Columnistas
21/03/2021

Decime si exagero

Un zorrino imposible de cancelar

Un zorrino imposible de cancelar | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Durante estas últimas semanas todo el mundo habló del zorrino Pepé le Pew a raíz de que la Warner Bros ha decidido sacarlo del universo de ficción de su franquicia de Looney Tunes. A este fenómeno empresarial se le llama “cultura de la cancelación” ¿no será demasiado?

Fernando Barraza

[email protected]

Desde hace no más de un lustro, las empresas transnacionales de entretenimiento han impuesto en el lenguaje cotidiano de la gente la idea de existe una posibilidad concreta de “cancelación” de personajes que no responden al canon de corrección política vigente o que en sus características constitutivas como personajes de ficción tienen comportamientos sociales no aceptados como correctos en la actualidad.

Esta supuesta "cultura de la cancelación" (así hemos empezado a llamarle sin siquiera poner en tensión el término) puede que en el fondo no sea más que una serie de arranques aislados de una promocional corrección política aventada marketineramente por las empresas corporativas norteamericanas que, suspendiendo con comunicados oficiales al mundo, gacetillas escuetas plagadas de frases “correctirijillas” (diría Ned Flanders de Los Simpson), cortas en argumentos referenciales o de contexto y –más que nada- bien pero bien marketineras, intentan sepultar por conveniencia económica a sus propios productos culturales que poseen rasgos estereotipados y antiguos.

En el caso puntual de Pepé Le Pew, una nota bastante errática del New York Times dio el puntapié inicial para que los medios de comunicación de la propia usina Warner hagan circular la posibilidad de circulación del zorrino en atención a esos reclamos que aventó el New York Times, pero luego todo se desdibujó un poco y pareciera que ahora la franquicia estaría trabajando una versión no acosadora de Pepé, como si esto fuera posible. Pero hay que saltar un poco por sobre encima del zorrino más famosos de la actualidad y notar con atención que casi en todos los casos de este tipo, “cancelaciones” efectivas (que terminan de dar de baja sí o sí a personajes y productos ficcionales) provienen de reflexiones que la empresa ha realizado en base a las presiones de ONGs y colectivos que denuncian esos rasgos negativos de los personajes. Eso sí: nunca se da el dato preciso de cuáles son estas instituciones, qué dijeron exactamente (nunca hay encomillados, videos testimoniales, ni citas) o desde qué lugar del planeta se encuentran lanzando estas denuncias, ni mucho menos esas organizaciones denunciantes se adjudican un triunfo por haber conseguido estas “cancelaciones”.

Todo muy lábil y, cuanto menos, sospechoso.

Pareciera, atando cabos, que lo único que buscan estas corporaciones con estos actos sonantes - que después están dando vueltas semanas y semanas en los medios grandes, chicos y medianos y en todas las redes sociales de las personas del planeta- es que solo buscan sembrar una cosa muy lavada desde lo biempensante, como para “cumplir” y no perder potenciales millones de consumidorxs.

Suponer esto no es conspirativo. Si se mira de cerca estos fenómenos, la apreciación en este sentido comercial se torna más que clara. O lo que sería igual: se les nota la hilacha mercachiflera.

Por eso hay que tener un poco de cuidado con lo que se naturaliza aquí abajo, en el “vulgo” cuando sin poner nada en tensión nos trepamos en estos movimientos de la industria gigante del entretenimiento cada vez que éstos salen a inmolar a alguno de sus personajes viejo y famoso. Porque hablar luego (nosotrxs) de cancelaciones y de una “cultura de la cancelación” como algo "que se viene" y "ojo, tengamos cuidado" es suponer algo imposible, es creer que todxs tenemos la misma potestad y poder de veto massmedia que, por ejemplo, Disney o Warner. Eso es algo realmente ingenuo.

Es cierto que las empresas suben y bajan contenidos de sus plataformas oficiales y generan un estrépito mediático sin igual. Ese es su poder, y es sonante, es cierto. Pero también es cierto que somos nosotrxs quienes hacemos las culturas al vivir y elegir cada día, y que comprar a paquete cerrado que existe una supuesta “cultura de la cancelación”, y que ésta queda en manos de las corporaciones, es reconocer que solo ellas (las no más de diez firmas transnacionales de contenidos cultures globales que manejan la mayoría de las franquicias que vemos a diario en el planeta) son las que construyen exclusivamente nuestros acervos culturales. Ellas. Solo ellas. Y eso no es así.

Si cada unx de nosotrxs revisa introspectivamente el propio bagaje cultural que nos atraviesa, notaremos que en lo emergente hay un montón de elementos que compramos y asimilamos desde la niñez a través de estas corporaciones, sí; pero si unx “rasquetea” más hacia dentro de unx mismx, comenzarán a aflorar miles de cosas, elementos, personajes y discursos culturales que -ni ahí- les pertenecen a ellxs, a las corporaciones, y sin embargo son parte de nuestro entorno más legítimo, del imago mundi cultural que somos.

Hay un peligro latente en abrazar al fantasma de la “cultura de la cancelación” para denominar a estos meros gestos empresariales de discontinuación de personajes ficcionales, y es que ese mismo discurso rotundo, el que enuncia algo definitivo como es el acto de la cancelación (una suerte de muerte impuesta) es luego utilizado socialmente por lo más rancio de la sociedad para ir en contra de los colectivos que luchan por la igualdad y en contra de la discriminación y/o la violencia. Para peor los odiantes y conservadores después disfrazan su discurso de intolerancia de "asunto libertario" y cosas por el estilo. Un asco, vea...

