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Una frase resume el momento que vive. La dice casi al concluir la extensa entrevista, y en sus palabras desaparecen, al menos por un instante, las secuelas que el coronavirus, por ahora, impregnó en su voz. Menciona a María, su madre, que a poco de sus 92 años señaló: “Se me ha permitido llegar hasta aquí para ver cómo se repara la injusticia que se cometió contra mi hijo”.
Su hijo es el reconocido jurista español Baltasar Garzón, que por estas horas recibió el rotundo respaldo del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas que mediante un dictamen definió de “arbitrario” el proceso judicial que lo inhabilitó hace casi una década para ejercer como juez.
Desde Madrid, en diálogo con Télam, Garzón adelantó su intención de retomar la carrera judicial, alertó sobre los avances de la extrema derecha en el mundo y la profusión de los discursos de odio, y cuestionó la falta de respuesta ante las desigualdades desde el progresismo.
Garzón es una personalidad global. Sus acciones han tenido repercusión internacional. Así fue hace dos décadas atrás cuando detuvo al dictador chileno Augusto Pinochet o el proceso que derivó en la condena a más de 1000 años de prisión en España para el represor argentino, el ex capitán Adolfo Scilingo, uno de los responsables de los “Vuelos de la Muerte” durante la dictadura cívico militar en Argentina. En los últimos años, su figura una vez más tomó repercusión planetaria por haber asumido como coordinador de la defensa de Julian Assange. Sobre la persecución que es víctima desde hace años el creador de Wikileaks también hizo referencia Garzón durante la entrevista, en la que, además, condenó el uso que los poderes fácticos hacen de la Justicia, calificó como “muy grave” el presunto contrabando de armas a Bolivia, y denunció el creciente poder de las corporaciones mediáticas.
- ¿Cómo recibió la noticia del dictamen de las Naciones Unidas, que después de once años reivindicó su actuación profesional como magistrado?
- Me temo que no muy contento, porque evidencia lo que creíamos desde el principio: que la justicia española no había actuado correctamente, que la Sala Segunda del Tribunal Supremo había tenido motivaciones ajenas al derecho, como ahora lo afirma la decisión del Comité. Mi condena fue arbitraria, con hechos que no están definidos como tales en el Código Penal. El tribunal no fue imparcial, había prejuicios contra mí. Eso fue muy grave y, en definitiva, el mensaje del Comité fue contundente en favor de la independencia del Poder Judicial. En definitiva, lo único que hice en los dos casos jurisdiccionales fue interpretar las leyes, aplicarlas con base a los criterios de razonabilidad que creo que eran defendibles. Y así lo reconoce el Comité. A un juez nunca se le puede condenar por prevaricato por interpretar las leyes en un caso sometido a su jurisdicción. Si no se está de acuerdo o la resolución no es ajustada, pues se la revoca y se reestablece con el uso de otros recursos. “Hagan ustedes lo necesario para que esto no vuelva a ocurrir”, es el potente mensaje del Comité. Es decir, no vayan por la vía penal o disciplinaria a coaccionar a un juez que está en el ejercicio de sus funciones. Por otra parte, estoy satisfecho no solo por la reparación integral, sino por el mensaje a futuro de proteger el ejercicio de la función judicial, de acuerdo con la ley.
Creo en la justicia. Pero también creo que los excesos que se cometen en el ejercicio del derecho deben de ser corregidos, como ocurrió en este caso. Mi idea es volver a plantear todas las alternativas, y entre ellas que se me reconozca lo que nunca se me debió de privar, que es mi cualidad y calidad de magistrado.
- Hablaba de su caso y es inevitable la vinculación con los recientes casos de lawfare en Latinoamérica, que han estado más centrados en políticos, pero evidentemente es una maniobra que se extiende a cualquier situación. ¿Cómo analiza el proceso, la intervención de la política a través de la justicia?
- Creo que en mi caso hay que tener en cuenta que los dos casos eran paradigmáticos. Uno de ellos era la investigación de los crímenes franquistas, con todo el componente y carga ideológica que eso tiene en España, después de tantos años de dictadura y tantos otros de democracia, y que las víctimas del franquismo aún no hayan sido reparadas. En este contexto, la reacción del Tribunal Supremo fue la de suspender a los jueces y juzgarlos. Y el segundo caso fue el de la lucha contra la corrupción, en particular la que afectaba a determinadas personas vinculadas con el Partido Popular. El propio Comité reflejó el conocimiento sistemático de corrupción que afectaba a su partido político y así lo estableció la sentencia de 2018. Parece que yo podría ser incómodo en uno y en otro ámbito, y se utilizó una vía inadecuada. Desde el principio no tuvo ningún sentido procesal ni jurídico, fue una concatenación de acciones para neutralizar a un servidor público, a un operario, a un operador del derecho como era yo. ¿Las razones? Pues, que cada cual tenga las suyas. Pero evidentemente era una concentración de acciones respecto de una persona, con unos mensajes muy claros. Lo que ocurre es que después no salieron esos mensajes. En el camino quedó una condena a once años de inhabilitación a una persona para la cual su vida era el derecho y la justicia. Once años después se establece que el juicio fue parcial y que la condena fue arbitraria.
