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13/05/2017

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Irma

Irma | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Irma Cuña: por la literatura querencial”, dice por título el recorte de una de nota, publicada en El Diario del Neuquén el 8 de abril de 1999, y hallada fortuitamente por el autor de esta columna cuando buscaba otra cosa.

Gerardo Burton

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Pocas hojas sostienen las ramas de los olmos de la calle Fotheringham esta tarde de abril de 1990. El cronista debe entrevistar a una poeta que no conoce, de la que ignora todo, o casi todo. La luz del otoño se filtra por la ventana de la sala de entrevistas cuando entra ella junto con Lilí Muñoz, Susana Uez y Marita Molfese, que la acompañan porque acaba de salir de una cirugía en los ojos. Camina lentamente, sus pasos casi arrastrados y su figura alta, mientras tantea el aire y los muebles a su alrededor. Imposible saber qué miran sus ojos detrás de esos anteojos oscuros, que cambiará por otros cuando llegue Pepe Mateos, el fotógrafo, a retratarla.

El cronista es joven todavía y, por lo tanto, sabe de todo, pero poco de la poeta. Entonces, con la insolencia de quien no atisba los límites de su conocimiento, le pregunta si su poesía pertenece al género regional. Ella respira y se toma su tiempo. Quizás recuerda en este momento la nota que reproduce el diálogo que tuvo tiempo atrás con Macky Corbalán y Raúl Mansilla para la revista Coirón. Esa entrevista la habrá devuelto a su tierra, esa entrañable comarca de álamos y canales rumorosos.

Su respuesta comienza como un rumor que termina en apasionamiento: niega, cita al Martín Fierro y explica que “en todo caso, mi poesía es querencial, porque yo vuelvo a la querencia”. Y de inmediato, como para mantener el desconcierto, afirma que “no quiero ser conocida sólo por 'Neuquina' -su primer libro que se recita con frecuencia en las escuelas, en desmedro de su obra posterior-” y se entusiasma con la corporalidad de la palabra, el juego con los textos y la carencia, la falta y la ausencia como fuentes de la poesía.

Ella dirá, poco después en la misma conversación, que le parece “deplorable la regionalidad, es como cliché” que resulta en “un quietismo que impide que las cosas cambien”. Años después, cuando la poeta y el periodista sean amigos, ella negará cada vez que se plantee, haber calificado como querencial a su experiencia poética y no habrá cómo convencerla de lo contrario: no quedan registros de la entrevista porque el diario habrá quebrado y el periodista no guarda copia.

 

Nací en Neuquén, oasis del desierto,

Inmenso reino del potente viento,

millonario de arenas y de piedras,

Arauco triste de su gente nueva:

tengo el alma aborigen y labriega.

Nací en Neuquén, nostálgico del indio

para quien fue “el audaz y el atrevido”;

el extranjero lo pobló de arados,

de frutales, de viñas y de álamos,

pero él siguió soñando con las tribus.

Nací en Neuquén y por las noches hondas,

cuando todo se acalla, mi alma loca

trepa las bardas, atraviesa el río,

y tras la Cruz del Sur halla el camino

que conduce al secreto primitivo.

Y cuando lejos parta no habrá olvido

para mi valle, mi arenal, mis ríos,

ni el salvaje furor del viento terco:

nací en Neuquén, sonrisa del desierto,

y en él quiero dormir el largo sueño. (Neuquina)

 

Sólo memorias (de “Neuquina”) por Marcelo Piñeiro  

...

Ocho años después, la poeta telefonea conmocionada al periodista: mientras buscaba bibliografía para un ensayo sobre utopía latinoamericana, desde el estante más alto de su biblioteca cayó una caja archivo que desparramó su interior sobre la mesa de trabajo y el piso. Es una caja que traje de México, dice, y que nunca abrí desde la mudanza. Y aparecieron dos cosas, continúa: una máscara y un manuscrito, el manuscrito de “El Príncipe”, que creía perdido y había olvidado, se emociona.

El cronista ya no entiende de qué se trata: cajas, México, máscaras perdidas, manuscritos olvidados, exilios. El largo texto, que  viajó encarpetado por varios países y llegó a la Argentina apenas fugada la dictadura, aterriza finalmente en una biblioteca patagónica; literalmente, sobre la mesa de mosaicos donde la poeta trabaja, escribe, lee. El poema sigue escondido en la caja, como a la espera de que ella lo reencuentre. Ya habrá publicado su obra total hasta este año y ahora parece que su poesía empieza a despojarse de elementos superfluos, vuelve a la simplicidad y la inocencia de la mirada primordial, contemplativa de los místicos como Juan de la Cruz, Simone Weil, Thomas Merton, y los poetas chinos y los japoneses.

 

Fría, la luna otoñal resplandece en el álamo blanco

Li Po              

Li Po tiene un álamo blanco,

álamo de agua el de Li Po.

