Neuquén
19/06/2019

Juicio La Escuelita VI

"Necesitaba que me confirmaran si mi marido estaba muerto"

"Necesitaba que me confirmaran si mi marido estaba muerto"  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Fotos: Laura D' Amico.

La víctima de la dictadura María Teresa Oliva, abrió ayer la etapa de testimoniales en el proceso donde se juzga a ocho represores. La mujer fue secuestrada en 1978 junto a su esposo Enrique Esteban, ambos periodistas. A ella la liberaron horas más tarde, mientras que él estuvo tres meses desaparecido.

Laura D' Amico

"Como periodistas ya sabíamos todo lo que estaba pasando en el país. Teníamos muchos amigos o conocidos desaparecidos, muertos".  Con estas palabras la periodista María Teresa Oliva abrió ayer la ronda de declaraciones testimoniales en el juicio denominado La Escuelita VI, ocasión en la que contó el secuestro del que fueron víctimas ella y su marido, el periodista Enrique Esteban, en julio de 1978. En un momento de su declaración, contó que le decían a sus hijas pequeñas que su papá desaparecido “estaba de viaje”, lo cual “no se podía sostener mucho tiempo”, y agregó que ella, por su parte, “necesitaba que me confirmaran si Enrique estaba muerto o si iba a fallecer”.

Visiblemente emocionada, la mujer resaltó la gesta de los periodistas locales para pedir por la aparición de Esteban durante los tres meses que estuvo desaparecido. También destacó la visita "inesperada" de don Felipe Sapag y su hija Silvia, y se emocionó al recordar que la integrante de la Asamblea por los Derechos Humanos de Neuquén (APDH) Noemí Labrune, firmó un pedido al represor Albano Harguindeguy.

El testimonio de Oliva comenzó con un repaso de su historia personal, en el que contó que con Esteban se conocieron cuando estudiaban periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. En 1975 se recibieron, se casaron y nació su primera hija. "Los dos habíamos militado en agrupaciones peronistas universitarias pero a fines de 1974 dejamos de militar, terminamos la carrera y nos instalamos en Neuquén", dijo en su declaración oral y pública.

Antes de continuar con el relato, Oliva hizo un alto para decir quién era Enrique: "Era una persona con mucha presencia, muy inteligente, muy amigo de sus amigos. Cuando llegamos a Neuquén, a los pocos meses ya estaba totalmente integrado a nivel social, había entablado relaciones de amistad con muchos periodistas, hasta el año ‘78, en que sucedió el secuestro", describió.

Instalada en Neuquén, Oliva entró a trabajar en la Legislatura. Esteban estaba a cargo de la corresponsalía del diario Clarín, además trabajaba en LU5 Radio Neuquén y también y estaba a cargo de los suplementos especiales del diario Sur Argentino. En 1976 la despidieron de la Legislatura y, como estaba embarazada de 6 meses, presentó un recurso que las autoridades militares terminaron reconociendo, de modo que la incorporaron a la oficina de Prensa de la gobernación.

"A mediados del ‘77 hubo un conflicto entre el gobernador (el militar Martínez Waldner) y la oficina de Prensa, y ahí el gobernador decide despedir a todo el personal. Todos los periodistas que trabajábamos en la Gobernación decidimos iniciarle un juicio a la provincia por el despido ilegal. Con los años sé que se ganó pero nunca me interesé porque ya me había ido de Neuquén", contó la periodista.

El secuestro

Frente al Tribunal Oral Federal (TOF) de Neuquén, integrado por Orlando Coscia, Alejandro Silva y Alejandro Cabral, Oliva contó que en la madrugada del 23 de julio de 1978, ella y Esteban fueron secuestrados cuando volvían de un casamiento, en la puerta de su casa, por personal vestido de civil identificado como miembros de la Coordinación General, que dijeron llevarlos para hacerles unas preguntas.

