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27/02/2024

El affaire Torres y la Patagonia independiente

El affaire Torres y la Patagonia independiente | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
El gobernador Ignacio Torres, según la imagen intervenida por Guillermo Williams (historiador UNPSBJ)

Fernando Williams *

Las noticias de los últimos días han puesto a Chubut y a la Patagonia en el centro de la escena. Muchas han sido las repercusiones en las redes y entre ellas destaco esta ingeniosa intervención que hizo el historiador comodorense Guillermo Williams de una imagen del monumento al obrero petrolero de Caleta Olivia, que muestra al famoso Gorosito convertido en Nacho Torres cerrando una llave de petróleo. Son estas repercusiones las que me interesan y sobre ellas quisiera detenerme. El apoyo casi inmediato que recibió el gobernador Torres, que en tono desafiante amenazó con cortar el suministro de petróleo y gas al resto del país, necesita ser deconstruido: son en realidad diferentes tipos de adhesiones. La primera, remite a una escala nacional e, interesantemente, reconfigura el mapa político, poniendo de un lado a quienes aún consideran que el estado debe jugar un rol importante (lo que incluye tanto a gobernadores y políticos del PRO y radicales como a gobernadores y políticos justicialistas) y de otro lado a quienes consideran, como Milei, que el estado debe ser implosionado desde dentro y que, avanzando en esa dirección desconocen la validez de todo tipo de acuerdos previos. Así, en un golpe de cubilete, Larreta y Kicilof quedaron del mismo lado: ¡Milei lo hizo!

Pero la adhesión recorta también una escala regional que es la de la Patagonia. La multitud que en Comodoro festejó la amenaza de Torres reconoce filiaciones políticas mucho más transversales que la del partido al que pertenece e incluye incluso a los gremios petroleros. Esa adhesión se extendió aún más en las redes y encontró eco en los estamentos más altos de las provincias patagónicas. Es cierto que el apoyo del resto de los gobernadores de la región puede ser enmarcado dentro un contexto más amplio -nacional- en el que también otros gobernadores están preocupados por el modo en que la coparticipación ha comenzado a ser administrada por Milei como herramienta punitiva, lo que va en contra de la crítica que los propios mileístas venían haciendo hacia la discrecionalidad con la que se manejaron históricamente esos fondos. Pero más allá de este contexto más amplio, es imposible desconocer la rapidez con la que se formó una mesa chica de gobernadores patagónicos que no sólo adhirieron a la postura de Torres, sino que organizaron su propio cónclave y decidieron subir la apuesta, amenazando ellos también con cortar el gas y el petróleo.

Mientras escribo esto, abro un par de sitios web y leo que los rectores de las universidades patagónicas acaban de anunciar su adhesión al reclamo de Torres. Seguramente, esas adhesiones seguirán multiplicándose, lo que acentuará aún más la escala regional en la que adquieren resonancias las amenazas, no solo del propio Torres sino también las implícitas en las insólitas respuestas de Milei, echando nafta al fuego, tal como acostumbra hacer, o de Caputo (h), diciéndole al gobernador de Chubut: “Vamos a sacar los tanques a las redes, lo vamos a romper todo”. Al haberse comenzado a fraguar el consenso intra patagónico, esas manifestaciones de intolerancia van a contribuir a reforzar aún más la legitimidad regional del reclamo de Torres. Pero el punto que quiero hacer aquí no se limita a la espuma de la coyuntura, sino que pretende poner atención en un terreno cultural y simbólico preexistente que constituye un sustrato inequívoco para todo este episodio. Y es que la extendida simpatía que despierta la amenaza de Torres no puede dejar de resucitar y revitalizar, aunque sea al principio como un coqueteo, con la idea de una Patagonia independiente que es, en realidad, una fantasía largamente acariciada.

Supongo que puede entenderse muy bien que tal fantasía fuera tomando forma a partir de considerar una serie de condiciones históricas. Digamos para empezar que “Patagonia”, como término que designa más o menos a la región tal cual la conocemos hoy, existe antes de que existiera el término Argentina, así lo demuestran los antiguos mapas. Su conquista militar por parte de Buenos Aires llevó a la aniquilación y desplazamiento de su población originaria, una campaña de años que posee todas las características de un genocidio. Sus tierras fueron repartidas discrecionalmente entre militares, terratenientes porteños y compañías extranjeras, consolidando así el patrón de la gran propiedad e impidiendo el acceso a la tierra. Su aridez (y las implicancias económico productivas de esa particular condición) la separó rápidamente de la pampa con la que inicialmente compartía el apelativo de desierto. La ocupación militar fue perpetuada por un régimen de “territorios nacionales” que negó derechos políticos a sus habitantes y autonomía a sus distritos por unos setenta años y, si consideramos el caso de Tierra del Fuego, por un siglo entero. Esta militarización también explica la salvaje represión que sufrieron en la década de 1920 los trabajadores de las estancias ovejeras de Santa Cruz, que culminó en una matanza de más de 1.000 obreros. En definitiva, los gobiernos argentinos, aun los democráticamente elegidos, siguieron echando mano a la vía armada para resolver los conflictos sociales. Más recientemente, las reivindicaciones de grupos pertenecientes a las comunidades originarias encontraron como única respuesta las balas de la gendarmería nacional. Por otro lado, y aunque sobrevoló la promesa de que ello permitiría industrializar la región, la extracción de petróleo, gas y carbón y la construcción de grandes represas para producir electricidad alimentaron oleoductos y líneas de alta tensión que conducían a Buenos Aires y a otras ciudades del litoral, contribuyendo a expandir su poder económico y político, al precio de seguir relegando la economía de la Patagonia.

