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07/05/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

De monstruos y razones adormecidas

De monstruos y razones adormecidas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Hasta el siglo XIX la locura solía relacionarse con la rebeldía de rechazar normas sociales establecidas. Distinguir quién estás más loco no es sencillo. Por ejemplo, ¿qué razones avalan a los aparentemente civilizados que, cacerola en mano, se desgañitan exigiendo la muerte de otros?

Ricardo Haye *

Cuando escribe su “Elogio de la locura”, un humanista defensor de la racionalidad como Erasmo de Roterdam elige ropajes bufonescos para satirizar la sociedad de su época. Hablando de sí misma (y justificándose), la Locura dice: “Sin mí, el mundo no puede existir ni por un momento, pues, ¿no está lleno de locura todo lo que se hace entre los mortales?, ¿no lo hacen locos y para locos? Ninguna sociedad, ninguna convivencia pueden ser agradables o duraderas sin locura, de modo que el pueblo no podría soportar a su príncipe, el amo a su sirviente, la doncella a su señora, el preceptor a su alumno, el amigo a su amigo, la mujer a su marido por un solo momento, si de vez en cuando no se descarriaran, se adularan, toleraran sensatamente las cosas o se untaran con un poco de Locura”.

Casi tres siglos más tarde, un aragonés célebre abordaría con tonos más sombríos las tinieblas de la razón. En su aguafuerte más conocido, el maestro Goya mostraba a un hombre adormecido sobre una mesa. Como ese mueble en el que reposa está ocupado por papeles y plumas de escritura, la imagen sugiere que el individuo es un intelectual o un creador y -como tal- encarna la racionalidad. Pero el sujeto en cuestión se nos presenta de forma equívoca: no sabemos si solo tiene sueño o si yace, vencido por las angustias y ansiedades que le provoca su actividad pensante. Lo cierto es que ese duermevela está acompañado de figuras animales más o menos monstruosas que el imaginario colectivo acostumbra asociar con lo nocturnal y lo tétrico.

¿Es el sueño inquieto del hombre el que convoca esas amenazas o acaso son ellas las que lo precipitan en ese sopor que le suspende o altera la conciencia?

Más allá de los casos en que primaba un extremo sufrimiento psíquico, hasta el final del siglo XIX la locura solía relacionarse con la rebeldía de quienes rechazaban las normas sociales establecidas.

Una nueva acrobacia de saltimbanquis en el tiempo nos traslada ahora a la actualidad para enterarnos de que el novelista estadounidense Rick Yancey considera que la nueva normalidad social es la locura y que su colega española Laia Soler apunta que locura es la palabra que define ese momento en que la fantasía y la realidad se mezclan.

Y es aquí donde el terreno se hace más pantanoso o resbaladizo y ya no resulta tan sencillo distinguir los límites entre enajenación y cordura, porque ¿quién está más loco: el Joker o Batman?; ¿se encuentran en pleno uso de sus facultades mentales sujetos como Trump o Bolsonaro?; ¿guarda alguna lógica encomendarse al pensamiento mágico y no a las verdades científicas para protegerse de las enfermedades?; ¿tiene sentido que profetas de sectas tan perversas como el monetarismo, el neoliberalismo económico o la escuela de Chicago, conserven predicamento en sociedades que sus políticas vapulearon tan impiadosamente?; ¿qué tipo de raciocinio experimentan los desharrapados que vociferan frenéticamente en defensa de los intereses de quienes los vampirizan?; ¿en qué razones se guarecen todas las personas aparentemente civilizadas que, al compás de sus cacerolas, se desgañitan exigiendo la muerte de otros? Y esos entes con ligera apariencia antropomórfica que reivindican genocidas ¿cómo argumentan la sinrazón?

¿De qué naturaleza son los monstruos que invoca hoy nuestra conciencia adormilada? ¿Tendremos el criterio suficiente para establecer cuánto es ese “poco de locura” que Erasmo reclamaba para tolerar la realidad?

Quizás sobreponiéndose a los temores de sus propios sueños, en los albores del siglo que transitamos el artista británico de raíces nigerianas Yinka Shonibare reversionó obras clásicas de artistas como Fragonard, Hogarth, Gainsborough o Goya imprimiéndoles un sello personal que se refiere al legado del colonialismo y las tensiones políticas, culturales y económicas determinadas por las interrelaciones entre las potencias europeas y los territorios que africanos controlaban. Pertenencia e identidad son palabras claves en la interpretación de su obra. Sería deseable que su ejemplo se multiplique.

Sin embargo, no son tantas como quisiéramos las personas que consiguen la claridad mental que despeja el horizonte y espanta los espectros. Pareciera que la exaltación espiritual atravesó todas las barreras prudentes cuando cierta dirigente argentina acusó de querer envenenar a la población a un gobierno que procuraba vacunas para enfrentar el flagelo pandémico.

¿Acaso no es una manifestación de insania enviar jovencitos a México en viaje de egresados cuando el país del norte estaba colapsado por el virus?

¿Quién está más enajenado: el atrevido que diseñando utopías persigue consuelo y variantes imaginativas para superar realidades insatisfactorias o el resignado que sucumbió ante ellas y ya no ofrece resistencias ante las acciones que lo someten al vasallaje?

La mayéutica podría hacerse un picnic con la enunciación infinita de interrogantes por el estilo. Pero hay uno que nos lleva de regreso al comienzo: ¿qué obnubila la razón? Es decir, ¿qué cosas nos sumergen en un sueño que mortifica nuestra comprensión, agrede nuestro juicio, anestesia nuestros sentidos?

No son nuestras incursiones voluntarias en el territorio de la fantasía, que bastante castigada ha estado a lo largo de la historia. En tanto no renunciemos al control de nuestro pensamiento esas travesías por la dimensión de lo lúdico jamás deberían ser sancionadas porque son el producto de una imaginación a la que, a la vez, abastecen.

En cambio, ciertas prácticas discursivas demenciales (el demente es el que permanece alejado de la mente) y modos de representación enfermizos que con tanta frecuencia encontramos en el ecosistema de medios solo están consagrados a agitar fantasmas monstruosos. Ese ejército de aberraciones que nos abruma, consume nuestras energías y aplasta rebeldías es eternamente funcional al Viejo Orden que se resiste a morir para dar paso a un Mundo Nuevo en el que la razón no se nuble y nuestras ensoñaciones autocontroladas produzcan estímulos de belleza y bienestar.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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