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08/09/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Reducción conceptual y estrechamiento de la conciencia

Reducción conceptual y estrechamiento de la conciencia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Aunque tributa a la revuelta parisina de 1830, en la conciencia colectiva “La libertad guiando al pueblo”, de Eugene Delacroix, quedó indeleblemente asociado a la Revolución Francesa de 1789.

Elevar el debate pre-electoral evitaría quedar envueltos en polémicas inconducentes acerca de fotografías o prácticas sexuales. Los disparadores de la discusión no deberían ser el morbo ni el odio. Aunque a muchos les cueste reconocerlo y se nieguen a aceptarlo, la ideología es insoslayable.

Ricardo Haye *

Parece una paradoja cruel y, sin embargo, es un retrato fidedigno de las asimetrías que dividen el planeta en sociedades opulentas y países pobres.

Mientras algunas naciones no han podido acceder a las vacunas que les permitan atemperar las consecuencias de la pandemia, otras tuvieron que destruir la droga que habían acumulado en exceso y se superó la fecha de caducidad.

Es el cuadro que representa a un mundo de egoísmo y mezquindades. Es el reino del “quemeimportismo” del otro: del “sálvese quién pueda” a escala global.

Aquellas divisas de igualdad y fraternidad que consagró la revolución francesa quedaron pisoteadas y olvidadas en la escalada de los poderosos y el desasosiego de los desposeídos.

¿Cómo llegan unos y otros a esa condición?

Un expresidente argentino con los bolsillos bien forrados aseguró sin vergüenza alguna que para acumular es imprescindible dejar de pagar impuestos. Después de semejante sincericidio, no queda mucho más para agregar y, en cambio, se despeja cualquier duda que pudiera subsistir acerca del espíritu solidario que late en los corazones de muchos ricachones.

Archivadas esas banderas, la restante (la de la libertad) queda vigorosamente disminuida.

Recordemos que el lema fue enunciado por Robespierre en 1790 y el gobierno francés de la Segunda República lo asumió oficialmente como propio en 1848. Fue el grito atronador en las gargantas de quienes defendían la democracia y luchaban por el fin de los regímenes tiránicos y opresivos.

En estos días, el mismo “fachatosta” que promueve alegre e impunemente la evasión fiscal pronunció una frase que retumbó de manera inquietante: el dirigente habló de la posibilidad de que el gobierno actual se “tenga que ir”. Cuando el Poder Ejecutivo apenas atraviesa la mitad de su mandato, ese augurio opositor despide un tufo fuertemente destituyente.

La memoria colectiva se conmueve con el recuerdo siempre trágico que convoca cualquier maniobra de ese tipo. Pero quienes la auspician hacen gala de una gran coherencia: son los mismos que en medio de la efervescencia francesa de finales del siglo XVIII no hubiesen dudado en lapidar a los jacobinos por el mero reclamo democrático de “Liberté, Égalité, Fraternité”.

O, ¿de qué lado creen nuestros lectores que se ubicarían los guardianes del status quo, los defensores del privilegio y aquellos o aquellas que postulan el voto calificado y también el consumo calificado de marihuana, según sea que el consumidor viva en un barrio cool o acomodado, o en una villa de casuchas humildes?

Cuando pedimos que se eleve el nivel del debate, sobre todo en épocas preeleccionarias, es para que no terminemos envueltos en polémicas inconducentes acerca de fotografías o prácticas sexuales.

Los disparadores de la discusión no deberían ser el morbo ni el odio congelado y resistente al tiempo. Aunque a muchos les cueste reconocerlo y se nieguen a aceptarlo, la ideología es insoslayable en estas circunstancias.

La distribución de la riqueza y los modos en que cada grupo político se propone encararla -o no- es una variable ineludible en estos días. La defensa de nuestro patrimonio soberano o el alineamiento con pretensiones extranacionales que nos afectan, es otra.

En un contexto diferente, la entrega territorial solo toleraría la caracterización de sus defensores como “infames traidores a la Patria”.

Hoy, las figuras dirigenciales con apetitos legislativos debieran estar ocupándose de fijar posición acerca de qué iniciativas llevarán al parlamento. ¿Con qué herramientas legales pretenden mejorar la calidad de vida de las personas? ¿Qué aportes significativos realizarán para mejorar la renta nacional y abastecer de modo suficiente el bolsillo de la ciudadanía? ¿Cómo proponen mejorar la calidad de la educación, los sistemas de salud, el acceso a la vivienda propia, la diversificación productiva, el desarrollo industrial, la defensa ambiental? ¿Cuáles deben ser las prioridades de la obra pública? ¿Qué propondrán para estimular las economías regionales? ¿Qué harán desde sus bancas para garantizar derechos de grupos minoritarios? ¿Cuál es su idea de la integración latinoamericana? ¿Cómo resolver las desigualdades en el flujo comunicativo, asegurando el derecho social a la información, la cultura, el arte y los espectáculos, sin que sean el privilegio de las élites?

Ya estamos grandes para creer que la falta de respuestas sensatas a estos interrogantes es azarosa o fruto de la incapacidad (que, en algunos casos, parece indubitable). El debate que se retacea es funcional a la voluntad de reducción conceptual que estrecha las conciencias.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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