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Columnistas
19/02/2023

El origen del liberalismo económico

El origen del liberalismo económico | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Hay falta de correspondencia entre los supuestos básicos tenidos en cuenta por Adam Smith (supuestos que son los del liberalismo y también del neoliberalismo) con la realidad de la sociedad contemporánea.

Humberto Zambon

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El escenario. La actividad industrial, entendida como latransformación de materias primas en productos elaborados,especialmente la textil, destinados a una demanda anónima, es muy antigua. Se dio en distintas civilizaciones, como la antigua China, India, Persia, Bizancio y, en tiempos modernos, en el norte de Europa con la liga hansiática (todo este proceso histórico está muy bien tratado por Gerardo Mario de Jong en el libro “la transición del capitalismo mercantil al capitalismo industrial”, Ed. Doble Zeta, Neuquén, 2019, cuya lectura recomendamos). En todos estos casos la demanda de esos productos era estable o aumentaba a tasas muy bajas, de forma tal que la oferta se adecuaba a la demanda con simple adiciones de puestos de trabajo.

La situación cambió en Europa en el siglo XVIII. Es que a partir del siglo XVI hubo una corriente continua de riqueza desde América a España proveniente del saqueo del territorio colonial primero y, luego, de la explotación minera (producción de plata en el “Alto Perú”, por ejemplo) y del monopolio comercial que tenía el país europeo sobre todo el comercio con América. Merced a ello, España se convirtió en un país rico y gran potencia europea; los demás países, para participar de ese festival de riquezas, a falta de colonias aptas, debieron recurrir al comercio excedentario (exportaciones mayores a las importaciones) donde el saldo se cubría con remesas de metal precioso. Para lograrlo, establecieron una serie de reglamentaciones (que se sumaron a las que reglaban el trabajo y el comercio, originarias de la edad media) y controles del comercio exterior que se conoce como “mercantilismo”.

Con el tiempo, el aumento de la riqueza alcanzó a capas más extensas de la población, lo que se tradujo en un gran aumento de la demanda, especialmente textil, que no podía satisfacerse. En Inglaterra la producción de hilo era insuficiente a pesar de utilizar en los tornos de hilo el trabajo de mujeres, niños e, inclusive, de los soldados; la Sociedad de Artes estableció en 1760 un premio a quien desarrollara un método que permitiera hilar hasta 6 hilos por persona. Finalmente, en 1767, Hargreaves creó un torno que permitía hilar 8 hilos simultáneamente, perfeccionado en 1771 con la aplicación de la energía hidráulica; el cuello de botella en la oferta pasó el hilo al tejido; ante la nueva necesidad en 1785 Cartwright inventó el telar mecánico (inicialmente utilizaba la energía animal), dando inicio a lo que se llamó la “revolución industrial”, que implicó una revolución permanente en los medios de producción.

La teoría. Las clases sociales dominantes económicamente encontraron que el cúmulo de reglamentaciones sobre producción y, especialmente, el trabajo, que había permitido acumular su riqueza, ahora actuaban como un cepo que entorpecía el crecimiento económico. Adam Smith le dio cuerpo teórico a este cambio, con la creación del liberalismo económico.

Smith (1723-1790) fue un filósofo y economista escocés que escribió “Teoría de los sentimientos morales” y también, lo que aquí nos interesa, “Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones” (1776), que se la conoce por el título abreviado de “La riqueza de las naciones”, que resultó ser uno de los primeros tratados completos sobre el tema económico, razón por la cual algunos autores lo ha denominado “el padre de la economía”; por el contenido de esta obra es también considerado como el fundador del liberalismo económico.

Desde hace muchos años vengo diciendo a mis alumnos que con un ejemplo muy simple se puede explicar la idea de Smith, que son los fundamentos del liberalismo económico: supongamos una sociedad individualista de cazadores donde cada uno busca su propio bienestar y que viven de la caza de ciervos y de castores. Toda mañana cada cazador toma su arma y debe elegir: o bien va a la montaña a buscar ciervos o enfila para el río para buscar castores. No puede ir a los dos lados, por lo que el bien que no puede obtener mediante la caza lo debe conseguir mediante el trueque, intercambiando los sobrantes que traiga de su expedición.

