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25/10/2016

Largas raíces del antiperonismo

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El antiperonismo es un clásico de nuestro país que se expresará toda vez que gobiernen líderes carismáticos respaldados por el apoyo popular y se emprendan políticas que conduzcan a mayores niveles de autonomía política.

Osvaldo Pellin

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Puede resultar ilustrativo sumergirse en la historia del antiperonismo para poder identificar que la famosa grieta en la sociedad argentina no es un hecho nuevo sino algo que se fue profundizando tozudamente desde el siglo XIX, desde la batalla de Caseros, que expuso por parte de los vencedores, el sedimento de las descalificaciones más extremas contra la figura del Restaurador de las Leyes.

El personalismo de Rosas dio origen a una cerrada oposición liderada por lo que se llamó la generación del 37 integrada entre otros por Alberdi, Mitre, Sarmiento y Echeverría, que desde el exterior pregonaban y maldecían la figura de Rosas. Eran los hijos de los burgueses que encabezaron la Revolución de Mayo de 1810 contra el dominio español. Su versión de las reformas liberales, señala William Katra, se proponía contener la turbulencia provocada por la participación de las masas durante la Revolución de Mayo. Propiciaban un gobierno encabezado por una élite social e intelectual que protegería el orden social y la propiedad.

Civilización y Barbarie de Sarmiento ubica con claridad la repulsa de la clase pudiente y de la intelectualidad de entonces, por la chusma o el populacho o por las masas ignorantes, como ellos la calificaban, que eran el sostén de formas políticas dictatoriales y demagógicas. Ese desprecio por las clases populares se prolongará hasta nuestros días, en especial cuando la suerte electoral favorece a un representante democrático del campo nacional y popular.

Otro hito de la oposición de terratenientes, comerciantes e intelectuales se da en la gestión de Irigoyen, el primer presidente argentino que llega a la primera magistratura apoyado por el voto popular. Entonces también los cuestionamientos opositores hacían furibundo hincapié en la base de apoyo a Irigoyen: las masas ignorantes y los desvíos doctrinarios que apartaban al régimen del liberalismo económico, prevalente por entonces, cuando declara, entre otras acciones, que YPF no saldrá de la órbita del estado nacional. Sumado a ello la tozuda neutralidad durante la primera Guerra Mundial del gran “Peludo” que enfrentó estoicamente la presión norteamericana.

A partir de la revolución del ‘43 -que terminó con la Década Infame- y la irrupción de la segunda Guerra Mundial, aquella grieta siguió profundizándose por el neutralismo del gobierno militar y por la divisiones entre aliadófilos y germanófilos que separó ideológicamente a toda la sociedad argentina: Fuerzas Armadas, Iglesia Católica, intelectuales, empresarios, partidos políticos y ciudadanía en general. La intromisión extranjera representada por Spruille Braden desde la embajada norteamericana jugó por entonces un rol decisivo en la política interna de nuestro país, pero fue vencida, en la ocasión, por el triunfo electoral del general Perón en febrero de 1946.

Con el 17 de octubre de 1945 nace el peronismo y su enemigo, el antiperonismo, la otra orilla de la grieta, con epicentro en la sociedad en su conjunto.

Esa confrontación irreconciliable hasta el momento, se prolongará luego por 18 años por la proscripción peronista que derivará en la creación de las formaciones especiales que por medio de las armas intentaron devolver al peronismo al poder.

La grieta atenúa su hondura con los intentos de Alfonsín en el retorno de la democracia. No obstante que el peronismo juega en la oposición y a través de la CGT lucha contra una situación económica que deteriora el salario de los trabajadores. Sin embargo ambos sectores, radicales y peronistas, adhieren, mayoritariamente, de manera activa al sistema democrático huyendo del atraso que generaban las irrupciones militares, como lo demostró la aparición solidaria del bloque justicialista en la Casa Rosada en el alzamiento de Semana Santa.

El antiperonismo activa su presencia con toda su furia durante la gestión de Néstor y Cristina Kirchner echando mano a los viejos epítetos y agravios con que se habían dirigido a Perón en su época. Conspirando desde la embajada norteamericana e instando a apurar la caída de los Kirchner. Ahora además de “Viva el Cáncer” en alusión a Evita, también lo escribieron en los muros cuando Cristina Fernández debió ser intervenida quirúrgicamente. Tomaron del viejo libreto todo aquello que les sirviera para descalificar a Perón, aplicado ahora a los Kirchner: autoritarismo, intervención escandalosa del Estado en la economía, demagogia para calificar la política de estado en defensa de los Derechos Humanos.

Evidentemente el insulto y la diatriba y no someterse lealmente al debate, con sus propias armas y públicamente, por las políticas emprendidas por el gobierno de los Kirchner, habla claramente de que la palabra descalificadora sin otro aditamento, es una arma poderosa que une a la oposición, la homogeiniza, y crea con su capacidad de deterioro permanente un efecto potencialmente destituyente, amplificado y recreado por los medios de prensa. Se crea así un nuevo colectivo social que coloniza la voluntad política de las grandes masas para que estas se vuelquen a favor de los que pronto se identificarán como sus propios verdugos.

El antiperonismo es un clásico de nuestro país que se expresará toda vez que gobiernen líderes carismáticos respaldados por el apoyo popular y se emprendan políticas que conduzcan a mayores niveles de autonomía política.

No hay remedio para la oligarquía cuando entra en pánico ante las manifestaciones populares que hablan de mayorías reivindicatorias que condicionan políticas que conducen a la emancipación nacional y a una equitativa distribución de los bienes y servicios de los que goza la sociedad.  

29/07/2016

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