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24/11/2020

Aguafuertes del confinamiento

Prácticas imperdonables del conservadurismo

Prácticas imperdonables del conservadurismo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Los conservadores se escudan en valores familiares y religiosos pero su mayor interés es preservar eternamente el orden social heredado. La historia reciente está plagada de episodios que muestran su cara más destemplada y violenta.

Ricardo Haye *

¿Qué es más difícil: que nuestras ideas alcancen a otros o que arraiguen en sus mentes y corazones?

Para conseguir el primer objetivo, deben atravesar un bosque muy tupido de mensajes que se enciman, se solapan y, en muchas ocasiones, terminan anulándose entre sí.

Y a fin de afirmarse y perdurar en los demás, tendrán que traspasar las barreras levantadas por un acondicionamiento mental afiatado y prolongado que desarrolla una resistencia formidable ante los mensajes de cambio.

Muchas personas experimentan una gran incomodidad ante la heterodoxia, lo cual es una manera más elaborada o elegante de señalar que son la encarnación del conservadurismo. Acostumbran escudarse en la defensa de valores familiares y religiosos pero su mayor interés es el de preservar eternamente el orden social heredado. Se trata de un modelo mental enseñado de manera individual o colectiva y amplificado hasta el paroxismo por mega emporios comunicativos cuya estructura de propiedad se beneficia de unos privilegios que intenta denodadamente naturalizar ante los ciudadanos de a pie. 

En algunos casos el conservadurismo se expresa de manera destemplada y ha llegado incluso a las agresiones físicas a cualquiera que reivindique la necesidad del progreso. Cuando enloquecen, los conservadores recalcitrantes han sabido ensañarse con periodistas o reporteros gráficos que intentan documentar sus acciones. Y cuando ellos solos no dan abasto, tienen suelen recurrir al palito de abollar ideologías que inmortalizó Mafalda. 

El régimen conservador argentino, que prosperó a partir de la Generación del ’80, se basó en un modelo productor de materias primas consagrado a abastecer las necesidades imperiales británicas. Sus “próceres” fueron militares, estancieros y políticos que no se andaban con remilgos a la hora de amañar elecciones, así como también pistoleros dedicados a intimidar adversarios y disolver resistencias.

Para todos ellos, la célebre postulación de Clausewitz tenía valor invertido y daban por cierto que «la política es la continuación de la guerra por otros medios». De ese modo, la militancia se nutrió con referentes del hampa que acostumbraban recalar en el Partido Conservador de la provincia de Buenos Aires.

No parece concebible que esa tosca mano de obra haya indagado acerca de los orígenes del núcleo de principios que defendían a puñaladas, tiros o trompadas y que se remontan hasta la época de la Revolución Francesa. Pero sus superiores en la escala zoológica siempre tuvieron las cosas claras. 

El conservadurismo es una corriente que brega por el sostenimiento de las tradiciones y, muy especialmente, por los privilegios de sus defensores más acérrimos.

Dictadores y plutócratas: Videla rodeado de Mitre (1ro. a la izq.), Magneto y Ernestina de Noble.

 

En este arrabal del planeta no fue posible reivindicar conceptos históricos de rancias sociedades europeas como la monarquía absoluta o la aristocracia hereditaria, pero eso no les impidió a nuestros plutócratas criollos ejercer la enorme influencia devenida de su riqueza. En el seno familiar la autoridad patriarcal no estaba sujeta a discusiones y, como el reciente episodio suscitado en torno al grupo Etchevehere lo comprueba, en algunos círculos se trata de un principio que continúa gozando de prestigio. Ha sido más soterrado, pero también se extendió en el tiempo el ejercicio humillante del derecho de pernada que dio a los patrones innumerables ocasiones de abusar de sus subordinadas. Es en su práctica que descansan los antecedentes más degradantes y crueles de la violencia que actualmente continúan sufriendo las mujeres.

Es cierto que el tradicionalismo político no siempre se manifiesta mediante actitudes reaccionarias y que en ocasiones suele darse a conocer a través de respuestas moderadas que solo expresan una limitada receptividad ante mensajes de cambio.

Sin embargo, la historia más reciente de los argentinos está plagada de episodios en los que el conservadurismo mostró su cara más destemplada y violenta. Rostros desencajados propiciando el ajusticiamiento de una presidenta; curas atrabiliarios pidiendo el hundimiento marítimo de semejantes con piedras en el cuello; una legisladora reclamando el regreso ominoso de los “falcon verdes”; un jefe comunal cordobés reivindicando a Hitler y a Videla; y una pléyade de figurones que incluyó, entre otros, al sindicalista rural (ya fallecido) Gerónimo Venegas, la dirigente Hilda Duhalde, el humorista devenido político Miguel del Sel o el empresario Enrique Pescarmona, afirmando que la Asignación Universal por Hijo predisponía al embarazo solo para cobrar el beneficio económico. En el punto culminante de la miserabilidad humana, un encumbrado dirigente radical llegó a sostener que los recursos del Estado se iban «por la canaleta del juego y la droga».

No integran ninguna especie sub-humana; pertenecen al escalafón social de los aventajados que cuentan con recursos suficientes para acceder a varias ingestas diarias, tienen mansiones suntuosas y han podido asolearse en distintas geografías. También han cursado estudios superiores, pero -a la luz de sus pronunciamientos- emergen dudas acerca del resultado de esa exposición al conocimiento.

Sin embargo, no son ellos a los que apostrofó la ministra de Educación porteña en su reciente ataque a los maestros que "eligen militar en lugar de hacer docencia". Soledad Acuña alentó enfáticamente la práctica de la delación eligiendo ignorar que esa conducta, en nuestro país, condenó a la desaparición y la muerte a miles de personas.

Soledad Acuña, ministra porteña de Educación.

 

La funcionaria de derecha resaltó que la enseñanza se viene abasteciendo con personas provenientes de "los sectores socioeconómicos más bajos", que portan consigo poco "capital cultural". Habla como una comentarista política (y de las que poseen las estructuras de pensamiento más vulgares y rústicas) y no como la responsable de mantener en ascenso los niveles de nuestra educación. Pero, increíblemente, prefiere desconocer torpe o malintencionadamente que la fuerza política conservadora y elitista que ella integra lleva más de una década gobernando la ciudad más próspera de la Argentina y que si sus palabras acaso fueran ciertas, su grado de responsabilidad y el del partido al que pertenece serían insoslayables en esa situación. 

Entendemos que sus balbuceos son congruentes con la mirada mezquina, egoísta, antisolidaria y entregadora del sector al que representa. Comprendemos que sus juicios configuran el entramado discursivo embrutecedor que administra la calaña a la que adscribe. Pero no podemos disculpárselo. Porque hacerlo sería renunciar a la voluntad de transformación, al ideal de siembra provechosa, a la construcción de una sociedad inclusiva en la que soñar futuros promisorios esté al alcance de todos y la posibilidad de edificarlos efectivamente no resulte prerrogativa de unos pocos. Todo eso que el conservadurismo rechaza desde la memoria remota, amarga y biliosa de unos privilegios que urge erradicar del imaginario y los corazones argentinos.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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