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14/10/2020

El silencio como herramienta de dominación

El silencio como herramienta de dominación | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Alberto dijo en su campaña y volvió a repetirlo en su asunción: ‘Cuando me equivoque, háganmelo saber’. Pero nadie dice nada. Cristina, porque no puede debilitar la imagen de Alberto; los y las legisladoras, porque sienten como oficialistas que la crítica puede herir al Poder Ejecutivo (…)”.

Rodolfo Canini

La realidad y el sentido común están asociados inevitablemente, y esa condición asociativa los vuelve relativos. Existe un viejo cuento conocido como “El rey desnudo” escrito por el danés Andersen allá por 1837. El mismo habla de un rey que se preocupaba mucho por su vestuario. Un día oyó a dos pícaros decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna. El rey envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. 

Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino. Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla. Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosa de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo: «¡Pero si va desnudo!». La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó: “el rey está desnudo”.

Esta era de la híper comunicación es abono propicio para manipular, para crear ilusiones, que logren personas enajenadas, que viven sin conciencia de la realidad. Cuando el sentido común más se aleja de la realidad más enajenada está la sociedad y también, más fácil es vender trajes invisibles. Las ideologías, como conjunto de ilusiones, se meten en todas las fisuras de la realidad instalando nuevos sentidos comunes. Ahora, si una ideología es nutrida por los hechos de la realidad, las ilusiones se desvanecen y se convierten en utopías, en horizontes, siendo la esperanza el vehículo que nos lleve hacia una transformación. Para eso está la política, que consiste en tramitar los conflictos de intereses entre los diferentes sectores de una sociedad sin violencia.

Platón la definía como: “El arte de gobernar a los hombres con su consentimiento”. Para gobernar, indudablemente, hay que conocer la realidad. Se usaron litros de tinta para escribir sobre el tema. “Todo lo real es racional y todo lo racional es real” decía Hegel. El joven pensador francés, Étienne de La Boétie, considerado por algunos como un precursor intelectual de la desobediencia civil y del anarquismo, en el siglo XVI ya teorizaba en sus breves escritos del “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” acerca de la legitimidad de cualquier autoridad sobre un pueblo y analizaba las razones de la sumisión (relación dominación/ servidumbre). Hegel, dos siglos después analiza en “La Dialéctica del amo y el esclavo” esa relación como una parábola del ser social del hombre. Según el filósofo alemán, el progreso hacia lo absoluto o Autoconciencia se basa en asumir esa relación entre dueño y sirviente.

En el siglo XIX Marx escribe en su Manifiesto Comunista: “La lucha de clases es la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días… opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes”. Esto es la centralidad del pensamiento de Carlos Marx. Quien domina impone los valores y las normas de una sociedad, que obviamente es a conveniencia de los intereses del dominante.

En el siglo XX los cambios revolucionarios pasaron por el socialismo. Aunque está instalado que se llega al Comunismo a través de la violencia como síntesis de la lucha de clase, en ninguno de sus escritos Carlos Marx propone la lucha armada como método para tal fin. La única arma para cambiar la realidad y llegar a un sistema comunista es la conciencia, decía el filósofo alemán. De allí que la enajenación, es decir “estar fuera de la realidad”, no ser consciente, es el gran obstáculo para la transformación.

La enajenación de la humanidad y de la persona en particular no es exclusivo de la post-modernidad ni de este neoliberalismo que viene enterrando la racionalidad en el cementerio del bien común en pos de una vida ligera y devaluada, tanto para pobres como para ricos. No es que cerrando los ojos la realidad desaparece, y tampoco callando se ayuda a que algo cambie para bien.

Las personas que votamos en las últimas elecciones a favor de un cambio de timón en el gobierno argentino nos entusiasmamos pensando que mejoraría la realidad a partir de la implementación de políticas más equitativas en términos económicos e igualitarias en lo social. Se hicieron muchísimas acciones en este sentido, pero las anunciadas, las simbólicas, por no decir las de fondo, como la expropiación de un mega deudor al Estado, empresa Vicentin, o la de crear un impuesto permanente a las grandes fortunas, o encontrar otras herramientas para ponerle un coto a las excesivas ganancias de las empresas multinacionales, o estrechar vínculos con los países hermanos latinoamericanos que son castigados por el poder económico internacional, nada de eso ocurrió. 

Muy por el contrario, en algunos casos se procedió negativamente, como el voto condenatorio a la República Bolivariana de Venezuela en la ONU, hace unos días. Varios son los argumentos justificativos del proceder del gobierno nacional, pero todos ellos caen en la excusa del posibilismo, lo que permite la relación de fuerzas. Si Néstor Kirchner se hubiese abrazado a esa fórmula para gobernar, o si la misma Cristina hubiera sometido su voluntad transformadora al cachetazo que le dio la oligarquía al comienzo de su gobierno con la Resolución 125, ambos hubiesen sido echados antes de terminar sus respectivos mandatos. De manera que la experiencia deja en evidencia que el argumento posibilista, en muchos casos, es una mera justificación de la propia autocensura por ausencia total de audacia, o porque no se responde a los intereses que se dice representar. Hasta aquí nada nuevo.

Alberto dijo en su campaña y volvió a repetirlo en su asunción: “Cuando me equivoque, háganmelo saber”. Pero nadie dice nada. Cristina, porque no puede debilitar la imagen de Alberto; los y las legisladoras, porque sienten como oficialistas que la crítica puede herir al Poder Ejecutivo; los y las militantes políticas del mismo espacio, porque ven el peligro de que sus críticas al gobierno fortalezcan a la derecha. Y todo eso es parcialmente cierto. Pero no es menos verdadero que los cambios profundos llevados a cabo en nuestro país –y en el mundo- se hicieron desde los gritos y desde la calle, siempre en forma más o menos organizada. Para ello hay que conocer la realidad, y a esa realidad hay que exteriorizarla. Si eso no ocurre, es decir si todos callamos, quizás por no debilitar la figura presidencial, o por no esmerilar el menguado poder del gobierno, o por el miedo a que vuelva la derecha a la Casa Rosada (del Poder nunca se fueron), o por las causas/excusas que se les ocurran, lo cierto es que nuestro silencio favorece al Poder real y a no cambiar nada de lo que se dijo que se cambiaría.

Sólo conociendo la realidad es que podemos transformarla. La disconformidad, la queja, el reclamo visibilizan esa realidad. Sin exteriorizarla, es solo un relato. Ayuda que el o la ciudadana sin cargos políticos manifieste su disconformidad y hasta su enojo por decisiones y acciones que no beneficien a sus intereses de pertenencia. Pero resulta más contundente para exteriorizar esa realidad, que los y las que tienen cargos políticos también se manifiesten, y que lo hagan públicamente. 

Es necesario que se escuchen las voces disidentes en el oficialismo, y es imprescindible que lo hagan de cara al Pueblo, para que ese Pueblo se sienta interpretado e interpelado. Es necesario para desbalancear esa correlación de fuerzas, que más de una vez sirve de justificativo para la inacción. Las y los políticos del gobierno deben socializar los problemas y sus disconformidades, y también su bronca contra la injusticia naturalizada, para no habilitar a los odiadores de siempre a que la utilicen como materia prima del resentimiento social, volviendo a inyectar veneno en el Pueblo, que luego pide un verdugo que lo termine guillotinando. Esa correlación de fuerzas tan temida solo se modifica con valentía y osadía de las y los dirigentes. El silencio es cómplice de las injusticias, las legitima.

29/07/2016

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