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14/04/2018

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Novela en los márgenes

Novela en los márgenes | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Hice mucha calle en el sur”, dice Diego Angelino, este escritor que construye su literatura desde la periferia. Explica que en la ficción “no hay más secreto que hacer que lo real parezca real. Si tomás lo real y se ve, eso produce satisfacción, y entonces, bendito sea Dios”.

Gerardo Burton

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Que no debía seguir hasta El Maitén, era lo único que tenía claro a esa altura de la noche. Si llevaban dos horas viajando deberían estar pasando por la estancia Leleque, y lo confirmó unos minutos más tarde, cuando el camión dejó el asfalto, empezó a traquetear y a derrapar en el serrucho del camino enripiado. Un poco más de marcha y estarían frente a Vuelta del Río, adonde el ex soldado Nahuel Urdanoff, pasajero de segunda, había decidido bajar. (“El bumerang vuelve al cazador”, por Diego Angelino, página 70)

La toponimia enciende enseguida una luz de alerta. La combinación del relato parece profética: hay gendarmes, hay un camión -quizás Unimog-, hay un prisionero y están “frente a Vuelta del Río”. Inevitable la asociación con los hechos, ya no ficciones ni relatos, que terminaron con la vida de Santiago Maldonado hace solo unos meses. Unos días atrás, el poeta y editor Cristian Aliaga pregunta por Angelino y por esa novela que integra la arbitraria lista de espera sobre la mesa de luz.

Entonces se pone en marcha el mecanismo: la zambullida en una lectura casi sin interrupción. Angelino no cuenta una historia sino varias; sus personajes abren puertas por las que ingresan otros personajes y otros hechos y entonces la geografía se expande y trasciende la Patagonia, abarca las provincias del Litoral, las Malvinas, Sudáfrica y pueblos de España. Otro tanto ocurre con el relato histórico de la Argentina en el siglo XX: la inmigración bóer o afrikáner a Comodoro Rivadavia; la resistencia mapuche, la guerra del Atlántico Sur, la dictadura, el establecimiento de las estancias patagónicas y su origen en la persecución de los originarios... Una referencia lejana quizá: la ola migratoria bóer se relaciona con el sur neuquino: hay que recordar a Martín Bresler en San Martín de los Andes y la fuga de la cárcel federal en 1916 que terminó con la masacre de Zainuco. El denominador común es que todo se cuenta desde los márgenes: hay un merodeo -voluntario o no- que excluye del relato los grandes centros urbanos, sede de los poderes. La acción transcurre en poblaciones pequeñas, en caseríos rurales, en estancias latifundistas o en caminos despoblados. Inclusive, los personajes protagónicos nunca llegan a Neuquén, que en cierto momento de la narración aparece como el sitio donde habrá -¿?- más posibilidades. Todo queda, entonces, en una periferia de la periferia.

Angelino dice que la novela comenzó hace más de veinte años cuando “unas 15 o 20 páginas se publicaron en El Patagónico -en rigor, en el suplemento Confines-”. Ése fue el primer núcleo pero luego interrumpió su trabajo. Durante dos décadas se dedicó a su vivero “Tierra baldía”, en El Bolsón, desde donde abasteció a clientes de la Comarca Andina, de Río Negro y de Neuquén. “O escribía, o atendía el vivero que había crecido hasta proveer a unos cuarenta revendedores de numerosos lugares de la Patagonia. Y yo era el productor que hacía las plantas, el vendedor que las vendía y el camionero que las trasladaba”, dice en una entrevista, y agrega que vendía “en Allen, Zapala, San Martín y Junín de los Andes. Son plantas ornamentales y abastecía a los minoristas”.

Ese primer núcleo narrativo aparecido en El Patagónico relataba episodios de la vida del alférez Juan Venter, un personaje imaginado a partir de la irrupción de un grupo de gendarmes en la casa de Angelino después del golpe cívico-militar de 1976. El oficial que comandaba el operativo buscaba armas y literatura subversiva y solo sirvió como modelo para un personaje. Para entonces, Angelino ya había obtenido, en 1974, el premio del diario La Nación por el libro de cuentos “Con otro sol”, que publicó Corregidor, y escribía con cierta regularidad en diarios regionales -Río Negro, El Patagónico- y porteños -La Nación, Clarín-. Angelino es extrarregional: nació Entre Ríos y a los veinte años se radicó en la Patagonia, primero en Comodoro Rivadavia -ciudad de la que se enamoró “pese a su clima hostil”- y luego en El Bolsón. En la novela, Comodoro Rivadavia funciona como una especie de centro del universo: allí llega la inmigración bóer tras la guerra y posterior expulsión de Sudáfrica, sus descendientes no terminan de irse de esa ciudad que los atrae con un magnetismo invencible. En ese paisaje difícil de la estepa patagónica, encuentran estos protagonistas -y acaso también Angelino, que lo prefirió a su escenario mesopotámico de origen-, motivos para el misterio, para la magia.

Párrafo a párrafo, página a página, el libro comenzó a estremecerla. Porque pese a la vastedad de la Patagonia y a su variada monotonía, iba reconociendo palmo a palmo los campos de Bajo del Gualicho, las flores puntuales de esa parte del desierto, los cañadones por donde había cabalgado desde la adolescencia, el seco perfume del viento, el color de los cielos. Todo. Hasta el lento, demorado vuelo del sol.

