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10/04/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Fantasía para abastecer la sensibilidad

Fantasía para abastecer la sensibilidad | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Textos de Alejandro Dolina y Leopoldo Marechal, por ejemplo, revelan la sensibilidad humana. Con ella se podría edificar un mundo basado en la ética. Al revés de países poderosos que acaparan vacunas o del rechazo en Argentina al “aporte extraordinario” para morigerar los efectos de la pandemia.

Ricardo Haye *

En el Universo de Dolina dos sectores en pugna son el de “los Hombres Sensibles” y el de “los Amigos del Olvido”.

Dolina nos contó que los Hombres Sensibles hacen alarde de recordarlo todo y eso es porque sus espíritus atorrantes odian la muerte y sospechan que lo que se olvida, perece.

En frente, los Amigos del Olvido militan por la abolición del recuerdo, porque duele. “Todo recuerdo es triste” declaran estos caballeros que, según reveló el propio Dolina, se organizan en subcomisiones encargadas de olvidar determinadas porciones del universo.

Pero si uno lee bien las Crónicas del Ángel Gris se va a enterar que en algunos de los amigos del olvido también anida un sentimiento romántico, repleto de sensibilidad. Porque una rama radicalizada de la organización cree que los recuerdos no sólo son tristes sino también falsos. “Jamás recuerda uno las cosas tal cual fueron”, proclaman. Por lo tanto, -creemos- no están contra el recuerdo, sino contra el mal recordar.

El porvenir siempre es motivo de discordias. Los Hombres sensibles odian el futuro, porque allí está la muerte. Y, por supuesto, los Amigos del Olvido lo aman. Los “olvidadores” sostienen que siempre es mejor lo que ha ocurrido después; se pasan las horas contando hazañas que todavía no han cumplido y viven jactándose de los amores que tendrán alguna vez.

Los que ya vimos pasar algunos almanaques leímos por primera vez las crónicas de Dolina en la Revista Humor, cuyos números conservamos como un tesoro (quizás para preservarnos de la desmemoria). Después, esos textos fueron agrupados en forma de libro. El mismo autor ha renegado alguna vez de aquellos escritos, proponiendo otros más actuales, casi como si quisiera afiliarse al Club de los Amigos del Olvido.

Como quiera que sea, entre nosotros las manifestaciones con arraigo profundo en la cultura popular no siempre atrajeron la atención de la academia. Y en ocasiones sucede que esas expresiones que aquí ignoramos suelen ser objeto de estudio en otros países.

Un par de casos documentados, así lo verifican.

El trabajo en el que la profesora española Ana Davis González traza relaciones entre las crónicas de Dolina y la novela “Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal, es uno de ellos. La académica de la Universidad de Sevilla sostiene que la producción de ambos busca “alcanzar una mitificación de la ciudad de Buenos Aires”, construyendo “un espacio donde personajes legendarios y elementos fantásticos se conjugan con situaciones características de la idiosincrasia porteña”. Aunque no elaboren obras de tesis o políticas, señala Davis González, creadores como Marechal y Dolina intervienen de manera indirecta pero eficiente en procesos de mitificación que impulsan proyectos de unión nacional. Con ese propósito, la literatura de los dos escritores revisa la tradición y la asienta en una Buenos Aires de alcance mítico, lo que Davis González atribuye al interés ideológico compartido de los dos escribientes, el del peronismo.

La voluntad de construir una cultura regional está asentada en ese punto en común, desde el cual -dice la autora- se articulan nociones como las del espacio, la identidad y lo popular. Para Marechal, el escenario de su novela es el de los barrios de Saavedra y Villa Crespo, mientras que las crónicas de Dolina discurren en Flores. En esos suburbios aparecen manifestaciones como el tango o el carnaval, íntimamente relacionadas con lo popular.

Sin embargo, la simpatía política que une a los padres de Adán Buenosayres y el Ángel Gris no constituye (no puede hacerlo) el centro del análisis que realiza un catedrático estadounidense. David Bedford le adjudica a Dolina el haber enriquecido la literatura fantástica argentina aportando elementos en los que se advierte una clara influencia de la obra de Jorge Luis Borges. Para el catedrático norteamericano ese ascendente se hace manifiesto en la visión estética del mundo y en la preocupación acerca de la subjetividad de las cosmovisiones. Además, puntualiza, las Crónicas comparten con Borges y Adolfo Bioy Casares dos valores literarios que estos autores cultivaban cuidadosamente: el aprecio por el buen argumento y por una concisa escritura clásica.

La narrativa doliniana escoge como teatro de los acontecimientos un barrio mitológico nacido de la nostalgia del autor. Bedford consigna que las crónicas pueblan la zona de personajes, agrupaciones y sociedades que responden a criterios no habituales entre racionalistas y empíricos y subraya que no se trata meramente de lo fabuloso, sobrenatural o irreal, sino del trasfondo que penetra las piezas.

Lo que nos interesa destacar es que en todos los casos se revela una presencia muy significativa de la sensibilidad. Esa es la capacidad que requiere una propuesta de mitificación puesta al servicio de propósitos ulteriores, como el de concebir un vínculo inquebrantable entre espacio y cultura (la geocultura). La sensibilidad es la que volvía notables a ciertas personas de Flores, más allá de su voluntad de futuro o sus deseos de amnesia. Y la sensibilidad es la que se hace presente en los lectores cuando Marechal pinta la bohemia porteña de los años ’20 y confronta al protagonista de su novela con sus propias necesidades espirituales. Todo eso sirve para edificar un libro que discurre acerca de la identidad en las fronteras mismas del exceso.

La sensibilidad puede incrementar nuestro disfrute ante expresiones estéticas, pero también nos resignifica y nos permite comprender y regular la relación con los otros y con el entorno. Las personas sensibles registran el estado anímico de los demás; interpretan adecuadamente sus necesidades y sus expectativas y utilizan esa capacidad en beneficio de la comunidad. Desarrollar esa facultad es invaluable y resulta imprescindible en la edificación de un mundo nuevo en el que la ética dirija las conductas sociales e individuales.

Cuando reparamos en la actitud acaparadora de vacunas que han desplegado algunas naciones en medio de la actual crisis sanitaria global es inevitable pensar en la envergadura de la cuesta a repechar. Otra vez las asimetrías sacuden los espíritus y terminan de desacreditar aquella mentira inicial de que el Covid-19 era un virus democrático porque afectaba a todos por igual.

Al verificar la reacción escandalizada con la que personas poderosas de la Argentina proclamaron su queja ante la iniciativa oficial de aplicar un aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia, es imposible obviar la comparación con la realidad de otros países en los que la renta mayor tributa sistemáticamente.

Las proclamas incendiarias de los sectores privilegiados contra los argentinos desheredados de la tierra y los migrantes a los que sus patrias de origen les clausuraron el destino, estrujan los ánimos de quienes sostienen ideales de igualdad y fraternidad.

Las opiniones desaforadas que en los últimos días algunas personas volcaron en las redes sociales acerca del contagio de coronavirus del presidente Alberto Fernández nos traen a la memoria otras expresiones del pasado. Nos recuerdan el “Viva el cáncer” con el que algunos sujetos infrahumanos pintaban las paredes en 1952. ¿Acaso esas manifestaciones de nuestros días no son promovidas por palabras como las que vomitó Macri cuando pidió “que se mueran los que tengan que morir”?

Lamentablemente, contra la insensibilidad todavía no hay vacuna. Solo nuestra voluntad de nobleza y la obra de los referentes genuinos del arte y la cultura pueden contribuir a disolver las callosidades del alma.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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