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16/05/2021

Ciencia, fe y política

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Sin el esfuerzo aunado y en colaboración de tantas y tantos investigadores diseminados por el mundo no se hubiera llegado en tan poco tiempo a tener las vacunas que hoy nos están salvando de una muerte anunciada.

María Beatriz Gentile *

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En abril de este año, el New York Timedaba cuenta que 41 millones de adultos blancos evangélicos en Estados Unidos no tenían intención de vacunarse contra el COVID-19. En su decisión influía la fe en Dios y en creencias insólitas como que la vacuna se hacía con “tejido celular de abortos”.

La desconfianza hacia los científicos empieza a convertirse en una posible identidad que no sólo contiene a los blancos cristianos, afirma la publicación, sino también a hispanos, negros y asiáticos que tampoco han sido muy bien tratados por los efectores de la ciencia ni por el sistema de salud norteamericano

En las antípodas de esto, la revista Science– órgano de expresión de la Asociación Americana para el avance de la Ciencia- celebró a las vacunas contra el coronavirus como el descubrimiento científico más importante del año. ‘Nunca antes se había desarrollado tan rápidamente tantas vacunas experimentales contra el mismo enemigo y nunca antes, los gobiernos, la industria y el mundo académico habían invertido tanto dinero y trabajo en la misma enfermedad infecciosa en tan poco tiempo’ se lee.

Nadie puede desconocer que la ciencia es responsable de que hoy podamos comprender cosaspor las que hace 200 años quemaban personas en la hoguera. Desde no hace tanto, sabemos cómo heredamos y transmitimos nuestros rasgos o cómo una sola célula puede convertirse en un organismo o por qué hay gravedad y tantas otras cosas que cambiaron nuestra forma de ver el mundo

Gran parte de lo que damos por sentado hoy, es el resultado de un camino que se construyó sobre las incertezas. Toda investigación –sea en ciencias exactas, biológicas, sociales, duras o blandas como se prefiera- requiere una etapa de duda e incertidumbre.

Incertidumbre que en términos políticos resulta insoportable. Por eso, es más fácil creer en presagios catastróficos para la economía que en la duda razonable de quienes orientan soluciones posibles para cuidar la salud de la gente

¿Por qué se puede poner en duda las advertencias de un epidemiólogo o de un médico sanitarista y no así las de un economista?

De 134 crisis y recesiones en el mundo entre 1991 y 2001, el FMI solo predijo 15. Y si miramos para atrás, ni el mismo John Maynard Keynes estuvo acertado con la crisis de 1929. En 1927 había afirmado ‘no habrá más colapsos en nuestro tiempo’.

Ni hablar del ‘progreso indefinido’ del liberalismo clásico, ni de la ‘teoría del derrame’ del neoliberalismo o de las domésticas predicciones de brotes verdes, lluvia de inversiones, pobreza cero y demás sinsentidos.

La investigación científica reconoce ámbitos de saberes provisorios, falibles; algo que la ciudadanía no siempre ve. Quizás como producto del positivismo del siglo XIX, la ciencia vino a ocupar el lugar que la religión dejaba en sociedades orgullosas de secularizar la vida y el conocimiento.

Ese pedestal en que se la puso no dejó ver que no había verdades reveladas, sino instrumentos posibles para solucionar problemas. La pandemia hizo evidente también esto y algunos se enfadaron al descubrirlo; en reacción activaron toda suerte de disparates discursivos.

En más de un caso, el mensaje científico se degrada y se desconoce, no por su contenido sino por quien lo hace suyo o porque no se simpatiza con la línea política de quien lo dice.

En general tampoco los ámbitos científicos se han abierto a comunicar su trabajo cotidiano más allá de su comunidad de pares; y esto también es un aprendizaje a tener en cuenta.

Hay que consentir que en la mayoría de los laboratorios no se crean virus, ni se trabaja para empresas de biotecnología ni para los villanos de Marvel. Sin el esfuerzo aunado y en colaboración de tantas y tantos investigadores diseminados por el mundo no se hubiera llegado en tan poco tiempo a tener las vacunas que hoy nos están salvando de una muerte anunciada.

Una vez más hay que decir que es preferible un conocimiento que se basa en una duda razonable que a las advertencias sin sustento y a las condenas sin pruebas


 


 



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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