Los nuestros son muy verdes, muy espesos.

Sólo por accidentes

se queda aislado un álamo en el valle.

Árbol sin arboleda,

tal vez ése

pueda ser el helado,

el de Li Po. (Li Po, en “Otros poemas”, de Poesía junta)

Cuando escriba el epílogo para “El Príncipe”, el periodista dirá que el hallazgo del original encarpetado se produjo de una manera inesperada pero en cierta forma consciente, racional: “resulta que un día, escribe, revisa sus papeles viejos. Busca en sus cajones, en un solo cajón, y encuentra 'El Príncipe', un texto abandonado que sobrevivió exilios, mudanzas, traslados, penas y alegrías”. La verdad es otra y quizás más sorprendente: la caja cayó casi sobre la cabeza de la poeta al deslizarse sobre carpetas y folios mal colocados. El encuentro significó un viraje casi absoluto en su poesía: entró en la selva mexicana, proliferaron los cenotes, los jades, las mazorcas. También hablará el cronista de la pluralidad de la poeta, de todas las poetas que caben dentro de esa poeta. Esa poeta es todas las poetas “como una mujer y una rosa son todas las mujeres y todas las rosas”.

 

El Príncipe (fragmento) 

...

Veintidós años después del primer encuentro, y a trece del hallazgo del manuscrito olvidado, el cronista está en otro trabajo. Un día caluroso de febrero empieza su investigación sobre la historia del petróleo en la provincia, y da el paso inicial en oficinas del Archivo. Terminada la tarea con los documentos y carpetas, una vieja caja de cartón con un rótulo deslucido que dice “Poetas neuquinos” desvía su atención. Dentro, entre carpetas dedicadas a Milton Aguilar, Juan José Brion, Félix San Martín y otros, hay una carpeta dedicada a la poeta. Hay copias de recortes periodísticos, cuadernillos manuscritos con correcciones, poemas mecanografiados con tachaduras; algunos desconocidos, otros incorporados a libros posteriores. Está la crónica periodística que relata la primera conferencia que la entonces joven poeta ofreció, a los 24 años -en 1956- en la vieja biblioteca Alberdi sobre la “Valoración de la poesía”. Una palabra empieza a ser pronunciada, involuntariamente, como homenaje a ese efecto del azar: serendipia, dice el periodista, serendipia, eso que nombran los ingleses cuando quieren referirse a un hallazgo fortuito que se produce cuando se busca otra cosa.

Sin embargo, de la poesía querencial, no hay nada en los archivos. Es algo que acompaña al periodista durante todos estos años, y hasta duda que la poeta haya pronunciado esas palabras. No hay registros. Como ocurre con el sistema judicial en el país: lo que no está escrito en el expediente, no existe.

..

En estos veintidós años, la poeta publicó pequeños libros artesanales, plaquetas, con un poeta y artista plástico amigo, Guillermo Inda; editó dos ensayos sobre la utopía latinoamericana que la desvelaba; hizo una antología que apareció con collages del artista Carlos Juárez; se le asignó un sillón en la Academia Argentina de Letras en representación de la Patagonia; padeció sus últimos años una angustia casi insuperable. Murió en mayo de 2004 y en 2016 el día de su nacimiento fue dedicado a homenajear a los poetas y las poetas neuquinas.

 

Homenaje 

 

Recuerdo en RTN 

..

Cuatro años más tarde el cronista vuelve a las oficinas del archivo y encuentra actualizada la carpeta de la poeta. De la biblioteca de una escritora recientemente fallecida se incorporaron recortes, otros poemas -algunos repiten los que ya estaban; uno o dos, son nuevos- y entrevistas en revistas de varias décadas atrás. Y entre las novedades, aparece el recorte, anotado de la página 26 de El diario del Neuquén del 8 de abril de 1999: el título de  una de las dos notas que encabeza la página dice “Irma Cuña: por la literatura querencial”. Serendipia, dice el cronista.

 

Volveré porque el michai

ha ennegrecido mi boca,

y el que ha probado su fruto,

ya se sabe que retorna.

Volveré porque he bebido

en los arroyuelos frescos

un agua de nieves puras

que me ha dejado sediento.

Volveré para dormirme

bajo un arrayán florido,

cerca del tronco afelpado

y de su pié retorcido.

Para escuchar el pitío

con su gritito de alerta

y ver volar impasible,

la rapaz águila negra.

Para buscar en el lago

la ciudad de la leyenda,

cuando una nube asombrosa

quiera asombrarme la senda.

Para atravesar las nubes

que van cegando los bosques

en las montañas umbrosas

de los perezosos montes.

Volveré ¡Si es posible

no regresar! Aunque huyera,

llevo conmigo, embrujado

la atracción fiel de mi tierra. (Promesa, también titulado como Volveré, o poema del calafate, publicado como Otros Poemas en Poesía Junta)

 

Tejendera (por Nanny Davies)

29/07/2016

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