sentido opuesto.

Fernando- Me gustaría agregar que allá arriba hay cosas que están claramente representadas, los rasgos de solidaridad y compañerismo son notables en esas comunidades tan chiquitas. Nosotros éramos siete en el campamento base durante los dos meses y no hubo un solo roce. Pero también ves la contracara de eso cuando ves que hay personas que empiezan a hablar cosas sobre otras, cuando viene alguien de otro campamento, se dan situaciones incómodas. Además hay que tener en cuenta esto: cuando vos estás al límite de tu condición física, tan arriba, tan lejos de todo, surgen egoísmos ¡pero únicos eh? Yo creo que son de naturaleza humana pura, vos tenés que sobrevivir, todo tiene una dimensión más animal porque, por ejemplo, por ponerte un caso claro, allá arriba: ¿cuánto ayudás al otro y cuánto zafás vos?. Todo eso está permanentemente en juego ahí… Si te doy agua y me quedo sin, si te paso oxígeno y después me falta, si te ayudo y me quedo sin fuerzas después, si te cedo mi lugar para pasar sobre una grieta, puedo cagarme de frío media hora esperando o paso antes porque no doy más… Llegás a un campamento, ¿y quién se hace el boludo y quién arma? ¿Quien se va a juntar nieve para derretir y hacer agua, y quién no? Hay innumerables situaciones en las que se reproduce la vida en sociedad, al estar en condiciones extremas algunos comportamientos también son extremos, es algo que estando allá arriba se acepta. Ahí queda expuesto lo bueno y lo malo, en nuestro caso, el de nuestro grupo, todo fue como un don, fue… (piensa, sonríe)… fantástico!

Campamento Tres: escalada nac & pop

- Ustedes se fueron al Everest en abril de 2012, en Argentina había un clima social muy distinto al de hoy. Si se tuvieran que ir para allá ahora, ¿todo sería muy distinto, el espíritu de época influiría en ustedes, en el objetivo del viaje y en las relaciones dadas?

Fernando - Eeehhhh… está buenísima la pregunta, pero me da escalofríos (risas). Nosotros fuimos con una bandera de Malvinas, con una bandera de la Universidad Nacional del Comahue, la universidad pública. Desde ya con una bandera argentina, claro. Voy para atrás y me recuerdo en el campamento base discutiendo con los guías, que son mitad argentino, mitad norteamericanos, hijos de madres norteamericanas nacidos en Argentina, y hablaban de “la yegua” y todo lo demás, y por otro lado estábamos los que defendíamos el honor del país, de la posibilidad de un gobierno nacional y popular. Era un constante ir para arriba con la bandera de Malvinas, la de la educación, la de Argentina, subir con orgullo, una suerte de “yo tengo que ir y llevar esto”... (Sonríe, se emociona). Fue justo al época en la que empezó la restricción de divisas al exterior y eso generaba discusiones. Pero sí, es cierto, era otro tiempo, en el que la discusión política se vivía y te atravesaba. Hoy me parece que gana más un clima de angustia y creo que si partiera hoy para allá me costaría sentir el orgullo que sentí en ese momento. Es interesante esta pregunta pero también es muy difícil de responder, los lectores de Va Con Firma por ahí lo entienden rápido, casi sin que aclare nada, pero alguien que no es del palo quizás se quede ahí, trabado, porque cuesta hacer sintonía con una vibra que es política y emocional a la vez.

- Sí, es cierto, pero también hay datos objetivos. En relación a la bandera de Malvinas, por ejemplo. Nadie puede negar el trabajo de política exterior en torno al reclamo soberano de las islas que se produjo en los últimos años, frenado de cuajo el año pasado y sostenido a negativo en este. En estos días se dio a conocer en medios informativos nacionales el corridillo de que dos funcionarios encumbrados de la Cancillería hablaban a sus fuentes periodísticas de que “ya fue” el tema de Malvinas. Eso es un cambio de espíritu de época nítido. Ustedes subieron la bandera en otra época, ¿no?

Fernando - Sí, claro… (piensa) De hecho, con esa bandera tuvimos como un adelanto, tuvimos un momento tenso, porque los guías nos prohibieron sacar la bandera y hacernos fotos con la bandera, que lo único que decía es “Las Malvinas son argentinas”, y nosotros la sacábamos en lugares cruciales para hacer fotos y fue muy doloroso que guías nacidos en Argentina nos negaran la posibilidad de expresarnos, diciéndonos que no avalaban “consignas políticas”. Eso te parte el corazón, porque una cosa es que no sostengan la militancia sobre el tema, pero otra es que te lo prohíban.

Campamento cuatro: Everest, el vacío y después

- ¿El regreso de ese viaje no les dejó un vacío?

Hernán - No. ¿Por qué decís eso?

- Y, escalaron hasta el techo del mundo. Listo, ya está…

Hernán (se ríe) - No, una de las experiencias inmediatas del regreso que me quedó grabada es ésta: a las tres semanas de volver, un amigo del club me comenta que tenía un compañero que andaba muy entusiasmado por salir por la margen sur, así que nos tomamos un Cono Sur y nos fuimos hasta la entrada a Arroyito, cruzamos la represa y nos vinimos caminando 60 kilómetros hasta Las Perlas. Claramente la cosa no es el Everest, no es una montaña con renombre. Hay gustito en todo, hay lugares en Primeros Pinos donde podés estar tres días recorriendo y sin parar, inclusive con problemas y cuestiones para resolver, que tienen su atractivo.