En fin, la lista podría seguir, pero se trata solamente de condiciones. Para entender la formación de la fantasía de la Patagonia independiente es necesario construir una historia en la que puedan reconocerse actores y episodios concretos. No pretendo hacerlo aquí porque eso requeriría de un largo trabajo de investigación. Pero vale la pena mencionar, aunque sea desordenadamente, algunos anclajes en la formación de esa fantasía que últimamente resuena con mucha más fuerza.

Algunas de las condiciones expuestas en el párrafo anterior permiten entender, junto con una ya extendida crítica poscolonial, el surgimiento del Mapuche International Link (con base en Bristol, Inglaterra) desde el que se ha comenzado a imaginar una Nación Mapuche que incluya a los territorios australes de Argentina y Chile. Pero es cierto que el territorio mapuche no se corresponde enteramente con la Patagonia en Argentina. Y, en Chile, la Patagonia es una región diferente de la Araucanía, donde se concentra la mayor parte de la población mapuche.

De este lado de los Andes, las pulsiones independentistas han tenido más que ver con la crítica a un extractivismo de larga data que la Patagonia ha sufrido sobre todo en lo concerniente a sus recursos energéticos. En 1984, el ingeniero rionegrino Salvador San Martín, inspirándose en algunos conflictos que debió enfrentar como subsecretario de energía del gobierno de Frondizi, publicó en el diario Río Negro “Cuando la Argentina perdió la Patagonia”, un texto en el que imagina la acción de un grupo separatista que reclama la independencia de la Patagonia a partir del sabotaje del transporte de petróleo y de la producción de energía hidroeléctrica. Desde entonces el texto ha circulado ampliamente, diseminando hacia nuevas audiencias esa provocativa idea con la que juega el autor. Naturalmente, su texto vuelve a leerse en coyunturas complicadas como la de estos días.

Ciertamente, las crisis argentinas han echado más leña a la vieja fogata de la fantasía independentista patagónica. Así, ella se vio reflotada luego de la crisis de 2001 y al año siguiente el New York Times dedicó al tema un artículo en el que se hablaba del consenso que existía entre los patagónicos acerca de la idea de que los preciados recursos de la región eran continuamente dilapidados por el gobierno central, argumento que hacía de la secesión un horizonte deseable. En la nota era entrevistado Gerardo de Jong, reconocido geógrafo e investigador de la UNCOMA quien sostenía que la idea de un solo centro de poder para toda la nación había comenzado a ser cuestionado en la medida en que dicho centro se percibía como el responsable de los problemas socio económicos existentes.

Pero mucho antes de que las infraestructuras del aprovechamiento energético fueran construidas y puestas en funcionamiento, las injusticias que los locales sentían a la hora de relacionarse con un distante gobierno nacional contribuyeron a que la Patagonia comenzara a ser entendida como causa común. Eso se manifestó especialmente durante la larga lucha por la provincialización que a principios del siglo XX se llevó adelante desde ciudades como Neuquén, Río Gallegos, Trelew o General Roca. Cada uno de los Territorios Nacionales tenía, a esa altura, una historia propia del desencuentro entre los intereses locales y una gestión del gobierno central que pendulaba entre el desdén y el autoritarismo. En Chubut, la provincia que hoy gobierna Ignacio Torres, podemos encontrar uno de los ejemplos más tempranos de ese desencuentro en el conflictivo diálogo que por décadas establecieron con el gobierno nacional los colonos que llegaron de Gales. Animados por fantasías de refundación de su país de origen, los colonos formaron un concejo local de gobierno que, a pesar de transformarse luego en un concejo municipal, albergó siempre la esperanza de controlar todo el valle del Chubut y de ser la simiente institucional de una futura provincia autónoma. Las últimas instituciones fundadas por los galeses quedarían desarticuladas en los 40, década en que la militarización y la explotación petrolera forjaron una alianza sin precedentes.

Otros tantos episodios del pasado permitirían entender los consensos sobre los que se desplegó la historia de esta fantasía independentista hasta nuestros días. Pero es claro que el alineamiento de los gobernadores patagónicos en contra de una nueva versión autoritaria del Estado central encarnada por Milei, constituye un nuevo y significativo bucle en esta historia.

Volviendo justamente al momento actual, alguien podría decir que hacer lugar hoy al tema de la independencia patagónica podría ser funcional a las ideas de Milei. Desde una concepción descentralizadora, también típicamente menemista, una estrategia posible de una gestión radicalmente neoliberal sería una que esperara que cada provincia o región se arregle con lo que tiene. Pero la acalorada reacción de Milei muestra hasta qué punto el acceso a recursos esenciales como los energéticos pone un coto bien concreto a la viabilidad de estos mandatos liberales, incluso en un político del fanático dogmatismo de Milei.



(*) Docente UNSAM, Investigador Conicet UNLP
29/07/2016

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