Argentina
14/07/2019

El capitalismo financiero y sus crisis

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Desde que las grandes corporaciones mundiales vieron en las finanzas una ganancia mayor que invertir en la economía real, dedicaron parte de sus excedentes a sostener el consumo o la especulación. Eso lleva necesariamente a la inestabilidad y Argentina, hoy, está en una situación muy vulnerable.

Humberto Zambon

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En los años ’70 del siglo pasado se produjo un cambio de época fundamental en la evolución del capitalismo: pasó de ser básicamente industrial y productivo, a financiero y parasitario. El primero, el industrial, tuvo su apogeo a partir de la segunda guerra; en base a inversión productiva de los excedentes generó un aumento permanente de la productividad del trabajo, que representó desarrollo económico y mejora de los jornales que aumentaban la demanda global necesaria para absorber el crecimiento de la producción. Fueron casi 30 años de crecimiento del consumo y del bienestar económico general.

En 1973 se conoció la existencia de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) que, con toda justicia, decidieron defender sus derechos. La consecuencia inmediata fue el aumento del precio del petróleo, de 4 a 12 dólares el barril en un año, precio que a fin de la década -con la caída del Sha de Irán- pasó a 32. A su vez, este aumento de precio tuvo dos consecuencias fundamentales: 1) como el petróleo es un insumo esencial del capitalismo industrial, dio lugar a un período de inflación de costos, conocido como “estanflación” (estancamiento económico más inflación); y 2) generó una enorme masa de dinero que fue desde los países desarrollados a los productores de petróleo y que retornaron, en gran parte, a los bancos occidentales buscando colocación financiera. Fue el origen del capitalismo financiero actual.

Los bancos se encontraron con crecientes recursos en medio de una economía en recesión, con empresarios que no necesitaban ni querían más crédito para invertir productivamente. Entonces se volcaron a un nuevo tipo de clientes: los países del llamado Tercer Mundo, en gran parte gobernados por dictaduras –como el nuestro- ávidos de recursos para volcarlos en armamentos o para que sus elites depositen en los paraísos fiscales. En una década, la deuda de los países subdesarrollados pasó de 130 mil millones de dólares (1973) a 664 mil millones (1983). La situación era insostenible, por lo cual primero Turquía (1979) y luego Polonia (1982) debieron renegociar sus deudas. También en ese año (1982) México suspendió sus pagos, en una moratoria de hecho, que desató la crisis de la deuda a nivel global.    

La Argentina (ya con gobierno democrático), con el apoyo de otras naciones endeudadas, planteó la “responsabilidad compartida” entre los países deudores junto con los países centrales y sus bancos, cosa a la que Estados Unidos y los europeos no aceptaron, y ganaron tiempo para que sus bancos negociaran esos créditos incobrables y superaran una situación de cuasi insolvencia. En resumen, los pueblos del tercer mudo tuvieron que asumir el pago, con sudor y pobreza. Hay un dato claro de esta situación: al momento de la crisis de la deuda los países de América Latina debían, en conjunto, 310 mil millones de dólares; hasta fin de la década pagaron un neto de 224 mil millones (el 72% de la deuda) pero para 1990 debían 422 mil millones, un 36% más que al principio. En ese período, con la ayuda de los gobiernos centrales, el sistema financiero evitó una crisis: les dio tiempo a los bancos para que se liberaran de las deudas públicas del tercer mundo, traspasándola a inversores institucionales (fondos de jubilación) o a particulares.

Pero el capitalismo había cambiado. Las grandes corporaciones vieron que en el sector financiero había posibilidades de mayor ganancia que invirtiendo en la economía real, y dedicaron parte de sus excedentes a financiar el consumo o a la especulación. La importancia creciente de los gerentes y asesores financieros por encima de los ingenieros o gerentes de sectores productivo son un buen ejemplo de época.

El exceso de capital financiero lleva necesariamente a la inestabilidad. Así se produjo en los años 1997-2001 la burbuja de empresas “punto com”. Las acciones de estas empresas subieron espectacularmente, generando grandes ganancias, hasta que la burbuja reventó. También hubo crisis financieras locales, como la argentina del 2001. Para evitar el estancamiento económico las autoridades monetarias centrales bajaron las tasas de interés y ese capital financiero se volcó a las inversiones inmobiliarias y a su financiación, generando una nueva burbuja que creció hasta que estalló en el año 2008, con la caída de Lehman Brothers y la crisis de hipotecas “subprime”.

El proceso continuó. Con el cuento de la tasa de interés muy baja aumentaron todo tipo de financiaciones, hasta convertirnos en un mundo absolutamente endeudado. Según el FMI, a fines del año pasado la deuda pública y privada global sumaba 184 billones de dólares, que equivale a un 225% del PBI mundial, endeudamiento encabezado por Estados Unidos, China y Japón, en ese orden. China, por ejemplo, suma una deuda (principalmente de sus corporaciones) del 245% de su PBI. Pero según el Instituto Internacional de Finanzas la deuda global es mayor; según sus cálculos, este año llega a 244 billones, un 318% del PBI (puede consultarse “La política mundial”, México 6-7-19). Piense un instante en lo que esto significa: por cada peso (o dólar) que se produce en bienes y servicios reales, hay una deuda tres veces mayor.

Para muchos analistas este endeudamiento refleja la existencia de otra burbuja próxima a estallar. Por ejemplo, el español Francisco José Bustos Serranose pregunta sobreel eslabón más débil de la cadena, donde se podrían producir impagos generalizados de deuda: “¿países emergentes?, ¿deuda pública de los países del sur de Europa?, ¿deuda corporativa subprime norteamericana?”.

En este panorama, nuestro país aparece como particularmente vulnerable. Por un lado, con el afán de simular una situación de tranquilidad en los mercados financieros, se generó una “bicicleta” financiera con tasas nominales superiores al 60% anual que tiene “planchado” al dólar (lo que significa que los dólares “golondrina” que entran al país ganan, en equivalente dólar, una tasa similar; lo que es una obscenidad), y que va a durar hasta que, por cualquier causa, esos capitales quieran retirarse, volviendo al dólar, y generando otra crisis cambiaria como la vivida el año pasado. Por otro lado, la política irracional de endeudamiento de este gobierno nos condujo, desde el año pasado, a un “default” implícito de la deuda externa, que se manifiesta por la falta de acceso al mercado de crédito voluntario, y que no se explicita como tal por los nuevos préstamos del FMI, que financian el pago de vencimiento de deudas y más la fuga de capitales. En estos años de gestión de “Cambiemos” el gobierno nacional emitió deuda externa por 163.985 millones de dólares que, sumados a las emisiones de los gobiernos provinciales y de las empresas privadas, llega a 190.081 millones (datos de la UMET, Universidad Metropolitana del Trabajo, que lo califica como “endeudamiento vertiginoso y sin techo”). Lo cierto es que entre 1920 y 1923 tenemos vencimientos por 153.693 millones de dólares, lo que es totalmente impagable.

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29/07/2016

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