- Pero el Everest como experiencia debe tener cosas que otras expediciones no te dan…

Fernando - Sí ¡Llegar casi a venderte a vos mismo para conseguir el dinero que hace falta para ir! (risas)

Hernán - El Everest lo que tiene es ese año previo, que no solo es preparación física, también es vencer la propia barrera del prejuicio de salir a pedir guita por todos lados para hacer algo que a vos te gusta. Vos imagínate que íbamos a hablar con gerentes y uno sentía que le estaba pidiendo que te paguen las vacaciones. Uno se sentía así por un prejuicio, pero después fuimos dándonos cuenta de que lo que estábamos proponiendo era mucho más importante que eso. Y ahora está el libro acá (lo mira)

- ¿Hubo momentos extraordinarios? Nos gustaría conocer alguna experiencia imposible de vivir en otro sitio del planeta.

Hernán (Piensa, se mira con Fernando, ambos balbucean) - Yo me quedé pensando en el día en el que nos quedamos parado al lado de la grieta…

Fernando - Ah, sí, sí…

Hernán - Estábamos parados frente a una de las escalera que hay en una de las grietas, esperando que alguien bajara, asistido por un par de personas. Y cuando se iba arrimando nos dimos cuenta de que era una persona muy chiquita, que era un nene.

Fernando - Y no, no era un nene…

Hernán - No, era una persona chiquita, con alguna limitación física. Fue muy impresionante.

Fernando - Sí, fue impactante, estábamos parados en la cascada de hielo, el frío era tremendo.

Hernán - La cascada de hielo es uno de los tramos más complicados, lleno de grietas. Es el lugar exacto donde dos años más tarde sucedió una tragedia enorme, porque es un sitio en el que se preveía que eso podía pasar. Imaginate que llevábamos media hora congelándonos, con todo lo que eso conlleva a esa altura, pensando que estábamos esperando que pase un niño. La sorpresa que nos llevamos al ver que era una persona adulta tuvo como dos interpretaciones a nivel emoción. Por un lado –muerto de frío- decías “¿qué carajos está haciendo este tipo acá?”, o podés decir “no le tocó la mejor suerte en el reparto de la naturaleza, y sin embargo tiene un sueño y acá está, cumpliéndolo”. En ese momento y frente a tamaña sorpresa, ambas opciones son válidas.

- Y…Al ver bajando por una escalera en medio de una grieta a seis mil metro de altura a alguien pequeño, indefenso, en posición desigual, el pensamiento de muerte se debe corporizar casi como un montañista más que se para al lado de ustedes ¿no?

La cima: la vida y la muerte, bordada en la ropa

Fernando - Yo, que tenía una casa y un auto, antes de irme fui a una escribanía y puse todo a nombre de mis hermanos, porque sabía que podía no volver. Así era mi pensamiento en torno a la muerte antes de salir.

- Suponemos que deben ser dos instancias bien claras: el propio reparo o miedo a la muerte, y el que tienen los que te ven partir para el Himalaya.

Hernán - A mí me gusta lo que pasó con mi entorno, cómo se guardó su miedo. En la dedicatoria del libro un poco lo digo. Creo que si me hubiesen traspasado sus miedos, directamente no iba al Everest. Y mi agradecimiento es puntual: mis viejos, mis hermanos, mi novia…yo sé quetodos ellos sentían mucho miedo, pero se lo tragaron. Y eso me llevó hasta allá arriba. No hubiera podido llevar el miedo de los demás en la mochila, porque estaba muy justito para lo otro, para las cosas que me pasaban a mí. Viste que uno racionalmente sabe que la probabilidad de morir allá está…

- Pero los montañistas tienen algo adolescente ¿no? En el sentido de que se garantizan un discurso interno sobre que a ellos la muerte no les tocará. ¿Hay que llevar eso al Everest?

Fernando - ¡Y, sí!... Si no, imagínate… la ley de la atracción funciona… ¡y te mata! (risas) Pensá que esa idea de que no te va a pasar es precisamente la que te motoriza a tomar los recaudos, y no la de morir, la de vivir. Sí, sí… esa es la que te empuja a todo, a entrenar, a ser cuidadoso, a equiparte.

- ¿Y qué hay de ese momento existencial en donde empezás a ver cadáveres congelados en la alta montaña?

Fernando - Bueno, en verdad hace algunos años que empezaron a sacar los cuerpos de los senderos, empezaron a “limpiar la montaña” como ellos dicen, pero los que recién murieron, los que murieron dos o tres días antes, aún están ahí.

Hernán - Eso es fuerte, sí. Está contado en uno de los capítulos del libro. Pero en mi caso el gran shock que desencadenó miedo en mí fue llegar al campamento base y ver una avalancha enorme más arriba. Era la primera vez que veía de tan cerca esa situación de montaña tipo ruleta rusa, ese “me toca y listo, no puedo hacer nada, me fui”. Sentir ese estruendo, ver la avalancha y los puntitos corriendo por salvar sus vidas me hizo caer una ficha enorme: estaba a punto de meterme en la montaña que podía decidir por mí, yo podía ser todo lo cauteloso, lo competente al extremo que quisiera, pero no alcanza. Porque el lugar siempre tiene la última palabra.

Fernando - Y… un poco es como dice Hernán, que hay razonamientos que uno hace abajo y son lógicos, pero arriba hay otra cosa, otra manera de ser. Fijate que el año en el que fuimos nosotros se murieron 24 personas ascendiendo, y la gran mayoría no murió por catástrofes naturales sino por imprudencia, como caerse de una grieta por no estar debidamente asegurados, por exigir demasiado sus propios físicos, edemas pulmonares, edemas cerebrales… Por eso insisto en eso de que la idea de la muerte al ir para allá es la idea de la vida.

Quienes quieran hacerse de un ejemplar del libro deben enviar un mail a [email protected] o comunicarse por mensaje privado en el facebook @hermanoeverest. Si desean pueden entrar en el canal de Youtube del libro

29/07/2016

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