Si suponemos que, al cabo del día, con 8 horas de trabajo efectivo, obtiene en promedio 4 castores ó 2 ciervos, podemos decir que cada ciervo le lleva 4 horas de trabajo y que cada castor le insume 2 horas. Hay un solo tipo de cambio de equilibrio posible: cada ciervo vale dos castores ó, lo que es lo mismo, cada castor equivale a medio ciervo. Piensen ustedes cualquier otra relación: por ejemplo, uno a uno; los cazadores obtendrían un castor con dos horas de trabajo y, mediante el cambio, también un ciervo con el equivalente a esas dos horas; conclusión, todos tratarían de cazar castores y obtener por trueque a los ciervos. Sobrarían castores y faltarían ciervos, los precios de los primeros caerían y subirían el de los ciervos, hasta alcanzar al 2 a 1 del equilibrio.

La conclusión primera de Adam Smith es que los bienes (las mercancías) valen en función del tiempo de trabajo humano insumido. Es decir, el trabajo es la fuente de valor y las horas de trabajo socialmente necesarios para producirlos son los que cuantifican ese valor.

Esta es la teoría del valor-trabajo, que fue aceptada sin discusión por todos los economistas hasta el último tercio del siglo XIX, época en que se desarrolló la teoría valor-utilidad. Entonces los economistas se dividieron en dos bandos: los que aceptaban la primera y los neoclásicos, seguidores de la segunda. Como el debate teórico terminó en empate, ante la imposibilidad de tirar penales, la economía académica archivó el problema del valor y se dedicó a otros temas.

Pero el valor-trabajo no es la única conclusión que se saca de la fábula de Smith: fíjense que los cazadores optan por ir al monte a buscar ciervos o al río a cazar castores sin que nadie se lo mande; las cosas ocurren como si hubiera una mano invisible que determinara cuantos deben cazar uno u otro para que se satisfaga en forma óptima las necesidades de la comunidad: es que si hubieran mayor cantidad de castores que los requeridos bajaría su precio relativo respecto al de los ciervos, por lo que a los cazadores –tratando de maximizar su beneficio- les convendría cazar ciervos, con lo que aumentaría la cantidad ofrecida, haciendo bajar el precio hasta que las cantidades coincidan con las requeridas y el precio con el del equilibrio. La conclusión es que el mercado es el encargado de lograrlo: es el óptimo asignador de los recursos.

Esta sociedad de cazadores no necesita autoridades, al menos desde el punto de vista económico. Haría falta solamente para asegurar el orden, la justicia y la propiedad de las herramientas y bienes que tiene cada cazador. Si tuvieran la peregrina idea de elegir a un “jefe” para que planifique donde debe ir cada cazador (si al río o a la montaña), la comunidad tendría que mantener a ese jefe (que seguramente, en forma rápida, pedirá una secretaria para que lo ayude y un asesor –posiblemente un economista- para que colabore en la toma de decisiones) que, en el mejor de los casos, acertará con la distribución que determina el mercado, por lo que ese gasto es inútil; pero muy probablemente no acierte con la mejor asignación, lo que producirá desvíos y daños, por lo que al costo de mantener al jefe y su séquito hay que agregar el costo de la ineficiencia económica.

Es decir, la conclusión de Adam Smith (del liberalismo económico) es que cada uno individualmente busca su mayor beneficio y, con esta forma egoísta de obrar, el mercado actúa como una mano invisible asignando de forma óptima los recursos existentes, logrando el mayor bienestar para todos. Ni el estado, ni nadie, debería interferir en la economía.

Las conclusiones son válidas, según los supuestos de que parte, para una economía de pequeños propietarios de sus herramientas (artesanos), donde hay mercado transparente con muchos compradores y vendedores (competencia perfecta) y donde las mismas herramientas se adecuan a cualquiera de las actividades posibles (perfecta movilidad del capital). Pero la realidad social no es así: hay algunos que tienen la posesión exclusiva de los medios de producción y muchos que lo único que poseen es su fuerza de trabajo, por lo que se ven obligados a venderla a cambio de un salario; no existe movilidad del capital y no todos los productores son iguales, sino hay unos pocos que dominan el mercado y pueden fijar precios y condiciones.

Es decir, hay falta de correspondencia entre los supuestos básicos tenidos en cuenta por Adam Smith (supuestos que son los del liberalismo y también del neoliberalismo) con la realidad de la sociedad contemporánea; por esa razón, esa teoría presenta deficiencias para explicar la realidad y la política económica asentada en ella termina siempre fracasando. Pero esa es otra historia. Lo que acá nos propusimos es explicar es el origen del liberalismo económico. Y creo que el ejemplo de los ciervos y castores lo hace en forma sencilla y clara.

29/07/2016

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