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07/09/2020

“Cuarentena”: tal vez el discurso del gobierno quedó viejo

“Cuarentena”: tal vez el discurso del gobierno quedó viejo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Salvo sectores económicos que siguen paralizadas o situaciones de ciertas regiones o ciudades, ya no existe una obligación estricta de quedarse en las casas ni un cierre completo de actividades que merezca llamarse “cuarentena”. Junto con medidas drásticas contra el virus, se necesita un nuevo relato.

Miguel Croceri

Dentro de pocos días se sabrá si el gobierno nacional, eventualmente en acuerdo con las provincias y la ciudad autónoma de Buenos Aires, adoptan algún tipo de medidas drásticas para tratar de frenar la propagación hasta el momento indetenible del coronavirus en Argentina.

La gestión del presidente Alberto Fernández logró el principio la hazaña de convencer a una abrumadora mayoría de la población sobre la necesidad de tomar medidas de prevención, y para ello interrumpir las actividades laborales y económicas, para disminuir los riesgos y daños de la enfermedad. 

Pero ahora está ante el desafío gigantesco de lograr otra hazaña, cual es la de impedir el colapso generalizado del sistema de salud, que en algunos lugares ya se está produciendo o es una amenaza inminente. 

En realidad el desafío es para toda la sociedad, pero es la autoridad política democrática quien debe dirigir el proceso desde la conducción del Estado. Lo contrario, es decir no adoptar estrategias de prevención y mitigación del daño, es el modelo seguido entre otros por Donald Trump y Jair Bolsonaro, que convirtieron a Estados Unidos y Brasil en los dos países con mayor cantidad de personas contagiadas y muertas por el Covid-19.

Dentro de la complejidad inabarcable que tiene la pandemia, un aspecto posible de observar es el discurso político del gobierno argentino y su capacidad de persuadir -o no- a la población para que acepte las restricciones imprescindibles ante la emergencia sanitaria.

Lo que hoy se denomina en el habla popular y también en los más diversos discursos públicos como “cuarentena”, cuando fue creado por el presidente Alberto Fernández a partir del 20 de marzo como dispositivo de prevención tuvo el nombre legal y formal de (muchas/os lo recordarán) “aislamiento social preventivo obligatorio”. 

De esas cuatro palabras surgió, en algún momento posterior, la sigla “ASPO”, usada por algunos funcionarios y medios de comunicación pero sin que esa manera de denominar a la estrategia contra el Covid-19 alcanzara popularidad. Siguió predominando la palabra “cuarentena”.

En un momento posterior, transcurridos casi tres meses del comienzo y hacia mediados de junio, la paulatina flexibilización de las medidas iniciales -segmentadas de a poco según provincias, ciudades, regiones, localidades pequeñas, etc.- determinaron que 18 provincias adoptaran una variante que ya no era el “aislamiento” social, sino el “distanciamiento”. El nombre competo fue “distanciamiento social preventivo obligatorio”, cuya sigla -aunque muy poco usada- fue “Dispo”. (Reporte de la agencia de noticias Télam. Nota del 08/06/20). 

Sin embargo el habla popular y los discursos públicos prácticamente sin excepciones, siguieron llamando “cuarentena” a cualquier medida que limite el desplazamiento de personas o la actividad laboral-económica como forma de disminuir los daños del coronavirus.

Pero mucho antes, cuando habían pasado apenas tres semanas de vigencia de las restricciones, periodo en el cual hubo un rotundo consenso inicial tanto de la dirigencia política como de la gran mayoría de la sociedad, las cadenas mediáticas de la derecha empezaron con su accionar sedicioso devastador. 

Probablemente fue una figura televisiva quien pronunció por primera vez la aberración discursiva y conceptual de que el presidente estaba “enamorado de la cuarentena”. Y a partir de ahí fue el invento retórico fue propagado al infinito por el poder de las maquinarias comunicacionales, incluido su correlato en las redes digitales. 

(El 10 de abril, cuando transcurrían solo 20 días del aislamiento para enfrentar a un virus que ya amenazaba a todo el mundo y provocaba estragos en países de Europa occidental como España e Italia, el periodista y agitador de ultraderecha Jonatan Viale dejó plantada en la opinión pública la expresión “enamorados de la cuarentena”. Fue a través del canal A24, que es parte de la cadena “América”. Lo hizo con su propio comentario y le sumó un potente refuerzo de las palabras en la pantalla. Nota del 10/04/20 publicada en la página web del propio canal).

A partir de allí, el bombardeo mediático contra los cuidados frente al virus y contra el gobierno siempre fue en aumento, con el consiguiente desgaste del discurso a favor de la salud y la vida.

Cuarentena y anti-cuarentena

Lo que ocurre actualmente desde el punto de vista de la comunicación del gobierno referida a la estrategia contra el Covid-19, es que quizás el discurso oficialista se haya quedado “viejo”. La propia consigna central, “Quedate en casa”, perdió gran parte de su sentido.

