El fracaso de la ley Ómnibus, la reacción de los gobernadores ante el despojo a las provincias, la fatiga de los aliados por la dosis excesiva de insultos y otros agravios, y sobre todo la posibilidad de que el descontento generalizado por su política de hambre y empobrecimiento de las mayorías escale a un nivel incontrolable, llevaron a Milei a corregir mínimamente el rumbo.

El hombre estaba por recibir un segundo revés, esta vez con el DNU y con un posible juicio político por insania. Tal vez por todo eso, el Milei desbocado dio paso al de la Asamblea Legislativa, blindado, despótico, mendaz, pero medianamente contenido, un Milei que procura recomponer la alianza con la derecha para impedir que su proyecto mesiánico de postración nacional naufrague en la nada.

¿Tocó un límite? Sí, lo hizo.

La derecha argentina que siempre ha sido antidemocrática -para no ir muy lejos desde el “fraude patriótico” a la dictadura cívico militar, pasando por los bombardeos del ‘55- no tiene mayor problema en que Milei la insulte si hace el trabajo sucio. Es decir, si logra mandar para atrás el conjunto de las conquistas sociales obtenidas por el pueblo argentino en los últimos 78 años, desde que irrumpió el peronismo en la historia. En todo caso, después verá como se deshace de este presidente estrafalario.

El tema es que cuando el instrumento Milei se sale de madre, sobrepasa todos los límites, pisotea las alianzas y delira; digamos, cuando se le suelta la chaveta y amenaza con llevarse puestos a los que le quieren dar gobernabilidad a cualquier precio, a la derecha, al establishment económico, al partido judicial y a la prensa canalla, a sus mentores ya no les quedan argumentos. Así fue con la rebelión de los gobernadores.

Tal vez para la Asamblea Legislativa le administraron un calmante o acaso el hombre es, además de todo, un gran actor; uno que un poco “es” y otro poco “se hace”. La cuestión que volvió a ponerse sobre sus carriles y subido a un banquito para parecer un poco más alto (¿no le dijeron que del ridículo no se vuelve?) convocó a los gobernadores a un pacto “fundacional”, que se haría el próximo 25 de mayo en Córdoba (porque allí nació su perro, ¡je!). Puro cotillón porque, eso sí, antes le tendrán que aprobar el DNU que lo consagra emperador y negociar una versión en cuotas de la ley Ómnibus.

No casualmente Macri, su primo Jorge el intendente y los gobernadores de la oposición “light”, entre ellos el díscolo Ignacio Torres del Pro, que la semana pasada parecía que se quería comer crudo al presidente, salieron a aplaudir y expresar su beneplácito. Ajuste salvaje y destrucción del estado de bienestar sí, claro que sí, aunque sea con insultos; pero locuras excesivas no, porque el Milei desaforado se vuelve muy difícil de sostener y se corre el riesgo de volcar en la primera curva, como estuvo a punto de ocurrir.

Pero ojo: bajar el tono con los aliados y negociar algunas concesiones, no quiere decir ceder el timón como le gustaría a Macri. A este presidente del horror le gusta el poder, decidir sobre vida y hacienda de los demás, y sobre todo la franela que le proporciona la derecha internacional por su labor de cipayo. Esto está claro y lo último que haría el señor Milei es soltar el hueso que tiene entre los dientes. Por si hicieran falta más pruebas, allí están todo el boato y el ceremonial que rodearon su paso por el Congreso: blindado y propio de un monarca y no de un funcionario republicano.

Con todo, hay que reconocer que Milei se contuvo y no se dio el gusto de cometer una nueva locura. La derecha puede estar un poco más tranquila. Pero no está escrito que no vuelva a descarrilar en cualquier momento.