- Con todos los cambios que hubo en España y en el mundo desde que fue apartado de su cargo, ¿cambió la forma de hacer política, los mecanismos para operar sobre determinados poderes e instituciones de la democracia? ¿Estamos frente a una situación que ya es global y sistémica?
- Desgraciadamente Bernarda, en la última década hemos visto muchas cosas en varios países, la mayoría bastante perniciosas y peligrosas en los que se supone la utilización de la justicia por parte de los poderes fácticos, ya sean políticos o económicos. El hecho de que determinados jueces y estructuras judiciales se dejen utilizar o se presten a esa utilización, comporta una degradación del nivel democrático de las sociedades. Hay demasiada confusión y una tendencia a un mayor control de la extrema derecha en muchos ámbitos. También hemos visto la incidencia de determinadas potencias sobre otras, actuando entre bambalinas en movimientos autoritarios y organizaciones internacionales, con una presencia que debería ser de pacificación pero que se convierte en impulsora de acciones antidemocráticas, como puede ser el caso de lo que ocurrió en Bolivia. Vemos algunos ejemplos en Argentina y en acciones de persecución en Ecuador y Brasil. Es decir, sucedieron muchas cosas no muy buenas, pero afortunadamente parece que se están empezando a reconducir y hay organismos que van estableciendo nuevas pautas. La decisión del Comité de Derechos Humanos es muy importante. Sobre todo por mi madre, que va a cumplir 92 años y Dios me la ha dejado viva para que vea esto, con toda la emoción que conlleva ello. Pero también es importante porque, por ejemplo, en el caso de un referente como Lula también hubo un contenido de absoluta arbitrariedad por parte del juez instructor y el de la sentencia. Parece que se empiezan a resetear algunos principios que estaban siendo cuestionados en estos últimos años.
- Suena esperanzador escucharlo si uno piensa y apuesta a que algunas cosas puedan cambiar. La resolución sobre su persona es una de ellas. En la Argentina se está imputando al anterior gobierno por un presunto contrabando de armas para el golpe de Bolivia, algo que parecía increíble…
- Sí, es tan dramático este caso. Que eso se haya producido y que haya un cuestionamiento en ese sentido, cuando era evidente la acción violatoria de todos los principios para que la estabilidad democrática desaparezca, para que un presidente legítimo deje de serlo, para que se acusen de terrorismo, para que tenga que transcurrir casi un año para que el pueblo vuelva a restablecer las cosas en su sitio a través de elecciones democráticas que se intentaron manipular, etcétera, etcétera. Es muy grave la acusación a la que hacés referencia. Esa investigación tiene que avanzar con todas las garantías, pero también con toda la contundencia.
- ¿Cómo cree que están operando los discursos del odio que hoy se observan en Argentina, en España y en el resto del mundo? ¿Logran de alguna manera afectar las representaciones de las instituciones democráticas, en especial los mensajes de la extrema derecha?
- Sí, existe ese riesgo. Y ese riesgo, afortunadamente, parece que podría remitir después de la desaparición de la contienda electoral de la presidencia de Estados Unidos. Después de Donald Trump y los movimientos que ya creíamos en declive total, como Bolsonaro y algunas otras iniciativas de la extrema derecha, pareciera que se está volviendo a una racionalización de la situación y participación democrática. Pero igual es muy peligroso. Efectivamente, hay una radicalización de la extrema derecha, hay una serie de discursos de odio y xenofobia muy peligrosos, que no podemos dejar de denunciar porque hacerlo sería como contribuir a ellos. La defensa de los derechos de las mujeres es algo que está todavía inacabado. La violencia de género, la violencia contra los más vulnerables… Es decir, hay una falta de compromiso que muchas veces los discursos políticos de la extrema derecha hacen realmente peligrar. No podemos quedarnos impasibles, hay que reconocerlo. Si alguna cosa hice en estos años fue combatir en esa línea. Bajo ningún concepto podemos permanecer indiferentes, creyendo que esto no va a ocurrir, porque al final te das cuenta que puede suceder y que hay cosas que parecen incomprensibles pero acontecen. De modo que tenemos que estar muy vigilantes y avanzar en una interpretación protectora del derecho. Y en defensa de los más vulnerables.
