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11/09/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Horizontes literarios que orientan utopías

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En los libros de Louise Penny el protagonista ficcional es un jefe de Policía canadiense que sufre cuando sus acciones generan violencia. Aunque en nada se parece al prototipo de las fuerzas represivas reales, el personaje permite pensar aquello que como sociedad debemos intentar construir.

Ricardo Haye *

Desde hace dos meses convivo con Louise Penny. O, para evitar malos entendidos que no benefician a nadie, desde hace un par de meses disfruto la compañía de la obra de Louise Penny.

La tal Louise es una canadiense sesentona que un buen día dejó su labor periodística en la más que interesante Canadian Broadcasting Corporation para dedicarse a escribir ficción.

Pese a que nació en Toronto, capital de la provincia de Ontario y la ciudad más poblada del país del norte, la mujer quiso ambientar la mayoría de sus obras en el pequeño poblado de Three Pines o Tres Pinos, en castellano básico. Sin voluntad alguna de establecer comparaciones que siempre son odiosas, esa decisión la iguala con creadores de todas las latitudes que también resolvieron edificar su propio cosmos: García Márquez lo hizo con Macondo, William Faulkner con Yoknapatawpha, Juan Carlos Onetti con Santa María y la lista sigue.

La localidad ficticia de Three Pines fue creada a partir de un conjunto de municipios de Quebec, cercanos a la ciudad de Knowlton.

 

El epicentro de muchas de las historias de Penny recibe su nombre de los tres árboles gigantescos y centenarios que constituyen el frontispicio y la marca visual más relevante de una comunidad integrada por criaturas entrañables y humanamente imperfectas que, siguiendo el hilo tendido por Balzac en su día, van repitiendo su aparición en numerosas novelas.

No obstante, esas no son las únicas características salientes de ese pueblo ficticio. Porque la buena de Louise escogió situarlo en los cantones de la provincia de Quebec, el territorio francófono de Canadá que vuelta a vuelta reincide con sus proclamas separatistas.

Los libros que Penny comenzó a escribir recién a los 40 años adscriben a un género a menudo bastardeado: el policial. Pero, si acaso le hiciera falta (hipótesis a la que no adscribimos), hacen mucho por ennoblecer una etiqueta que en su catálogo cuenta con algunos nombres tan significativos como los de Raymond Chandler, Ross y John D. Mc Donald, Dashiell Hammet, Henning Mankell, Andrea Camilleri, Patricia Highsmith, James Ellroy o el matrimonio sueco formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö, sin obviar, por supuesto, a Jorge Luis Borges.

Hay también en los libros de la autora que referimos una característica singular: las temáticas contextuales que rodean la anécdota ocasional de cada obra suelen tener continuidad de modo que un crimen resuelto en un texto es revisado en el siguiente y se detecta que hubo un error al señalar al victimario: la primera resolución es contradicha, el acusado injustamente es liberado y el verdadero culpable termina en prisión. De ese modo, Penny se permite volver falible a su protagonista estrella: el Inspector Armand Gamache, figura célebre de la Sureté (la policía de Quebec).

Ese arco narrativo integral que se despliega progresivamente en libros sucesivos también posibilita a los seguidores enterarse de la evolución de esas figuras que envejecen, se jubilan, se divorcian o se vuelven a emparejar.

Es la mejor demostración de que la creadora busca configurar algo mucho más vasto que una historia congelada en el tiempo. La saga de Gamache construye un universo dinámico y en desarrollo que, además, se inviste de carácter adictivo. Es difícil desprenderse de la lectura continuada.

Una porción de responsabilidad de esa situación surge de la personalidad del propio Gamache. Es un policía ideal que en nada se parece a la imagen prototípica que hemos ido aquilatando de los integrantes de las fuerzas represivas reales. Armand es un hombre culto, que comprende las referencias eruditas y posee un profundo humanismo. Prefiere andar desarmado y sufre y se angustia cuando sus acciones generan violencia. Toda similitud con Chocobar y sujetos de su calaña es el disparate de una mente profundamente confundida.

Gamache y su equipo jamás harían cosas como las que nos enteramos que ocurren a través de las páginas de cualquier periódico argentino:

En Tartagal, Salta, se anunció la llegada a juicio de una causa contra el suboficial principal Gustavo Aníbal Cruz y el sargento ayudante Ciro Ramón Illesca que, en 2018, golpearon violentamente a un hombre que salía de trabajar; en Chaco el año pasado cuatro agentes policiales fueron separados preventivamente mientras permanecen bajo investigación de la justicia por las brutales agresiones contra jóvenes qom en la ciudad de Fontana; en la provincia de Buenos Aires un grupo de policías violentos golpearon en patota al jefe del Comando de Patrullas que quiso persuadirlos de abandonar la puerta de la residencia del gobernador Kicillof; hace algunos días, en Villa Mercedes, San Luis, una mujer que fue a denunciar violencia de género a una comisaría recibió como respuesta más violencia de parte de al menos dos efectivos; uno de ellos intentó sacarle el celular y el otro la echó a empujones y le cerró la puerta.

Por otra parte, el personaje creado por Penny es dueño de una sensibilidad artística que le permite apreciar la música más exquisita, disfrutar del arte plástico o conmoverse con un buen libro.

Louise Penny ha dicho en muchas entrevistas que su esposo fue determinante en su obra. Michael Whitehead, un médico veinticinco años mayor que ella, apoyó su decisión de abandonar el ejercicio del periodismo para encarar la tarea literaria. “De muchas maneras, él era Gamache para mí”, suele explicar la autora.

Michael fue director de hematología en el Hospital de Niños de Montreal y falleció en 2016, a los 83 años, luego de haber desarrollado demencia. La escritora temió entonces que esa pérdida trajera consigo un desapego del personaje alter-ego de su esposo. Imaginó un gran quebranto de la alegría y la desaparición de las ganas de escribir. Sin embargo, pocos meses después de su muerte Louise descubrió que Michael se había vuelto inmortal ya que, invocando a su policía de ficción, podía visitarlo cuando quisiera.

Cualquiera podría pensar que se trata de un discurso prefabricado y poco natural, pero lo cierto es que los libros de Penny siguieron fluyendo, incluso cuando su primer lector/filtro ya no estaba. Y lo hicieron sin merma de la hondura dramática de sus personajes ni de las atmósferas siempre vívidas de las historias. Desde la partida de Michael cinco nuevas novelas hicieron que la “saga Gamache” trepara a diecisiete volúmenes. Penny es una escritora multipremiada y sus libros son verdaderos éxitos de ventas. Pero, además, la creadora reservó parte de sus energías para convertirse en portavoz de la Federación de Sociedades de Alzheimer de Quebec.

Sin dudas sería ingenuo pretender que de la noche a la mañana florezcan en nuestras fuerzas policiales voluntades éticas como las que pone en juego la escritora canadiense de la que hablamos. Seguramente son escasas nuestras probabilidades de encontrar estamentos de las fuerzas del orden decididos a enfrentar con tanta tenacidad la corrupción de sus compañeros de armas, como ocurre con Gamache. ¿Cuántos comisarios existen en nuestro país con su conocimiento de la historia?

Y sin embargo, cuando todo parece tan extravagante o ajeno a la realidad cotidiana en que vivimos, es el momento en que se refuerza nuestra convicción de que la buena literatura es capaz de presentarnos horizontes idílicos que orienten la construcción de nobles utopías.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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