A Esteban lo subieron en un auto y a ella en otro, rumbo a Coordinación General. "Me dijeron que no hiciera ninguna maniobra, que mientras me portara bien no iba a pasar nada", relató. La llevaron por un camino de tierra, la cambiaron de auto y con una venda en la cabeza comenzaron a interrogarla. "Primero me preguntaron por Enrique, sobre cómo lo había conocido, cosas de la familia. Después me pedían que hiciera un listado de gente conocida en Neuquén", dijo.

Oliva contó que trataba de mencionar personas que tuvieran peso para contribuir a la liberación de Enrique. Mencionó quién era su padre, que se había autoexiliado en París desde abril de 1976, y a (Raúl) Guglielminetti, "porque sabía que era un informante que trabajaba en operativos ilegales", afirmó.

Guglielmineti fue un integrante de los servicios de inteligencia desde la década del 60. Alias el "Mayor Guastavino", trabajaba como locutor y periodista, y vivía en Neuquén. "Había trabajado en el diario Sur cuando estaba mi padre y trabajó en LU5 cuando estaba mi marido. Era conocido por las historias que contaba, las patoteadas que se mandaba. Todos los periodistas sabíamos quién era Guglieminetti", dijo Oliva, y aclaró que en aquellos momentos "lo mencionaba para pedir que se comuniquen con él porque sabía cómo era mi marido".

"Mientras tanto me decían que no mintiera, que no me olvidara de decir nada que ya lo estaban torturando, que lo iban a torturar. Yo estaba muy preocupada por mis hijas", y "en un momento tuvieron que suspender el interrogatorio porque temblaba tanto que no podía hilar palabras". Oliva contó que luego del interrogatorio, la ataron, trajeron unas mantas y pusieron LU5, que transmitía un discurso de monseñor Jaime De Nevares.

"Ellos insistían en que Enrique le había dado dinero a un supuesto subversivo. Yo negaba eso, especialmente porque yo era la que administraba la plata y me tendría que haber pedido a mí. Eso era imposible", afirmó. Más adelante, amplió que llegaron a la conclusión de que se trataba de Luis Boris, el hermano de Carlos, un compañero que trabajaba en el diario Río Negro y que estaba juntando plata para irse a Chile. Esteban no lo conocía.

La liberación de Oliva fue cinco horas después de su secuestro. Estaba vendada, desorientada y creyó que la iban a fusilar. "En un momento pararon, me bajaron y pensé que podía ser que me fueran a fusilar. Dijeron que no me diera vuelta, que caminara y que cuando no sintiera ningún ruido, me sacara la venda". Cuando pudo reaccionar pidió ayuda a un auto que pasaba por el lugar y logró llegar a Neuquén. Su amigo, el fotógrafo Jacobo Aisemberg, la llevó a reencontrarse con sus hijas.

"Como periodistas ya sabíamos todo lo que estaba pasando en el país. Teníamos muchos amigos conocidos desaparecidos, muertos. Yo tenía toda mi familia autoexiliada en París, tenía familiares de Enrique que habían sido secuestrados días anteriores a nuestro secuestro", prosiguió su testimonio.

"Mi marido hablaba (por teléfono) todos los días al diario Clarín y tenía amigos que le comentaban todos los casos que estaban trascendiendo en Capital, La Plata, Córdoba, Bahía Blanca, que eran las localidades más ruidosas en secuestros y asesinatos". Agregó que "al principio los diarios publicaban los nombres de los familiares. A la noche, a Enrique le pasaban un listado de todos los familiares de los desaparecidos. Todos los días sabíamos de un amigo o conocido al que algo le había pasado".

La periodista continuó afirmando que "después, el Comando prohibió o sugirió a los medios no publicar más información de los desaparecidos, pero los familiares seguían yendo a los diarios a llevar la foto del hijo o del padre desaparecido. En el ‘78 teníamos chicos y bebes secuestrados", por eso su temor era que le pasara algo a sus hijas, que habían quedado al cuidado de una niñera.