- Precisamente, en su libro La encrucijada habla de las ideas y valores que se necesitan frente a la indiferencia. Raúl Zaffaroni lo definió como “una de las obras que marcan una época”, porque se plantean las nuevas demandas, agendas, urgencias, además de remarcar que el discurso progresista anquilosado no estaría encontrando respuestas…
- Sí, creo firmemente que es así. En todas las cosas está la consigna con la que escribí el libro, como si fuera una varita mágica que me hubiera dicho: “van a acontecer cosas”. Ojalá que no hubieran acontecido. Muchos hemos sufrido y estamos sufriendo hoy en Argentina, en España, en el mundo entero… con la pandemia y con tantas otras cosas. Pero sí, creo que la indiferencia es el mayor cáncer de la democracia. Y cuando los discursos se hacen pesados, cuando quien tiene la obligación de avanzar y de proteger esa sociedad, como ese sector progresista no hace lo propio…Mi reflexión en La encrucijada va por ahí. Hay obligaciones que tenemos todos en una democracia, pero hay obligaciones que constituyen la esencia del sector progresista, de quienes creemos que es esa visión protectora y dinámica del Derecho. Es necesario pensar que van a cambiar aquellos que están en el extremo y que quieren reventar cualquier posibilidad. Pero eso es casi absurdo. Por lo tanto, somos nosotros los que tenemos que dinamizar. Y en ese sentido profundizo esa visión humanista, ese progresismo humanista que es el que reclama más transversalidad e integración, algo que a nivel latinoamericano y a nivel mundial, se está produciendo. El Grupo de Puebla y el propio Comité de Derechos y Democracia Latinoamericana del que yo formo parte, por ejemplo. Quedarnos detenidos es un retroceso.
- ¿Cuáles serían estos nuevos desafíos para los gobiernos progresistas que ahora vuelven a la región, con algunas fórmulas que fueron exitosas durante un tiempo, pero que ahora también se encuentran frente al desafío de aprender de algunos errores, sobre todo en esta nueva etapa de pandemia y pospandemia?
- Creo que la propia definición de estos desafíos está en los retos. La desigualdad sigue siendo un gran desafío, no podemos olvidarnos que una sociedad no va a avanzar si no cubre las brechas que hay entre los que más y menos tienen, ocupándose de la situación los más vulnerables, de la juventud y los mayores, de las mujeres. Antes o después se rompe. Si no se protege proactivamente ese ámbito social, se va a resquebrajar cualquier posibilidad de un Estado próspero. Y en un Estado de derecho no hay que olvidar que la justicia es fundamental. Por lo tanto, el uso de la justicia como moneda de cambio debe desaparecer. La economía debe ser responsable, es decir, debe ponerse al servicio de la ciudadanía. Hay que acotar todas las mesas de coordinación posible para hacer frente a esa posición megalómana de algunas potencias que, a base de sanciones económicas, pretenden someter a pueblos enteros. Hay que limitar el poder de las grandes corporaciones. En definitiva, no hay casi nada que pensar, sino que hay que retomar principios que ya se emplearon, corrigiendo los errores que muchas veces son por un análisis egoísta, desde las propias posiciones que nos llevan a una situación totalmente perjudicial para muchos. Y a eso debemos agregar la defensa de los valores del ecosistema, denunciar el ecocidio y luchar contra el cambio climático.
- ¿En este contexto que hemos mencionado el neoliberalismo ha llegado a sus límites o se va a seguir reproduciendo? También quería preguntarle qué papel juegan los medios, tomando en cuenta que es el coordinador de la defensa de Julian Assange, el creador de Wikileaks, con todo lo que ello implicó…
- El papel de los medios es fundamental en una democracia. Lo que hay que analizar es el poder corporativo que hay detrás de los medios. ¿Qué intereses económicos y corporativos existen? Muchas veces no son para nada democráticos y controlan el poder a través de la información, lo que conlleva un riesgo muy elevado. Porque se convierten en factores de coacción, en los que pueden regir en un momento o en otro. El caso Assange es paradigmático. Hoy estamos viendo la situación de Afganistán… Estaba todo predicho a partir de las publicaciones de Wikileaks, pero fue sometido a una presión intolerable en un país como Estados Unidos. La libertad de expresión, la libertad de acceso a la información, la libertad de prensa se tiene que defender a todos los niveles. Pero también de aquellos que tratan de controlarla por intereses económicos y corporativos. Cada vez es más frecuente que fondos de inversión se conviertan en dueños de grandes rotativos o de grandes medios digitales.
