Columnistas
07/09/2020

Covid 19

El virus se ensaña con el más débil

El virus se ensaña con el más débil | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La fragilidad humana ante el Covid tiene expresiones individuales y colectivas. La Sociedad Argentina de Terapia Intensiva trasmitió un mensaje desesperado. Hay que evitar la negación y la proyección.

Daniel Esteban Manoukian *

Días atrás Ariel Goldman, presidente de la Asociación de Economía de la Salud de Argentina, decía: “el virus no mira a quién contagia pero si a quién afecta. Desde los países, hasta las personas, es sobre los más débiles donde el virus causa estragos”. 

En efecto, el virus en Neuquén alcanzó a todas las edades mostrando un rango que se extiende desde los 21 días de vida hasta los 98 años con una edad promedio de 39 años, y seis meses después del primer caso, en Argentina hay personas infectadas con el SARS-Cov2 en todas las zonas sanitarias, tanto en Río Negro como en Neuquén. Pero este minúsculo agresor que es capaz de entrar en cualquier cuerpo, se ensaña con los más débiles, por lo que el reto es identificar correctamente a los que aparecen con desventajas, para concentrar la atención y focalizar las energías en esos grupos. 

Empezando el mes de septiembre Argentina se acerca al acúmulo de 450.000 casos confirmados de Covid-19 y lamenta casi 10 mil fallecimientos. Analizar en forma dinámica el comportamiento de la pandemia con el aporte de la transdisciplina, entendemos que debe resultar útil para ajustar las medidas de intervención de tal forma que resulten efectivas para atenuar el impacto del problema.

Esa condición de fragilidad frente al virus tiene expresiones individuales y colectivas. Desde el punto de vista individual el principal aspecto sin duda es la edad. La tasa de letalidad, que expresa cuántas de las personas infectadas mueren por Covid-19, muestra una curva que habla por sí sola. En Argentina y en nuestra región, como en el resto del mundo, en la franja de edad de 60 a 90 años (14,1%) la tasa de letalidad es 17 veces mayor que en la franja de 30 a 60 (0.8%). (ref:1)  

Las personas mayores de 60 años, pero sobre todo, los que superan los 70 años son impactadas con mayor severidad por el virus. Por esa razón es menester seguir prestando mucha atención con lo que ocurre con las personas mayores alojadas en residencias, que parecen aisladas porque no reciben visitas y no salen, pero que están en contacto con sus cuidadores que sí se vinculan con otras personas en sus casas, en el barrio o durante los traslados. Preocupan las personas alojadas en geriátricos habilitados, pero más las que residen en casas de familias adaptadas como residencias, muchas veces sin las condiciones mínimas de habitabilidad y sufriendo hacinamiento.

 

Casos confirmados por grupo etario y tasa de letalidad


Fuente: Ministerio de Salud de la Nación – Sala de situación, 01/09/2020

Los jóvenes son buenos transmisores porque son los que tienen más movilidad, se trasladan e interaccionan con muchas personas, se contagian, pero raramente sufren la enfermedad en sus formas más severas, por lo que no es fácil que perciban el peligro potencial de la Covid-19 en clave comunitaria. Se transforman en un efectivo vehículo de contagio, motivo por el cual la toma de conciencia en este grupo, en el sentido de su aporte solidario, resulta esencial.

Otro grupo vulnerable es el constituido por personas afectadas de enfermedades crónicas. La coexistencia de Covid-19 con lo que llamamos co-morbilidades ha sido extensamente comentado, aunque sigue siendo relevante prestar especial atención a la continuidad en el proceso de cuidados de personas con algunos problemas de salud, especialmente aquellas con hipertensión arterial y otras enfermedades cardiovasculares, sobrepeso y obesidad, diabetes y EPOC en sus diferentes expresiones. Solo el 5,2% de los mayores de 60 años fallecidos por Covid-19 no tenían alguna otra enfermedad. Aquí, en consecuencia, la intervención más efectiva desde los equipos de salud, prioriza la actuación del primer nivel de atención como contacto más cercano de las personas con el sistema de salud. Esto es así, por que vale repetirlo, la Covid-19 es más severa en personas ya enfermas, pero además, el virus mata sin contagiar si se interrumpe la atención, o las personas abandonan los tratamientos instituidos.

La debilidad tiene escala colectiva y se expresa dramáticamente en aquellas sociedades más injustas y por lo tanto más inequitativas en lo que refiere a las condiciones de vida por un lado, y al ejercicio del derecho a la salud por otro. También se manifiesta con distinta impronta en provincias con sistemas de salud crónicamente débiles en contraste con otras que, o han sostenido el sistema de salud o han hecho esfuerzos para prepararse mejor para esta contingencia. En este sentido, más allá del estado actual de cada jurisdicción, se impone una mirada integral que trascienda los límites de cada jurisdicción, especialmente en los conglomerados urbanos que cabalgan dos provincias. Esa perspectiva debe necesariamente acompañarse de acciones coordinadas, tanto en lo que refiere a la prevención como en lo atinente a la atención de las personas que requieren asistencia.

