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23/07/2023

La “muerte” de la ideología progresista y de izquierda

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A quienes plantean la muerte de la ideología de izquierda le caben las palabras que escribió José Zorrilla (en 1844) en Juan Tenorio: “Los muertos que vos matáis no son los que pensáis, gozan de buena salud”.

Humberto Zambon

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A mediados del siglo XX las ideas de izquierda estaban consolidadas y muy pocos dudaban de que el socialismo era el futuro. Inclusive Joseph Schumpeter, un destacado teórico y admirador del sistema capitalista, que veía en la innovación de los empresarios el motor del crecimiento económico, se había vuelto pesimista respecto al futuro del capitalismo; en 1942 publicó su último libro: “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, donde expone que el socialismo es inevitable, pero más que por el triunfo de sus ideas, por la decadencia del capitalismo: “la innovación en sí misma está siendo reducida a una rutina. El progreso tecnológico se está convirtiendo cada vez más en un asunto de grupos de especialistas que producen lo que se les pide y realizan su trabajo de manera predecible. El romanticismo de las antiguas aventuras comerciales está rápidamente desapareciendo.”

En los años ’60, con el triunfo de la revolución cubana y el Che Guevara como un símbolo para la juventud de la época, la aparición en África de Patrice Lumumba, la popularidad del libro de Franz Famnon “Los condenados de la tierra” (publicado en 1961) y muchos ejemplos más, la revolución parecía estar a la vuelta de la esquina. Entonces, y más en los años ’70, el “socialismo real” parecía consolidado y, por más críticas internas que la mitad de la izquierda le hacía al sistema soviético, mostraba la existencia de alternativas posibles al capitalismo y un apoyo expreso o tácito al cambio. Lo fortaleció el fin de la guerra en Vietnam con la retirada de Estados Unidos, la independencia de varios países africanos con apoyo soviético (como Angola y Mozambique) y una carrera científico-tecnológica muy pareja, pero que en algunos momentos la daban como ganadora.

En forma más o menos sorpresiva el bloque oriental colapsó: 1989 fue un año clave: Gorbachov informó que las repúblicas que constituían el Pacto de Varsovia (conocido como el bloque “socialista” u oriental) podían elegir libremente su futuro; casi inmediatamente Ucrania y Armenia solicitaron su independencia, mientras que el descontento popular en Alemania Oriental llevó en noviembre a la caída del muro que separaba a Berlín en dos sectores; la caída fue un hito histórico y símbolo del cambio de época; en diciembre en Polonia ganó las elecciones la oposición encabezada por Lech Walesa de “Solidaridad”. En 1990 la República de Rusia decretó su soberanía total y en 1991 se independizaron Estonia, Letonia y Lituania. También en 1991 Boris Yeltsin ganó las elecciones en Rusia (que significó la vuelta al capitalismo) y, finalmente, el 8 de diciembre de 1991 se resolvió la disolución de la Unión Soviética. ¿Por qué la implosión de la Unión Soviética y del “socialismo real”? Se han dado diversas explicaciones económicas, sociológicas y políticas. Posiblemente una de las más importantes haya sido la falta de democracia interna, que lleva a la falta de participación e indiferencia del grueso de la población. Rosa Luxemburgo, una revolucionaria convencida, muerta con motivo del levantamiento socialista de Berlín de 1919, escribía cuando recién se iniciaba la experiencia soviética (“Obras escogidas”, tomo II, pg. 196 a 198):

"La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la 'justicia', sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la 'libertad' se convierte en un privilegio (…) el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable."

“…al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espirituales... Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales. (…) "Lenín y Trotsky implantaron los soviets como única representación verdadera de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y de reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios, de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes y aprobar por unanimidad las mociones propuestas -en el fondo, entonces, una camarilla- una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos."

Por otra parte, el italiano Enrique Malatesta escribió, proféticamente, también en 1919 “No cabe duda de que Lenín, Trotsky y sus compañeros son revolucionarios sinceros, pero también es cierto que preparan los planteles gubernativos que sus sucesores utilizarán para sacar provecho de la revolución y matarla. Ellos serán las primeras víctimas de sus propios métodos”

Y, en la actualidad, Samir Amín en “Más allá del capitalismo senil” (2003) sostiene que “El socialismo será democrático o no será nada, tal es la lección de esta primera ruptura del capitalismo”.

Luego de la implosión del “socialismo real”, surgió Estados Unidos como la única potencia hegemónica a nivel universal. En ese momento Francis Fukiyama (1992) publicó el libro “El fin de la historia y el último hombre” en el que sostiene que la historia humana, como lucha entre ideologías, ha terminado definitivamente. En su lugar, se inició un mundo basado en la política y economía de libre mercado que se ha impuesto a las utopías. Las ideologías ya no son necesarias y han sido reemplazadas por la economía.

Fukiyama pensaba en una hegemonía unilateral por mucho tiempo y en el neoliberalismo como única verdad. Pero es una ilusión que duró muy poco: con el nuevo siglo apareció China discutiendo la primacía a Estados Unidos, mientras Rusia e India mostraron un crecimiento económico sorpresivo y su autonomía en la política internacional. Todo parece indicar que el mundo se encamina hacia una hegemonía multilateral o, al menos, bilateral.

Y las ideologías no han muerto, ni mucho menos, aunque la derecha si cree en la muerte del pensamiento de izquierda. Hay una especie de equilibrio pendular, en forma de olas, y actualmente se da con en el corrimiento hacia la derecha del pensamiento político global, según se muestra en las elecciones europeas y en algunos países americanos, con predominio del individualismo egoísta y privatizador y la reaparición de xenofobias y racismo, con exigencias de orden y “mano dura”.

Es una especie de vuelta a los años ’90. Pero, como dice Naomí Klein, en los años ’90, con el fin de las ideologías, domina la “lógica despiadada de las privatizaciones”, convirtiendo derechos (como el de la salud, educación, jubilaciones) en mercancías y dando lugar a una descomunal transferencia de recursos en beneficio de unos pocos ricos, generando pobreza y exclusión. El 20% más rico de la población mundial (1.600 millones) posee el 96% de la riqueza mientras que el 80% restante (6.500 millones) posee solo el 4%

Esa distribución inequitativa obligó a las masas a cambiar ingresos por deudas, lo que convirtió al mundo en una sociedad endeudada(el total de deuda pública y privada representaba el 256% del PBI mundial), que se paga con nueva deuda incrementada, lo que, al final, la vuelve totalmente impagable. Se está al borde de la crisis global y de una ola ideológica progresista que buscará la solución en una lógica productiva distinta, con una distribución más equitativa del producto. El mismo Francis Fukiyama ahora sostiene que: (Los) “programas redistributivos que intentan corregir este gran desequilibrio tanto en los ingresos como en la riqueza que ha surgido entonces, sí, creo que no solo puede regresar, sino que debería regresar. Este período extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se estableció un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, en muchos sentidos tuvo un efecto desastroso”. (Entrevista periodística, 2018).

La alternativa, ante la crisis del capitalismo, a esa salida progresista es la dictadura totalitaria, como ocurrió en Europa en las décadas de los años ’20 y’30 del siglo pasado. Mientras tanto, la lucha ideológica y cultural está presente. Y a quienes plantean la muerte de la ideología de izquierda le caben las palabras que escribió José Zorrilla (en 1844) en Juan Tenorio: “Los muertos que vos matáis no son los que pensáis, gozan de buena salud”.

29/07/2016

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