- En pocos días se van a cumplir 20 años del atentado a las Torres Gemelas y nos interesaba una reflexión suya acerca de cómo cambió el mundo, del rol de Estados Unidos en estas dos décadas y de la situación en Afganistán hoy, después de veinte años de intervención…
- Hace unos días publiqué un artículo en un medio español, en Infolibre, donde hacía como una especie de balance, tomando por punto de referencia otro artículo que había publicado en el diario El País el 2 de octubre de 2001. Fue probablemente el primer artículo y se titulaba “La respuesta”. Me posicionaba en el sentido de criticar duramente la decisión de Estados Unidos de invadir Afganistán. Decía algo así como que aquello sería el bombardeo de la miseria o de la nada, y que no íbamos a conseguir absolutamente nada. Porque las razones de combatir el terrorismo internacional o yihadistas son mucho más profundas que la de invadir un país, que luego se iba a abandonar. Bueno, el ataque a las Torres Gemelas demostró que la hidra del terrorismo internacional podía llegar a cualquier ámbito. Durante mucho tiempo nadie estuvo al tanto de profundizar en esas causas y en las mecánicas y desarrollos terroristas, sino más en una actitud de reacción conforme se producían las acciones por parte de grupos terroristas. Nunca se ha hecho esa reflexión en profundidad. El terrorismo y la vida civil siguen debatiéndose entre la vida y la muerte. Una amenaza difusa como la del terrorismo es siempre inoperante. Lo ha sido en Afganistán, lo fue en Irak y lo será siempre. Y no lo digo ahora, lo digo desde hace mucho tiempo. Por tanto, la reflexión que tengo es recordar, por supuesto, a las víctimas de aquellas masacres como las de mi propio país. Como así la AMIA en Argentina y en otros atentados en todas partes del mundo. Pero no se ha conseguido profundizar en el análisis de esas causas que lleva en sus componentes la visión de la desigualdad, al análisis de la pobreza, el análisis de una confrontación, desde los que más tienen contra los que menos tienen. Y luego, por supuesto, lo atávico, lo fundamentalista. La reflexión es que alguna vez tendremos que empezar a analizar en profundidad sus causas, para poder llegar a las conclusiones. Yo recuerdo a un dirigente español, que fue el presidente José María Aznar, que decía que todos los terrorismos son iguales. Yo no creo que sean todos iguales, ni mucho menos. Hay causas muy distintas en las acciones violentas y por tanto tienen que ser analizados pormenorizadamente. Eso sí, conseguir consensos, diálogo, establecimiento de puentes, Desgraciadamente, cuando interesa acudir a la guerra, se ponen los medios y se hace lo que hemos visto en estos 20 años, para llegar a una situación totalmente desastrosa.
- Sabemos que atravesó una situación extremadamente dura, la del Covid. ¿Cómo sigue su vida después de esa experiencia tan difícil y la buena noticia que recibió hoy?
- Bueno, mi vida sigue adelante. Estoy bien y trabajando mucho. Siempre en las mismas batallas. Ahora estoy empezando a escribir un nuevo libro, precisamente analizando los micro fascismos en muchos ámbitos, pero especialmente el judicial. Es un texto en el que tengo mucha esperanza, pero es difícil de avanzar. Pero creo que lo conseguiré porque es necesario esta reflexión sobre las actitudes y cómo en la interpretación y aplicación del derecho hay una gravedad y una responsabilidad fundamental. Mientras tanto, sigo sufriendo algunas secuelas del Covid como son limitaciones en pulmones, algunas neuralgias, cansancio, alguna afección que va al corazón… Pero bueno, dentro de lo que cabe, con buen talante y siguiendo adelante.
- ¿Qué es lo primero que va a hacer al retomar su carrera judicial?
- Bueno, primero tengo que ver si la puedo retomar, ¿no? Tú sabes que aunque las resoluciones sean claras, la interpretación de las mismas puede presentar muchas reticencias. De momento, voy a disfrutar de esta situación con mi pareja, con mi familia, y esta noche estaré con mis hijos y sobre todo muy contento por mi madre. Mi madre, una mujer fuerte e impresionante que va camino de los 92 años y me decía: “Se me ha permitido llegar hasta aquí para ver cómo se repara la injusticia que se ha cometido contra mi hijo”.
- ¿Cómo se llama su madre?
- María. Disfrutaremos de momento. Bueno Bernarda, muchísimas gracias.
Fuente: agencia Télam
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