Columnistas
06/09/2020

Decime si exagero

La balada de la cosa chica

La balada de la cosa chica | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Cinco años después de su estreno en cines, el film mexicano “Almacenados” irrumpió en la plataforma de streaming de la “N” y durante esta pandemia se convirtió en un pequeño/gran éxito inesperado en todo el mundo de habla hispana.

Fernando Barraza

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Toda vez que en este artículo hablemos de “Almacenados”, estaremos mencionando la película mexicana que sorprendió a un número importante (millones) de personas en el mundo de habla hispana durante esta pandemia. Como muchos otros “hitazos” inesperados aparecidos de la nada en el universo de los streamings, ésta película sencilla, austera, tierna, profunda y directa ha entretenido y ha dejado pensando a una audiencia masiva.

Dicen que la obra teatral española que le dio origen al film del mexicano Jack Zagha Kababie es una gran pieza del teatro contemporáneo. Es muy probable. Su dramaturgo es el español David Desola Mediavilla, a quien la crítica especializada suele empardarlo con nombres icónicos y geniales del teatro universal Ionesco, Beckett o Darío Fo. A todo esto, súmenle que una buena parte del planeta ya ha visto y se ha rendido a los pies de “El Hoyo”, la película distópica que él escribió y que también se puede ver vía streaming en el servicio de la “N”. 

Por el momento no hay como corroborar empíricamente esto que se afirma en las críticas teatrales, si la obra que le dio origen a esta película es o no es tan maravillosa como el film, porque lo más “largo” que se consigue en youtube de esta obra original son 23 minutos de una de las tantas puestas hechas, filmada desde el fondo de una sala grande, con mucho eco y un soplido ambiente insoportable. Poco se puede apreciar. Habrá que esperar a que los teatros vuelvan a abrir, que nosotrxs nos animemos a concurrir a las salas y que algún o alguna directora se disponga para montar el texto en algún teatro de la Patagonia. 

(Digresión: Qué hermoso que es imaginar un mundo en el que se pueda ir al teatro y en el que la palabra COVID no sea pronunciada en el cotidiano…)

Alguien me dirá: “Si vas a hablar de la película, ¿por qué abrís este texto mencionando la obra de teatro?”. Simple: porque la mayoría de las críticas negativas que se le hicieron al film incluyen como argumento central que “se nota demasiado” que proviene del mundo del teatro y junto a esta crítica, se valora negativamente que -en esa supuesta “hibridación”- quien mira la película “desconecta” de a ratos con la trama y “se sale” de la ficción, como “viendo” los hilos que dirigen por detrás esta obra. 

Bueno, perdonen si me puse un poco pesado encomillando un montón de palabras, lo sé, lo sé… parezco un forista/lector furioso de diario de derechas, pero es que quiero denotar algo que de otra manera (sin tantas comillas) no podría: 

Todas las críticas negativas sobre estas pequeñas rupturas momentáneas de “verosimilitud” que se le hacen a la película de Zagha Kababie deberían ser POSITIVAS. 

Me explayo un poco más para que entiendas por dónde voy:

Es cierto que hay una convención establecida por la cual, a diferencia del teatro, el cine pretende que nunca “se le vean los hilos”. Desde su génesis como expresión artística, el cine ha intentado perfeccionar algunos aspectos ficcionales que las puestas teatrales no pudieron resolver jamás por sus propias limitaciones físicas, técnicas y por sus características de representación inmediata, casi artesanal o directamente artesanal. Un ejemplo simple y efectivo acerca de esto: en el teatro MacDuff no le corta la cabeza a Macbeth en el escenario, y es el público el que debe aceptar mediante un guiño textual que eso sucedió. Pero en la versión cinematográfica que hizo Roman Polanski la decapitación se consuma en pantalla. 

El cine entendió -en su poder mecánico de lente, cinta y post-producción- que podía mejorar la verosimilitiud y perfeccionar el impacto emocional escondiendo fuera de cámara o, por el contrario, enfocando exagerada y atentamente lo que se quisiera resaltar. En ese recurso técnico posible (la selección y la edición) el cine hizo aparecer y desaparecer cosas, animales, edificios, naves espaciales y personas y ese trabajo fue perfecto, siempre facturado con un “timing” ideal, como para que los hilos no se vieran nunca, como para que lxs espectadorxs nunca se descuelguen de la fantasía propuesta. Luego llegaron los efectos de post-producción digital y dieron mayor “verosimilitud” dando con el gusto “híper-realista” de las sociedades globales (¿o impusieron las factorías industriales del entretenimiento ese gusto?... charlémoslo en otro artículo, ¿te parece?). 

Lo que me gustaría destacar ya en este punto de la reflexión antes de que te aburras porque no te comento la película que vine a comentarte es que, si “Almacenados”, el film de Zagha Kababie, te da a lo largo de su metraje, dos, tres, o cuatro momentos claros en los cuales se rompe tu actitud pasiva de “perfecto espectador de cine que no sale por ningún concepto de la propuesta de la trama” y pasás a “salir” de la película para pensar “por fuera” a la película. No se trata –repitamos esto hasta el cansancio- de algo negativo, o de que la película “falle” en su premisa narrativa. Todo lo contrario: es un gran logro del director mexicano. Pocas veces (muy pocas) el cine se atreve a dejar en pausa la “sensación de estar dentro de la narración” Zagha Kababie se anima a plantear esa quietud en la que el espectador se acomoda en la butaca y se pregunta: “¿de qué se trata esto que estoy viendo, adónde estoy yendo con los personajes?” Hay un puñado de momentos en los que nítidamente los personajes hasta dudan en cámara sobre qué es lo que tienen que hacer a continuación, y uno les acompaña en un rol que va mucho más allá al que le cabe a un espectador que “ha sido engañado” por la mímesis que le están mostrando y “se deja llevar”. Estos momentos de “quietud dubitativa” en la película del mexicano funcionan como una explosión de gracia. Podría decirse: Zagha Kababie nos ha manipulado, nos ha mostrado los hilos, pero de todas maneras nos ha llevado adonde nos quería llevar. Y más.

