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15/10/2020

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Fábulas democráticas occidentales

Fábulas democráticas occidentales  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Suponer que a EE.UU. y a la Unión Europea les importa la democracia” en Sudamérica “habla peor de nosotros que de ellos”, dice el autor de esta nota. Agrega que desde esa perspectiva debe mirarse lo que ocurre en Venezuela.

Marcelo Brignoni *

Terminada la Segunda Guerra Mundial, donde para el triunfo de los aliados el Ejército Rojo de la entonces URSS fue el factor más determinante, los muchachos del capitalismo occidental entendieron que tenían que llevar adelante una nueva conceptualidad y organización internacional para evitar que el comunismo “se los comiera”. De aquella desesperación surgieron varias ideas y organizaciones. La ONU y el FMI fueron las más destacadas en lo organizativo. La apelación a la democracia y a los derechos humanos, su complemento discursivo cultural.

Se trataba de buscar herramientas que permitieran mantener la libre acumulación del capital, la sociedad dividida en clases y la pobreza extendida producto de la desigualdad, pero presentadas como consecuencia inexorable de la “falta de esfuerzo individual” suficiente. Aquellas ideas llegan hasta nuestros días. El comunismo, mientras tanto, cayó sepultado por el muro.

Iniciado el siglo XXI y con toda la “izquierda democrática” europea asimilada a consentir que “pobres hubo siempre”, la anomalía populista sudamericana comenzaba su desarrollo. El puntapié inicial lo daría Venezuela y su enorme Hugo Chávez, criticado por sus errores pero denostado por sus aciertos.

Mientras los muchachos europeos nos hablaban de gobernanza, de nuevos derechos, de sociedad civil y de otros espejitos de colores para evitar la discusión real sobre el poder, sobre los recursos existentes y su distribución, en América Latina se recobraban las mejores tradiciones nacional populares. Historias y luchas que permitirían que por primera vez en décadas, y luego del ominoso Plan Cóndor y sus dictaduras sicariales, sobrevinieran liderazgos como el de Chávez, Lula, Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y varios más.

La lucha ganada por la globalización financiera, que había logrado, después de tumbar el Muro de Berlín, transformar a viejos dirigentes socialistas europeos en perros falderos de la banca, se trasladaba a América Latina, ahora sí el foco que alumbraba globalmente el inconformismo con la sociedad de mercado y la pretensión de nuevas utopías de igualdad.

Como era claro entonces y también ahora, todas las sucursales sudamericanas de los “partidos de izquierda democrática”, como ellos mismos se definen, aunque no sea cierto, se ubicarían en la más feroz oposición a los gobiernos populares en Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Las terminales de la sociedad civil financiadas por los demócratas americanos harían el resto del trabajo, armando voluminosas carpetas de “prácticas corruptas” que denunciaban que la “calidad democrática” de nuestros países era intolerable. Obviamente, según la mirada de los empleados de la americana Usaid (sigla en inglés de la “Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional”) y de la burocracia descendiente de los colonizadores genocidas, que habitaban Bruselas por aquellos años.

El lawfare y los golpes judiciales parlamentarios llegarían posteriormente, ante la persistencia del respaldo popular a esos liderazgos latinoamericanos.

Que después de todo lo acontecido en nuestra región, supongamos que a Estados Unidos y a la Unión Europea les importa fortalecer la democracia por estas latitudes, habla mucho peor de nosotros que de ellos.

Es verdad que el mecanismo prebendario de cooptación con remuneraciones en dólares o en euros, produce la presencia de varios sudamericanos en el ejército de sacos cortos y zapatos puntiagudos de los organismos multilaterales, pero ese precio es demasiado barato para que nuestros pueblos sigan pagando con el hambre y la desesperanza. La acumulación de ganancias y destrucción del medio ambiente, que las empresas transnacionales del hemisferio norte producen por estas tierras, lejos está de beneficiar a la “democracia”.

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, dijo Joaquín Sabina alguna vez, y nunca sucedió que Estados Unidos o la Unión Europea hayan tenido otro interés que saquearnos.

Con solo mirar Arabia Saudí, veremos que el “compromiso con la libertad y la democracia” de Occidente es “ajustable a intereses”, y también puede ser pagadero en dólares o en petróleo. Aun cuando la disolución de opositores en ácido, luego de trozarlos en propias embajadas, sea una práctica de la dictadura gobernante en aquel país, la misma no será catalogada de esa forma, en tanto las transferencias se acrediten oportunamente en bancos del primer mundo.

En cada texto del neoliberalismo del hemisferio norte donde se lee defensa de la libertad, debe leerse defensa de la propiedad. Donde se lee defensa de la democracia, debe leerse defensa del accionar impune de sus empresas.

Solo la unidad regional y la reivindicación de nuestra historia y nuestras luchas nos hará mejores, con sociedades más igualitarias y con potencia para actuar en defensa de nuestros intereses y los de nuestros pueblos.

Suponer que nuestro norte debe ser integrarnos al “mundo democrático occidental” nos acerca más al tilingo de Jauretche que a un mejor futuro para nuestra patria.

Nuestra mirada sobre Venezuela debe ser analizada desde esta perspectiva. Lo demás, es literatura política colonial.

Fuente: La Tecla Eñe.



(*) Analista de política internacional. Columnista del programa radial “Vayan a laburar”, emitido por AM750.
29/07/2016

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