Las denuncias de los periodistas

Oliva estuvo secuestrada el 23 de julio y al día siguiente presentó un recurso de habeas corpus para pedir por la aparición de su marido. A partir de ahí y durante tres meses, periodistas neuquinos de todos los ámbitos denunciaron la desaparición de Enrique Esteban y presionaron a las máximas autoridades para saber el destino de su compañero.

"Desde el primer día el grupo de periodistas muy amigo nuestro se pusieron a disposición y sugirieron que no había que guardar silencio. Y que esto no podía ser de un grupito sino de todos los periodistas que habían en Neuquén. Así que convocaron a todos, hasta los que ya sabíamos o sospechábamos que podían ser de los servicios. Nadie desconoce que dentro del ambiente periodístico hay periodistas que trabajan para los servicios. En esa época y ahora, es un ámbito que está contaminado", dijo Oliva.

Los periodistas se reunían en la oficina del diario Río Negro y en la agencia local de Clarín. "Era todo confuso. Los periodistas decían que esto podía estar relacionado con la visita, días antes, de (el ministro del Interior de la dictadura, Albano) Harguindeguy a Neuquén, y en conferencia de prensa Enrique había preguntado algo relacionado a si había presos políticos o si había desaparecidos, y ellos consideraban que esa pregunta podía haber sido disparador para el secuestro. Manejábamos varias hipótesis. Los periodistas se solidarizaron y no les importaba la causa. Les importaba que no estaba Enrique".

En esas reuniones se planificaba el quehacer de cada día. Averiguaban la agenda de actividades de Harguindeguy, de (el jefe del Estado Mayor del Ejército, y más tarde presidente de facto, Roberto Eduardo) Viola, o cualquier funcionario de alto rango, y le avisaban a algún periodista local para que en la conferencia de prensa le preguntaran dónde estaba Enrique. Pidieron audiencias con el gobernador, mandaron telegramas a (el entonces dictador, Jorge Rafael) Videla, a Harguindeguy”, entre otros.

"Yo mandaba cartas a Viola, a Videla. Mi padre -primer rector de la Universidad Nacional del Comahue- desde París, movilizó mucho a la prensa internacional, las asociaciones de periodistas de Latinoamérica y de Europa mandaban telegramas. Todos los días nos juntábamos para ver qué otra cosa se podía hacer", indicó.

"Dos veces por semana yo iba al Comando a ver en qué había avanzado la investigación. Ahí me entrevistaba con el mayor Guiñazu y el general (José Luis) Sexton. Cuando ellos no estaban tuve contacto con (Néstor) Castelli y con (Oscar) Reinhold", indicó. Estos últimos son dos de los ocho imputados en este juicio.

Oliva destacó que además del pedido de los periodistas, organismos como la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) mandaban telegramas al entonces ministro Harguindeguy. "Eso salió todo publicado en los diarios. Una de las mujeres que firmó el telegrama es Noemí Labrune, que me emociona que todavía esté por acá", dijo, y rompió a llorar por primera vez.

Visitas inesperadas

Uno de los momentos más conmovedores del relato de Oliva fue cuando contó que recibió la visita del ex gobernador Felipe Sapag, quien ya tenía a dos de sus hijos desaparecidos por la dictadura cívico-militar.

"El secuestro fue el día 23, y el 24 a eso de las 9 de la mañana recibí una visita inesperada que me conmocionó y me emocionó, que fue la de don Felipe Sapag y su hija Silvia. Me emocionó porque don Felipe ya había perdido dos hijos y estaba ahí con su hija. Fue bueno hablar con ellos hasta que en un momento tocaron el timbre y cuando abro me encuentro en la puerta al general Sexton y el mayor Guiñazú, vestidos de civil. Entonces, de un lado tenía a don Felipe y a Silvia Sapag, y del otro a Sexton y a Guiñazú. Sentí miedo por la situación. Don Felipe dijo 'nosotros ya nos estamos yendo'. Me saludan, y ahí Silvia al oído me dice 'preguntá por La Escuelita'", contó con la voz entrecortada María Teresa Oliva, que al terminar de declarar se abrazaría con Silvia, quien estaba entre el público que copó la sala de la audiencia.