Por eso esta pequeña columna de hoy no tiene ningún empacho en advertir e insistir reiterativamente en que NO HAY CANCELACIÓN POSIBLE, por más que se haya inventado esa figura de lo cancelado y la posterior “cultura de la cancelación”.

Sí hay empresas dando discursos breves de suspensión, pero no hay estados prohibiendo el visionado y la circulación de -por ejemplo- el tan mencionado zorrino Pepé. No hay censura aplicada oficialmente, como no hay denuncias comprobables de ninguna institución ciudadana, más allá de lo que infieren en comunicados ambiguos las corporaciones, al dar de baja mediáticamente a sus personajes. No existe esa cosa orwelliana que después la derecha conservadora denuncia como totalitarismos culturales o imposición de una sola forma de pensamiento. Solo hay chamullo marketinero... Eso hay.

Pepé le Pew no ha muerto ni ha desaparecido. Todo lo contrario: si te vas a YouTube vas a encontrar que ha tenido un reverdecimiento tras décadas de olvido y que hay miles de capítulos en decenas de idiomas disponibles, a un solo click de distancia. Aquí lo único que pasó es que la empresa que lo producía hizo de todo esto un circo a su favor.

Todavía hay cientos de formas de ir a ver las aventuras del zorrino en redes, como YouTube, o Facebook, o decenas y decenas de otras redes más chicas pero bien distribuidas en el planeta. Y estamos hablando de todo pero todo el planeta, eh: de las sociedades hipertecnologizadas como de las más periféricas. El zorrino se puede ver en los conglomerados más dialécticos y agnósticos como en los más religiosas y teocráticos. Todo el mundo puede ver a Pepé le Pew, por más que Warner diga que lo canceló.

Es más: si queremos, podemos ver cada uno de esos capítulos que están en redes, por fuera de los canal oficial de Warner, y lo podemos hacer con lxs peques al lado, y charlar después con ellxs sobre el acoso, o sobre si el zorrino es un torpe estereotipo del romanticismo francés y conversar -de paso- sobre esa costumbre insistente que tienen las empresas de entretenimiento norteamericanas de generar estereotipos de todo, o –mirá lo que te digo…- charlar con ellxs sobre si, en definitiva, el personaje de Pepé no es ya un imbancable y demeritorio dinosaurio que pasará solo y solito al olvido por acosador y pesado.

La opción está siempre latente: podemos hablar de estas cosas profundas con nuestra pibada, solo tenemos que sintonizar y hablarles en su hermoso idioma, y escucharlos, e intercambiar para bien, charlarlo todo. Inclusive podemos sentarnos nosotrxs solxs, sin ellxs, y ver de pura curiosidad adulta algunos capítulos, y reflexionar sobre cómo vemos hoy eso que nos entretuvo de niñxs, analizar desde dónde nos llegaron con los mensajes massmediáticos que nos han construido culturalmente en parte. O lo que fuera. Todo podemos hacer con Pepé, porque Pepésigue por ahora allí y -si queremos y si nos da la gana- podemos entrarle a cualquier hora del día y desde el dispositivo que elijamos.

Por eso, de “cancelación”… ¿qué?...

Nada.

Con la información cultural circulando en Internet a través de redes ya incontenibles, todo esto que está dando vueltas sobre “cancelaciones” no es más que una sucesión de eslóganes convenientes. Esta supuesta "cultura de la cancelación" no es más que un concepto muy ampuloso y hasta nocivo, pues se puede correr hacia la derecha fácilmente.

Hace solo un siglo estuvo de moda en los EEUU (la mayor usina actual de contenidos de entretenimientos globales) un personaje del humor gráfico (los diarios y revistas eran los grandes reyes de la comunicación massmedia de aquellos años) era un zambo/mulato bien morocho que hacía reír con sus brutalidades y torpezas a la gente blanca, perpetuando la naturalización dominante de que” blanco es mejor” y de que -ni en pedo- hay que dejarle lo importante de este mundo a otro ser que no sea blanco. El personaje se llamaba Lil’ Zambo (el pequeño Zambo) y –a pesar de haber sido denunciado en diversos estamentos federales de la justicia norteamericana durante décadas- nunca fue cancelado oficialmente.

El tiempo transcurrió y el personaje, culturalmente, desapareció de los medios porque solito, o por el desinterés del gran público, fue convirtiendo su simbólico poder cómico en lo que realmente era: un flor de sorete supremacista al que había que olvidar.

Cito este ejemplo extremo (hay más revulsivos, gugleen) solo para retomar la idea práctica de que no existe ni existirá eso que llaman “cultura de la cancelación” como algo acechante y direccionado insensata e injustamente desde las usinas que “se pasan de progresistas”. Nadie se pasa de progresista, el progresismo puede ser a veces medio lelo y quedado, pero nunca es totalitario. Esa idea (la de que es una tiranía o dictadura en potencia) también es chamullo.

Así que podríamos hacer el esfuercito eh, y dejar de repetir como lorxs que está vigente y de moda la “cultura de la cancelación” cada vez que una corporación publicita la discontinuidad de uno de sus personajes polémicos. Mirá si empresas que tienen menos de 100 años sobre la tierra van a ser los dueños y repartidores de las culturas de un planeta tan hermosamente diverso y antiguo. ¡Más quisieran, sí! Pero no demos más por el chancho que lo que el chancho vale...

29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]