En estos momentos, salvo sectores específicos de la producción o los servicios, y dejando de lado situaciones propias en ciertas regiones o ciudades de algunas provincias, mayormente en los hechos ya no existe una obligación estricta de quedarse en las casas ni un cierre completo de actividades que merezca denominarse “cuarentena”. Ni tampoco aislamiento.

Hay sectores de la actividad laboral-económica que siguen paralizados de forma absoluta o casi absoluta. Son las que más sufren las consecuencias de las medidas preventivas determinadas por la amenaza del virus. Se destacan entre ellos el turismo, los espectáculos culturales y deportivos, la gastronomía (con particularidades en diferentes provincias o ciudades), el transporte de larga distancia, y los grandes centros comerciales cuyo movimiento implica masiva aglomeración de personas. Y también, por supuesto, la educación con presencia física en escuelas, colegios o universidades.

Sin embargo, una parte muy considerable de la industria, el comercio y los servicios tiene un cierto nivel de funcionamiento que, según los casos, va desde mínimo a casi total, pasando por todas las variantes intermedias. Aunque en general parcialmente, de forma restringida, y con las reglas de los ahora tan nombrados “protocolos” que procuran establecer normas tendientes a la seguridad sanitaria.

La realidad en ese sentido ha cambiado mucho desde marzo hasta acá, y sin embargo el discurso de los funcionarios y del frente político gobernante no lo ha registrado. 

Como excepción, a mediados de agosto el presidente hizo mención a tal situación. “Seguimos hablando de cuarentena sin que en la Argentina existan cuarentenas”, afirmó. Pero lo hizo de forma aislada, nunca lo repitió. Fue al pasar y en medio de una exposición extensa, sin que ni él, ni sus ministros, ni los voceros parlamentarios del oficialismo, ni tampoco la comunicación institucional del gobierno y ni siquiera los medios afines, integraran esa idea como un concepto central del discurso del gobierno. 

(El medio insignia de la derecha desestabilizadora, el diario Clarín, publicó el video con ese tramo de su alocución. Nota del 14/08/20. Además, como lo muestra la ilustración, aprovechó para darle un toque burlón a su título de tapa).

“Cuarentena” ha pasado a ser, en ese sentido, una especie de “palabra maldita” que el discurso dominante estigmatiza como la culpable de todos los problemas que sufre la población por las restricciones que aún rigen, y por la acumulación de daños en las economías familiares y en la economía general del país. Que ya arrastraba la catástrofe heredada del gobierno de Mauricio Macri.

Como contracara, las marchas callejeras u otras variantes opositoras al gobierno (como “cacerolazos”, “banderazos”, etc.) son mencionadas en todos los discursos, incluso los oficialistas, como “anti-cuarentena”. Pero en realidad son fenómenos que debieran ser re-pensadas y elaboradas conceptualmente para traducirlas en palabras más apropiadas.

Ante todo son hechos “anti-gobierno”, pero generalmente también son negacionistas -o negadores- del virus o de la pandemia, con rasgos ideológicos de derecha o directamente de ultraderecha, extremistas.

Son expresiones antidemocráticas, anti-política -cuando no hay política democrática mandan los poderes de facto empresariales, judiciales, mediáticos, militar-policiales, etc.-, y con frecuente gestualidad y retórica violenta al menos de muchos/as participantes. También son marchas que multiplican los contagios y, junto con otras causas, son generadores de la propagación exponencial del virus en la actualidad.

Si a todo ello se lo engloba dentro de la expresión “anticuarentena”, también se incurre en un discurso “viejo”, ya superado abrumadoramente por los hechos.

Mientras tanto, desde el más noble intento persuasivo, el presidente Fernández sigue exhortando a que cada uno/una “se cuide”, o que entre todos y todas “nos cuidemos”, o el reiterado uso de la expresión apelativa “cuídense”. Es una retórica que era eficaz al principio pero ya dejó de serlo.

La gravedad que alcanza la pandemia en las últimas semanas y días en nuestro país, exigen de las autoridades medidas audaces. Con el insalvable riesgo de que ya no exista la capacidad real del Estado para que sean efectivamente cumplidas. 

La derecha en general, sus cadenas mediáticas en particular, y el accionar de una ultraderecha con cierto apoyo social que ha surgido durante la pandemia y se manifiesta reiteradamente en las calles y en las redes digitales de forma delirante, amenazante e incluso violenta, han ganado mucho espacio desde marzo hasta hoy.

El gobierno debe resolver medidas de contención sanitaria del Covid-19 pero además, junto con todas las fuerzas populares y el conjunto de la sociedad civil democrática, debiera renovar el discurso y la estrategia de comunicación. 

Se necesita un nuevo relato, una forma actualizada de pensar y nombrar a los fenómenos de una realidad muy cambiante. Tanto para re-intentar el mayor cumplimiento social posible de las medidas de cuidado contra el virus, como para disputar en el campo de la opinión pública el accionar de los enemigos de la salud pública, de la convivencia democrática y de la paz social.

29/07/2016

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