Silvia Sapag (izq.) y María Teresa Oliva, tras la audiencia judicial.
 

Al continuar con el relato de aquella situación, dijo que "Sexton empieza a darme muchas explicaciones acerca de que era una barbaridad lo que había pasado con Enrique, que él lo apreciaba como persona. Para ellos, el Ejército no había tenido nada que ver. Yo no sabía si era el Ejército o alguna otra fuerza pero por la forma de hablar y por el tipo de preguntas, creía que lo había secuestrado un comando militar. Èl insistía que no, que podían haber sido los Montoneros, que a quienes consideraban traidores había que ajusticiarlos. Él insistía con su versión, yo insistía con la otra".

"Yo estaba muy angustiada por no saber qué decirle a mis hijas. Les decía que estaba de viaje, vivíamos en una fantasía que no estaba preparada para sostener mucho tiempo. Necesitaba que me confirmaran si Enrique estaba muerto o si iba a fallecer", relató.

Días antes de que se cumplieran tres meses de su secuestro, a Enrique lo liberaron. Lo dejaron atado en su auto, el mismo que había sido usado para el secuestro, "junto a una nota de los secuestradores que decía que hacían ‘entrega del subversivo Esteban’".

El hombre se logró desatar, y caminó unos metros hasta una estación de servicio. "Su aspecto daba mucha desconfianza porque seguía con la misma ropa del día del secuestro", dijo la mujer. Se quedó dormido, al despertar vio que junto a su auto había patrulleros, y entonces se entrega a la policía. Lo llevan detenido a la comisaria de Tres Arroyos. Allí un periodista da aviso a LU5 y a LU19 de que Esteban había aparecido. Las emisoras locales daban la noticia en potencial.

Tras haber estado detenido en la Marina, donde fue torturado e interrogado, lo llevaron detenido a Bahía Blanca por dos o tres días y más tarde lo trasladaron a Neuquén, donde quedó a cargo de la Sexta Brigada. Después fue llevado al Batallón 182, donde se reencontró con Oliva, luego de tres meses de estar secuestrado. "Lo vi nervioso, llorando, temblando. Había adelgazado 23 kilos", recordó ayer la mujer ante el tribunal neuquino.

“El pasado no nos va a arruinar el futuro”

Dos meses después de ser liberado, Esteban recibió una llamada y reconoció la voz de uno de sus secuestradores, que le decía que tenían que irse de Neuquén en las próximas 48 horas. Se fueron a vivir a Buenos Aires. Esteban siguió trabajando en Clarín y siguió siendo vigilado hasta la vuelta a la democracia, en 1983. Siete años después, Esteban murió en un accidente automovilístico.

Ante la pregunta de la abogada querellante del Ceprodh (Centro de Profesionales por los Derechos Humanos), Mariana Demi, acerca de cómo fue la vida después del secuestro, Oliva dijo "Enrique siempre decía que el pasado no nos va a quebrar ni nos va a arruinar el futuro". Narró que de a poco fueron retomando su vida y que "nos costó muchos años contárselo a mis hijos", porque "el pacto de silencio lo respetó toda la familia. Fue un mecanismo de defensa". Dos de sus hijos escuchaban ayer el relato entre el público.

Oliva contó que con la vuelta a la democracia, "mis hijos accedían a toda la información del horror del gobierno militar. Pero no queríamos que sintieran que dentro de ese horror habíamos estado los padres, para que tuvieran una información objetiva y no dijeran 'ese es un hijo de puta porque torturó a mi papá’. Tenían que tener otro concepto, de rechazo a lo que había pasado", explicó, para luego concluir: "Siempre estoy atenta a que (la dictadura) no vuelva a ocurrir, porque no quiero ser una Madre de Plaza de Mayo".

29/07/2016

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