Columnistas
10/03/2024

Sobre arte y verdad

Sobre arte y verdad | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Hombres que no aspiren a persuadir no hay, porque lo que tampoco hay es el hombre que no aspire a prevalecer. Y los artistas -los escritores por lo menos- siempre van en pos de la gloria, que es la forma donosa del poder.

Juan Chaneton *

[email protected]

Te escribo para que no confundas lo real con la verdad, dice un prócer de Mayo en aquella pionera non fiction novel que nos legara para siempre Andrés Rivera. Por mi parte y a menudo, he sentido la pulsión de inclinarme ante la irrealidad del trance onírico como si éste fuera el único hábitat posible de la verdad. Pero nada de esto contesta la pregunta central de la existencia: ¿en qué escala axiológica transcurre la vida del ser humano? Persuadir y convencer han se ser propósitos ajenos al arte, si éste es tal cosa y no remedo. Pero creo que tal dictamen no pasaría la prueba del detector de mentiras. Hombres que no aspiren a persuadir no hay, porque lo que tampoco hay es el hombre que no aspire a prevalecer. Y los artistas -los escritores por lo menos- siempre van en pos de la gloria, que es la forma donosa del poder.

Dicho esto, agrego, a propósito del conversado vínculo entre arte y verdad: no creo ni por un nanosegundo que la Suprema Divinidad haya estado, alguna vez, ocupada en juzgar las conductas de los habitantes de la Italia boreal durante los siglos XIV y XV. Mas, sin embargo, ello nunca pudo conculcar mi facultad espiritual de gozar -casi extáticamente- de la Commedia, sobre todo cuando la releía, ex ungue leonem, en italiano, idioma que desconozco a la perfección pero cuya musicalidad me subyuga y me resulta en extremo bienhechora.

Y dicho lo anterior, continúo sumando cavilaciones.

Los artistas (o los que, con o sin ars divinum en su alma), aspiran a serlo, han creído a lo largo del tiempo, que el Todo comienza y termina con el arte. Empero, Nietzsche vino a exhibirles las pruebas de que tal convicción no era sino impostada fatuidad, un recurso -al fin y al cabo humano- para seguir creyendo en el sentido... El arte no es más que un juego, puede inferirse de los textos más ardientes de este hijo, nieto y chozno de pastores y carniceros, nacido en Röcken (Prusia), quien agrega que el científico es el artista en un estado ulterior, pues ambos (lúdicos por naturaleza) manipulan la realidad con una finalidad que siempre les resulta, en lo esencial, desconocida, aun cuando aseguren, a propios y extraños, que el arte no tiene finalidad.

Se trata, este de los artistas, del mismo tipo de falsificación interesada con que Occidente ha propagandizado el vínculo de la Grecia antigua con la democracia y el humanismo. Los mitos fundacionales de Occidente han sido la antigüedad clásica y el cristianismo, pero no hay en esas invenciones más que el propósito interesado de declarar que algo a lo que se atribuye un valor de actualidad ostenta en su frente el laurel fragante del prestigio que brindan los siglos.

Así, el fin del occidente tal como lo conocemos está aún lejos, pues será, si no consecuencia, al menos sí fenómeno históricamente yuxtapuesto, de manera inmediata, al colapso de aquel par de construcciones ideológicas. Se tratará, de ese modo, de unas superestructuras reactuando sobre las estructuras que reposan más abajo, si Gramsci y modernamente Godelier, así lo quieren, como en su momento parecieron quererlo.

Vivimos en un mundo en el cual se ha vuelto posible prohibirle a la luz incurrir en exceso de velocidad. Asimismo, los colores permitidos por la ley son siete; los demás, están prohibidos. Y la verdadera luz está en derrota ante las imposturas de las luces falsas, como una vez dijo el ínclito Eduardo Talero en su "esforzada" (el adjetivo es de Borges) Voz del Desierto.

Poniendo estaba la gansa y epilogando estaba el cantor. Todo lo clásico se desvanece en el aire y lo heteróclito irrumpe, Juan Raro irrumpe, sin avisar, en la sureña Argentina, cual criatura escapada de un párrafo de Stapledon, o, por mejor decir, como un habitante de Tlön cabalgando sobre un tigre tansparente que corre entre torres de sangre, orbis tertius, con la sola diferencia de que el Raro de Stapledon era inteligente y despreciaba a la especie humana, que es sólo lo que hace nuestro Juan Raro local, inesperada pesadilla que tal vez hubiera merecido el honorable destino de ficción borgeana parida en un día de inútil charla con Bioy Casares durante una tarde de ocio desganado en una casona de Ramos Mejía allá por 1940.



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]