Imaginemos algo igual (quietud y duda en cámara) pero desde la vereda de enfrente, desde la industria millonaria del cine, allí donde todo es prácticamente lo opuesto a “Almacenados”. El final de la última “Avengers”, por ejemplo:

En medio de una batalla contra Thanos, con miles de cosas hechas en CGI volando por toda la pantalla, disparos de armas conocidas, ancestrales y futuristas, con cientos de monstruos entrando por un portal dimensional que ocupa un tercio de la pantalla, y con todxs lxs súper de Marvel tirando frases gancheras a cámara… ¿en qué puede influir un pasaje de diez segundos con uno de los personajes dudando en escena? No en mucho. Sin embargo, en esta producción el recurso fue usado, pero cada duda en cámara fue apoyada con un rotundo cambio de plano general a primer primerísimo plano (con cámara lenta, mejor) y estuvo acompañado con una banda sonora bien pero bien sobrecargada y explícita en las emociones que quería transmitir. Todo esto sucede (y de manera repetida, por no decir redundante) en los minutos previos a la inmolación de Iron Man. Lo ya dicho: el cine intentando “maquillar” un gesto para que no “distraiga”.

Vuelvo un instante a la cabeza de Macbeth ¿puedo?: desde que, en 1606, la compañía del bueno William estrenó la obra y hasta ahora, ningún director o directora parece haber perdido el sueño para que se decapite al rey en escena. Si pones “Macbeth death scene” en YouTube, podés ver al menos diez producciones cinematográficas y especiales para la TV donde la cabeza del confundido, viciado en ego y perdido Macbeth… ¡sssssac!… rueda.

Zagha Kababie se pasa por el traste todos estos posibles recursos que brinda el cine (encuadres, cortes, acercamientos, cambio de ritmo por edición) y en “Almacenados” apuesta lisa y llanamente a lo teatral: la cámara está fija, la locación (un gran galpón) funciona como un gran escenario, los actores son los que deben quedar quietos durante segundos para que vos te sobresaltes, “salgas” de la obra y tengas esos segundos reales para decirte a vos mismo en voz baja: “vamos, por favor… ¿¿¿qué va a hacer este tipo???”. ¿Eso es teatro o es cine? No lo sé, pero en esta película funciona a la perfección.

¿Y que tiene esta película de especial para que me haya emperrado en hacer toda esta introducción comparativa entre cine y teatro? Mucho.

“Almacenados” es un film en el que se cuenta la historia de un hombre a punto de jubilarse que debe pasarle todos y cada uno de los detalles de su trabajo a su reemplazante, un pibe de dieci-algos que va a trabajar por primera vez en su vida. Ambos confluyen desde puntos sumamente lejanos del DF para trabajar esa última semana (para uno) que es primera semana (para el otro) en un galpón completamente vacío de una fábrica de mástiles para banderas y veleros. El galpón es la gran (y casi única locación) de todo el film. Vemos en algún momento el tren cargado de laburantes, un puente peatonal sobre una autopista periférica del laberíntico DF, el fantasmal barrio en el que está el galpón, pero muy poco más. El resto de la película transcurre en ese sitio vacío, que funciona a la perfección de escenario teatral. Allí se juntan y se muestran frente a nuestros ojos dos hombres–espléndidos- uno viejo y cansado, pero estoico; el otro joven y cansado, pero ávido de resolver el gran enigma de un trabajo que por momentos más que trabajo pareciera una pieza del rompecabezas de una sociedad fantasmal. 

Con los pies bien firmes en los recursos teatrales, pero sin olvidarse que lo que está haciendo es cine, Zagha Kababie nos va contando una historia sencilla en la que asoman con una magia particular temas universales como el valor que le damos al trabajo, la carga de “dignidad” que históricamente depositamos en él casi sin discutir(nos) nada al respecto. También vemos, a través de conversaciones deliciosas, qué es lo que le importa de la vida a uno y que es lo que le importa al otro protagonista, quedando atrapados –como espectadorxs voyeuristas- en medio de una verdadera batalla intergeneracional, tan humana como profunda 

¿Cómo no va a necesitar del teatro alguien que quiera construir una película con esta materia prima? Más vale que sí. 

Chiquita, teatral, escueta, es cierto; pero bien sazonada con elementos actuales que la convirtieron en un éxito repentino entre las películas de Netflix. Esta película es una de esas que te plantan una sonrisa en la cara y unas cuantas reflexiones en la cabeza por unos cuantos días, llevándote a pensar en los temas que ya te contamos y en otros más profundos como “exactamente, ¿qué es la mentira?” o en el sentido mismo que nuestras vidas tienen dentro y fuera de nuestros trabajos toda vez que habitamos en una sociedad capitalista.

¡Ehhhh, para tanto!, dirá alguno. Vos si querés y te dieron ganas, mirala. No te apures, masticala un rato cuando la termines de ver y después… ¡decime si exagero!

29/07/2016

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