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28/03/2021

El valor de la igualdad

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Si la desigualdad creciente en la distribución del ingreso es la causa de la continua crisis, la solución pasa, necesariamente, por lograr una mayor igualdad. Claro que esto no va con el neoliberalismo.

Humberto Zambon

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En los años ’70 del siglo pasado estalló la crisis del petróleo, sumiendo en recesión e inflación a los países centrales. En ese escenario poco costó a los ideólogos del sistema culpar como causante de la crisis a la economía social, que había avanzado en los 25 años anteriores, en particular al exceso de gasto público: se asistía al nacimiento del neoliberalismo como ideología, con pretensión de verdad científica, inclusive de “única verdad”.

Simultáneamente, las grandes corporaciones buscaron dos caminos para tratar de restablecer la tasa de ganancia: 1) gran parte de sus excedentes se volcaron a la especulación financiera en lugar de la acumulación productiva, que era lo que aseguraba el crecimiento del sistema y 2) la “descolocación” de sus inversiones, buscando salarios más bajos y menores restricciones legales y ambientales, con lo que se consolidó la globalización neoliberal. Así se crearon las “maquiladoras” en la frontera norte de México, abandonadas luego por inversiones en Europa oriental y, finalmente, en Asia, especialmente en China.

La consecuencia fue, tanto en Estados Unidos como en los países europeos y desde los años ’70, la disminución de las rentas del trabajo como proporción del PBI, a cambio del incremento de los ingresos del capital. Como la mayoría de la población obtiene sus rentas del trabajo, sea en dependencia o por cuenta propia, el resultado fue un aumento continuo de la inequidad en la distribución del ingreso.

Según el Banco Mundial, en los países más ricos hubo un importante aumento de la desigualdad, especialmente entre 2002 y 2011, fechas en que el índice de Gini (que es la forma habitual de medirla, que oscila entre 0, igualdad, y 1, absoluta desigualdad) de la Unión Europea pasó de 0,33 a 0,39, el de Estados Unidos de 0,39 a 0,43 y el de Japón de 0,35 a 0,41. Como dice el economista Vicenç Navarro, que las 85 personas más ricas ganen lo mismo que 3.500 millones de personas y existan 1.426 ricos cuya fortuna supera los mil millones de dólares es toda una obscenidad.

Si bajan los ingresos de la mayoría de la población (sea en términos absolutos o relativos) disminuye la demanda efectiva, iniciándose una recesión; las inversiones productivas dejan de ser rentables y el capital se orienta con mayor intensidad hacia actividades especulativas y financieras.

A la caída de la demanda global el sistema respondió de dos formas: 1) Aumentando el gasto del estado, esta vez no en beneficio de la sociedad (educación y salud pública, mayores jubilaciones y pensiones y otras medidas de equidad social) sino del conglomerado militar. Como dijo Kalecki, el armamentismo es el único gasto que los empresarios consienten sin problema y, como se demostró en la década de los años ’30 del siglo pasado, es un gasto que no tiene límite alguno, basta agitar ante la opinión pública la amenaza, real o imaginaria, de un enemigo; el aumento del gasto militar se financió con deuda pública; 2) Financiando consumo con deuda. Cuando la gente (tanto las familias como las pequeñas empresas) no tiene dinero lo piden prestado, lo que explica el crecimiento del sector financiero. Para Navarro “hay una relación inversa desde los años ochenta entre la disminución de las rentas del trabajo en un país y el crecimiento de la banca”; el descenso de las rentas del trabajo puede no traducirse en descenso de la demanda si la capacidad adquisitiva de la población no desciende como consecuencia del endeudamiento. “Es decir, el crédito (que lo proporciona la banca) puede mantener la demanda. Pero hasta cierto punto”.

El resultado es un mundo endeudado. La deuda pública representa el 105% del PBI, deuda que aumentó en el último año, por la pandemia, en 12 billones de dólares. La deuda global, pública y privada, se calcula en 281 billones de dólares, lo que representa el 355% del PBI global. Obsérvese esa cifra: por cada peso de bienes o servicios producidos se deben 3,55 pesos, una muestra clara de la inviabilidad del sistema.

Ya pasó en el año 2008, en que el crecimiento del capital financiero y la desregulación neoliberal de la banca se convirtió en un ‘capitalismo de casino’. Se generó una burbuja con la deuda hipotecaria hasta que la burbuja “reventó” y amenazó con arrasar con gran parte del sistema bancario; los estados debieron intervenir para salvar a los bancos, los responsables directos de la crisis (cosa que no habían hecho en defensa de las familias desalojadas por no poder pagar sus hipotecas), endeudándose aún más. Así hasta que otra “burbuja” estalle, generando una nueva crisis.

En última instancia, con el aumento de la desigualdad de ingresos se generó un mundo endeudado, con hipertrofia armamentista, que va de crisis en crisis. Y con el riesgo de que en algún momento un jefe de estado se decida a utilizar el exceso armamentista, como ocurrió en 1939 con la carrera armamentista originada en la crisis de los años ’30. Entonces, más que salvar al sistema, se pondrá en riesgo la supervivencia de la humanidad misma.

La conclusión es obvia: si la desigualdad creciente en la distribución del ingreso es la causa de la continua crisis, la solución pasa, necesariamente, por lograr una mayor igualdad. Claro que esto no va con el neoliberalismo que, de la vieja ideología de la Revolución Francesa de “libertad, igualdad y fraternidad”, sólo le queda la primera, entendida básicamente como libertad de empresa. De fraternidad o solidaridad nada, ya que se estimula el individualismo, la competencia de todos contra todos y el éxito del más apto y tampoco la igualdad, que entra en colisión con la idea de la meritocracia, es decir, que la riqueza o pobreza es la consecuencia del esfuerzo y de la capacidad de cada uno de los actores, resuelto imparcialmente por el mercado. No importa que la experiencia muestre lo erróneo de ese razonamiento, que el que nace pobre tiene enormes posibilidades de morir pobre (y a la inversa, el que nace rico), independientemente de sus méritos, ya que es un pensamiento dogmático, casi religioso, muy difícil de cambiar.

Es de pensar, entonces, que estamos ante la crisis de todo el sistema, al que el pensador Samir Amín define como un “sistema senil”.

29/07/2016

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