Megan cerró “Días de ocio en la Patagonia” y decidió volver.(“El bumerang...”, p. 62)

“Hice mucha calle en el sur”, dice este escritor que construye su literatura desde la periferia. Explica que en la ficción “no hay más secreto que hacer que lo real parezca real. Si tomás lo real y se ve, eso produce satisfacción, y entonces, bendito sea Dios”. En “El bumerang...” se yuxtaponen, como capas geológicas literarias, las historias de cada uno de los personajes, en diferentes tiempos. Pero también se constituye una especie de mosaico que sugiere un canon encubierto: la historieta del gendarme Hilario Corvalán -de la revista El Tony- vertebra la trayectoria del alférez Juan Venter y, casi en las antípodas, la poesía española medieval y del Siglo de Oro -Góngora especialmente- escenifica los episodios del Negro Urdanoff, que rebautiza a su maestra-amante como la Finojosa.  Las preferencias de Angelino dejan huellas visibles en el texto: Joseph Conrad, Neruda, Pérez Galdós, los latinos. Y el capitán Lucio Bienamado Mansilla es el último descendiente de una supuesta genealogía que lo lleva a Lucio Victorio Mansilla, mientras cita en discursos e informes castrenses fragmentos del Tao y del Arte de la Guerra, de Sun Tzu, hazañas de Mao y la campaña del Mío Cid en procura de desalojar a los árabes de España.

En realidad el botín de Juan eran los chulengos, los piches, algunos avestruces, las avutardas que venían en la primavera y permanecían en las aguadas hasta que migraban entrado el otoño. Claro que no era lo mismo cazar un piche que zigzaguea entre las matas que un avestruz que corre por la pampa. Matar un piche es un juego de niños; tirás y tirás y las balas saltan alrededor como pedrea. Al fin de una le da y el pequeño armadillo para en seco, muerto ya, pero todavía su caparazón se encoge un poco, se cierra como protegiéndolo. No como si tuviera dos vidas sino como si tuviera dos muertes (“El bumerang...”, p. 14)

También hay una genealogía literaria regional: Angelino incluye, como personajes, a Ana Pescha y David Aracena. A ella la alude como poeta, mientras que de él dice que era un “escribiente” que en momentos de institucionalizarse la provincia ocupó uno de los cargos vacantes: el de policía, aunque nunca había manejado más armas “que las de latón” en su infancia.

Aracena era sobradamente inteligente. Era uno de los mejores tableros de Chubut. Había llegado a a ganarle al doctor Kiernan, y había hecho tablas con el mismísimo Ardiles. Con los jóvenes jugaba a ciegas, divirtiéndose como si jugara a las escondidas. Anita Pescha, su mujer, más que ser poeta -aun cuando también escribiera poesía-, ejercía de poeta, sin siquiera proponérselo. Cuando su marido estaba a cargo de la comisaría de El Hoyo, o de Las Plumas, o de Puerto Pirámides, cocinaba para los presos y los sentaba a la mesa. Lo que sobraba se lo daba a los pájaros, que comían en su mano. Y si éstos no acudían lo reservaba para las lauchas. Puede que todo esto suene disparatado y hasta inverosímil, pero es rigurosamente histórico. Probablemente, sí, sólo pudo haber sucedido en ese marco de irrealidad en el que transcurren muchas vidas de la Patagonia(“El bumerang...” p. 41)

La guerra de Malvinas ocupa un sitio importante en esta parábola que describe el bumerang de Angelino. El Negro sobrevive a una épica que lo terminará matando cuando su perseguidor lo encuentre. Mientras tanto, sale -no indemne sino perturbado- de las islas, vuelve al continente en un dificultoso peregrinaje de regreso a su tierra de origen. El Maitén, Cushamen. Es que la geografía también sigue la trayectoria que dibuja el bumerang.

-La turba -diría mañana el Negro, ahora con palabras suyas- es como la bosta de los corrales de los chivos: liviana y porosa. Cuando estalla un obús, la turba llega después, flotando suavemente en el aire como las semillas del panadero -graficaba el Negro, aludiendo a la achicoria Diente de León. Pero en ocasiones ni alcanzaban a verla porque el metal del obús, que es como una bomba con infinitas balas que saltan para cualquier parte, había golpeado tu cuerpo muchísimo antes de que llegara la turba. Como le sucedió al soldado raso Michelena, cabo post mortem, -esto el Negro no lo diría mañana sino que se lo estaba narrando ahora a sí mismo, después de cruzar el río Chubut, en medio de la noche- a quien la explosión del obús le había arrancado quirúrgicamente el brazo... Aun cuando no había llegado a El Maitén, Cushamen también era su pasado y su tierra. (“El bumerang...” p. 72)

 

Angelino, Diego: El bumerang vuelve al cazador, Rada Tilly, Espacio Hudson, 2017.

Angelino nació en Maciá, Entre Ríos, en 1944 y reside en la Patagonia desde 1964. Actualmente vive en El Bolsón pero pasa los inviernos en el País Vasco. Publicó las novelas Sobre la tierra(1979) –llevada al cine por Nicolás Sarquis en 1998 y en proceso de reedición– y Recordando en el viento(1983); y los libros de cuentos Antes de que amanezca –primer premio La Nación; publicado bajo el título Con otro sol– y Escrituras(2011), que apareció en Espacio Hudson tras un largo silencio editorial del autor.

Su novela Al sur del sur (1973) fue recomendada por el jurado del Premio América Latina (La Opinión-Sudamericana) con Cortázar, Onetti, Roa Bastos y Walsh como jurados. Permanecen inéditos La bendición de Diosy otras obras. Actualmente trabaja en una novela histórica cuyo título es Al país de guerrasy que relata la contratación de ganaderos gallegos por parte de Urquiza para mejorar las haciendas entrerrianas. 

29/07/2016

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