Columnistas
04/06/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

¿Cómo seguiremos contando?

¿Cómo seguiremos contando? | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El cine, la radio y luego la TV rebajaron el precio de los relatos ‘cara a cara’ que la humanidad desarrolló por miles de años. Cabe preguntarnos sobre nuestra capacidad fabuladora ahora, cuando las tecnologías exploran cualquier lugar de la Tierra y los algoritmos documentan la vida de cada persona.

Ricardo Haye *

El primer cine indujo a pensar ¿cómo será la voz que emite ese cuerpo que vemos? Era el final del siglo 19. Veinticinco años después las proyecciones continuaban mudas, pero un nuevo medio había llegado para invertir aquel interrogante y plantear ¿Cómo será el cuerpo que emite esa voz cautivante?

La radiofonía permitió que las corporeidades ausentes encarnaran y se prolongaran en esa extensión que son sus voces, acompañadas por otras sonoridades lingüísticas y paralingüísticas y también por silencios que robustecían la textualización.

Sin el anclaje definitorio y riguroso de la imagen, los mensajes podían resignar precisión pero ganaban ambigüedad, una característica que la filosofía del siglo XIX había comenzado a resignificar y revalorizar. Espoleada por cierta oscuridad y algo de misterio, la imaginación de los oyentes conquistó unas alturas que nadie puede asegurar que también hayan alcanzado todos los autores.

Tres décadas más tarde, la televisión cubrió los vacíos y los hogares se llenaron de históricas románticas, lacrimógenas, violentas, intrigantes o estrafalarias; realistas y fantásticas que, ahora con imagen y sonido, dejaban poco espacio a la incertidumbre.

Lo cierto es que estas mediaciones narrativas les rebajaron el precio a los relatos ‘cara a cara’, que la humanidad había desarrollado primorosamente durante miles de años. Esa devaluación de lo vincular tuvo implicancias que alguna vez estas aguafuertes ya abordaron, como la reconfiguración de la espacialidad de nuestros contactos que, obviamente, la pandemia agudizó.

La relación estrecha con el arrullo materno que nos acunaba de pequeños, la intimidad de adolescentes que comparten hallazgos en su ruta hacia la adultez, el relato emocionado/exagerado de un viaje reciente que hacemos ante un grupo de amigos, los recuerdos musitados en voz queda por una pareja que transita el otoño de la vida, todo eso se reformatea a la luz de un tiempo impiadoso, que impone distanciamiento social, pero que ya antes disuadía mediante insistentes estímulos catódicos.

Además, una pregunta inquietante de hoy es ¿cómo seguimos contando ahora que la humanidad vio desaparecer el concepto de terra incognita y también asistió al desvanecimiento de los anonimatos? Porque ya no queda sobre la tierra espacio alguno cuyo suelo no haya sido hollado por alguien. No hay regiones vírgenes como las que antaño seducían y espoleaban el espíritu aventurero de las personas y, por eso, los viajes de descubrimiento y conquista ahora se proyectan más allá de nuestro mundo.

Algo similar ocurre con la gente: todos somos reconocibles; siempre hay un radar que nos controla; nuestros rostros quedaron estampados en miles de registros gráficos o de video; los algoritmos documentan lo que hacemos, exploran nuestros gustos, mapean nuestra conciencia… e incluso nuestro inconsciente. Todos somos sujetos públicos. Hasta nuestra composición genética ha sido cartografiada. Por lo que prácticamente lo único que no sabemos es cuánto queda aún por revelar. Y esa pérdida de sorpresa es una grave amenaza que pende sobre el arte del relato.

El apetito por las historias puede haber encontrado viento de cola con la reducción de las salidas y la limitación de los contactos que nos planteó hace ya más de un año el despreciable virus con corona que desde entonces regula nuestra socialidad.

De hecho, un expresidente acaba de confesar que mientras ocupaba ese cargo había convertido en una costumbre suspender cualquier tarea a las 7 u 8 de la noche y sumergirse en Netflix.

Es cierto que las malas lenguas insisten con que el sujeto en cuestión nunca demostró demasiado apego al trabajo, pero vamos a ser indulgentes y aceptar que si alguien con semejante nivel de responsabilidad consagra toda su atención a relatos audiovisuales, ese hecho resulta un indicador elocuente del poder cautivante de la narrativa.

Pero lo cierto es que debemos interrogarnos acerca de cómo seguiremos abasteciendo nuestra capacidad fabuladora sin geografías inexploradas, con paisajes humanos recortados, sin narradores próximos y con fuentes proveedoras de relatos cuyo hálito sabemos remoto, despersonalizado y desapasionado.

Casi como una paradoja o como una idea que choca con la lógica de época, la memoria resuelve evocar ahora el monólogo con el que el replicante Roy Batty clausura la película “Blade runner”.

Batty y Deckard, su perseguidor, están solos en la terraza de un rascacielos de una ciudad de Los Ángeles ominosa y distópica. Roy acaba de salvar de la muerte a Deckard y eso justifica que ambos estén dentro del marco de espacio corporal que la proxémica reserva para personas con muchísima confianza.

Sabiéndose vencida, esa criatura artificial conmueve con sus palabras, pronunciadas en el tono bajo, cercano e íntimo que la situación amerita:

He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar. Naves de combate en llamas más allá de Orión. Relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir”.

No solo es una manifestación sentida y sensible de todo cuanto ese androide producto de la ingeniería biológica quisiera compartir, sino también una representación poética perfecta de los lazos que desfallecen. Es tan cruel que los protagonistas de esa escena memorable sean dos artefactos como doloroso que muchas personas renuncien o permanezcan indiferentes a una realidad en la que la belleza se desvanece y la grandiosidad de lo humano se reduce al acto de permanecer inmóvil frente a una pantalla cuya única voluntad es la de ser inexorable.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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