Columnistas
20/09/2016

Crítica política y humor

El Davosito, pequeño, pequeño, pequeño

El Davosito, pequeño, pequeño, pequeño | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Con un filoso uso de la ironía, el autor imagina una escena de fantasía en la que tres jóvenes neuquinos que publican una página de noticias, viajan al “mini-Davos”, la reunión que organizó el gobierno con empresarios de todo el mundo.

Osvaldo Pellin

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Los muchachos del oeste neuquino que publican una página semanal que titulan “El Mas Allá” se sintieron tentados de participar del Davosito, que se realizó la semana pasada en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires.

No conocían la ciudad, salvo Benancio Cayún, cuyo padre le relatara algún pasaje que le habían contado sus ancestros cuando las autoridades de entonces, con Don Estanislao Zaballos a la cabeza, lo invitaron de la pampa donde vivía, al centro de Buenos Aires, muy cerca del lugar donde se efectuaban ahora las jornadas.

En esta ocasión venía toda gente rica dispuesta a poner plata para sacar el país adelante, y ellos soñaban con unas tierras que habían poseído en Auca Mahuida, departamento de Añelo, en Neuquén. Tenían un proyecto turístico que había quedado trunco: un museo de sitio donde yacían casi a simple vista restos de animales prehistóricos, y unas cuantas chaquiras y vasijas que hablaban de la existencia de un cementerio bastante concurrido por loncos y chamanes, en otras épocas.

Como pudieron, juntaron la plata para tres pasajes en el colectivo Crucero del Norte, y no se sabe cómo, al llegar a Retiro, se dieron maña para emprenderla por la avenida Leandro N. Alem y desde allí visualizaron un enorme edificio, igualito a sus respectivos ranchos de adobes del oeste, y se dijeron 'seguro que adentro estará la ballena', y hacia ella se encaminaron.

Llegaron cuando gente de traje y corbata arribaban en autos de alta gama. Hablaban los más diversos idiomas, eso les pareció, porque en realidad todos se entendían en uno solo, el inglés.

Hombres y mujeres entraban a la inmensa platea que pudieron ver por entre los pesados cortinados de la entrada. Sacaron el carnet que ellos mismos habían confeccionado para su semanario, el cual acreditaba su calidad de periodistas, se lo mostraron al hombre uniformado de la entrada que los miró de arriba abajo pero no los dejó entrar, después de confrontar la inexistencia Del Más Allá como medio de prensa, en una prolija lista confeccionada con anterioridad y que allí consultó.

Los puso a un lado del corredor para que no molestaran, y siguió admitiendo a gente que no mostraba credencial alguna pero que se veía que era aceptada solo por su aspecto, en general rubios o calvos rubicundos, y casi todos de ojos celestes.

A pesar de eso, pudieron oír claramente lo que se decía ubicados en el vestíbulo, donde los dejaron permanecer muy cerca del baño de Caballeros, en un recodo del hall donde a ellos se los veía apenas pero desde allí escuchaban casi perfectamente lo que ocurría adentro.

Aguardaron pacientemente que el evento terminara, y Benancio peló un par de audífonos, se colgó un cartón al cuello con un hilo de envolver que no identificaba más que a un desconocido, y con un grabador esperó a los concurrentes con el afán de entrevistarlos.

El primero que encararon se mostró cordial y amable, y en un castellano de letras “eres” arrastradas y blandas, les dijo:

- Museus por ahora nou, quizás más adelante salvo que la tasa de retorno de la inversión sea francamente muy buena.

Benancio se miró con sus dos amigos y se preguntaron:

- ¿Tasa de retorno el museo no tiene, verdad? Nunca hemos visto a ninguno de nuestros abuelos volver de ahí.

Y Manuel Curriqueo, el más joven, agregó:

- Tampoco volvió ningún pony ni ningún puma, que nosotros sepamos.

Al segundo entrevistado, que Illanes, el tercero de los jóvenes neuquinos, detuvo con su cuerpazo en su salida, no dándole paso y casi obligándolo al reportaje, le preguntaron si tenía interés sobre inversiones en turismo en el sur argentino.

- Si, si claro estamous muy interesados. Nosotros proponemos un houtel  five stars con swimming pool and all include, una extensa parquización con cancha de golf, que traiga gente de todas partes del mundo. ¿juega usted al golf, amigou?

- No, lo que pasa es que el lugar no da para eso don, dijo Benancio.

- Entonces no nos interesa, nosotros buscamos lo que ustedes llaman despectivamente enclaves porque no confiamos en los servicios auxiliares disponibles en este país. Buenas tardes.

Pronto advirtieron que se habían equivocado con su proyecto. Ellos no parecían contar con lo que buscaban los inversores, hasta que un señor obeso, rojo de semblante y masticando un habano, un tanto rezagado y nervioso salió del teatro.

- Somos inversores para buscar oro. dijo en perfecto español –Preguntó en general y en voz alta esperando que alguien le respondiera.

Benancio, respondió, ante la atónita mirada de sus amigos:

- Nosotros tenemos.

El gordo se acercó y les preguntó tan ávido como incrédulo:

- ¿Dónde?

- En la Ciudad de los Césares, le respondió

- ¿Y eso dónde queda?

- ¿Cómo no lo sabe? Lejos, muy lejos de acá. En realidad es muy difícil de hallar.

- No importa. Nosotros y nuestros equipos vamos adónde nos digan. Podemos encontrar oro hasta en el fondo del mar.

- Es que ya no hay más…

- ¿Cómo que qué no hay más?, preguntó el hombre.

- Ya no queda oro y tampoco plata, se lo llevaron todo hace más o menos trescientos años.

- Entonces no nos interesa, dijo, y mientras daba las buenas tardes, le exhaló el humo de su habano en la cara.

Los muchachos, ya solos en el hall, se miraron, y enfilaron los tres, en trémulo silencio, para el lado del Obelisco, que vieron por primera vez pero que no les pareció gran cosa. Y sin decirse una palabra, cruzaron como pudieron la avenida 9 de Julio de norte a sur, y se metieron en la primera pizzería que encontraron.

29/07/2016

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