Todos los países resultaron vulnerables ante un flagelo desconocido, aun los de mayor respaldo desde lo sanitario, y todo el globo sintió el impacto de la pandemia en términos económicos. Sin embargo, la situación no es la misma en los países ricos que en aquellos con ingresos bajos o medios-bajos como Argentina. En éstos, la fragilidad no solamente se siente durante la pandemia, porque golpeando duramente a los pueblos con mala alimentación y deficientes condiciones de vivienda, también ocurre después, por la diferente capacidad para vertebrar planes de rescate y recuperación. Argentina ha instrumentado medidas en este sentido tales como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) con alcance a casi 9 millones de personas y la Asistencia de Emergencia para la Producción y el Trabajo (ATP) que llegó a más de 300 mil empresas. Sin embargo, todo puede resultar insuficiente y se requerirán otras intervenciones, entre ellas cambios en los sistemas tributarios para contribuir a reducir la brecha entre ricos y pobres para que el virus, que se suma a flagelos anteriores, no genere más muertes y pobreza aún sin contagiar.

Respuestas superadoras sin negación ni proyección

Comenzando septiembre la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva nos ha transmitido un mensaje desesperado. Dirigiéndose a la sociedad argentina, los médicos, enfermeros, kinesiólogos y otros miembros de la comunidad de la terapia intensiva dicen: “sentimos que estamos perdiendo la batalla… que los recursos para salvar a los pacientes con coronavirus se están agotando… que nos vamos quedando solos, que nos están dejando solos, encerrados en la Unidad de Terapia Intensiva con nuestros equipos de protección personal y con nuestros pacientes… observamos en las calles cada vez más gente que quiere disfrutar, que reclama sus derechos, la gente que se siente bien por ahora…”. Terminan esta impactante misiva suplicando: “solo le pedimos a la sociedad que reflexione, y que cumpla con tres simples pero importantes medidas, recomendadas científicamente: distanciamiento social (permanecer a más de 1,5 metros), uso de tapabocas (cubriendo nariz y boca), lavado frecuente de manos (con agua y jabón o alcohol en gel). No aglomerarse, no hacer fiestas ¡No desafiar al virus, porque el virus nos está ganando!”. (ref:2)  

Quienes manejan la alta complejidad con los equipos más sofisticados, nos piden simplemente que cumplamos con las medidas sencillas que ya conocemos. ¿Alcanzará con esta súplica?

Como afirma el sociólogo Daniel Feierstein, quizás la respuesta no está en la medicina sino en la sociología. (ref:3)  

Feierstein sostiene que los médicos suponen que el comportamiento social en pandemia se ajusta a lo que Weber llama "acción racional con arreglo a fines", que en este caso funcionaría como que el riesgo de contagiarse es preferible al de quedarse sin otras actividades. Pero advierte que el problema de fondo es que la población en una catástrofe no actúa según esa racionalidad ajustada a fines sino que se ve atravesada por “acciones afectivas vinculadas a mecanismos de defensa psíquica como la negación y la proyección”. 

Siempre es difícil aceptar la posibilidad de nuestra propia muerte o la de nuestros seres queridos y resulta casi natural echarles la culpa a otros, al que gobierna, a los irresponsables o simplemente al vecino.

Para alguien en estado de negación, refiere Feierstein, decirle que vamos mejor, que podemos ir flexibilizando, o que no habrá colapso del sistema de salud, es el mejor modo de lograr que ratifiquen la negación. Aunque después del mensaje optimista se agregue un “pero no dejemos de cuidarnos”, esa parte del mensaje ya no se escucha.

Advierte finalmente Daniel Feierstein que cuando “quienes saben nos informan que las cosas están mejor y abren actividades, incluso quienes no sucumbían a la negación lo hacen: ‘el intensivista debe ser un exagerado’". 

Podremos superar la pandemia si como sociedad resultamos capaces de asumir nuestra realidad aventando la tentación de negar y proyectar, conjugando actitudes individuales de autocuidado y responsabilidad y coordinando y gestionando los recursos disponibles con generosidad y efectividad, focalizando el esfuerzo en los más frágiles. 

 


1 -  Ministerio de Salud de la Nación (2020). Sala de situación.

2 -  Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) (2020). A la sociedad argentina. Carta abierta publicada por el Diario Página 12 el 1° de septiembre de 2020.

3 -  Feierstein, D. (2020). “Coronavirus: ¿Por qué fracasan todas las estrategias para frenar los contagios?”. Diario Página 12, 02 de septiembre de 2020.



(*) CUESEB (Centro Universitario de Estudios Sobre Salud Economía y Bienestar - Universidad Nacional del Comahue) y Centro de Estudios de la Sociedad de Medicina Rural de Neuquén.
29/07/2016

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