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15/12/2024

A 20 años de Cromañón

A 20 años de Cromañón | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Este 30 de diciembre se cumplen dos décadas del incendio en el que 194 personas dejaron sus vidas y 1432 fueron afectadas gravemente. Una tragedia que desgarró a la sociedad y sigue abierta.

Pepe Mateos

La calle Bartolomé Mitre al 3000 donde funcionó “República de Cromañón” y el 30 de diciembre de 2004, 194 personas, en su mayoría jóvenes, perdieron su vida a causa de un incendio, hoy es un pasaje que permite recordar y homenajear su memoria.

El 1 de noviembre de 2023, el Gobierno Nacional en uno de sus últimos actos, creó el monumento histórico nacional en el antiguo local bailable donde funcionaba Cromañón luego de la larga lucha de los familiares de las víctimas que exigían la expropiación para la creación de un sitio de memoria.

Un lugar construido por padres de víctimas con una estética popular que evidencia el cariño y la devoción que han puesto para preservar ese espacio como un santuario. “Hay que entender lo que este lugar significa para muchos, en especial para los padres que perdieron a sus hijos, la profunda carga simbólica que tiene, este fue el sitio donde dejaron sus vidas, el último lugar donde vieron, respiraron. A mi me costaba mucho venir y lo sentía como algo muy pesado pero hoy siento que es un lugar que me hace bien”, cuenta Facundo Nivolo, sobreviviente de la masacre.

Facundo Nivolo, fotógrafo, periodista, militante de organizaciones sociales, dice: “Era un pibe de 18 años que recién salía del secundario en el 2002, en un momento en que mi generación no tenía mucha perspectiva de mejoría de la vida, no veíamos que algo fuera a andar mejor. La precariedad laboral era una constante. Muchos de nuestros sueños de cambio estaban canalizados en el rock, no nos contenía la política, estaba la imagen del Che, pero era algo lejano y de algún modo representaba algo que era una forma de encarar la vida. En el rock encontrábamos una canalización combativa. La calle también era un lugar de identificación, jugar a la pelota primero y luego todas las aventuras que vienen de más grande. La precariedad laboral era una característica común, éramos volanteros, empleados de telemarketing, vendedores y tenía un extremo que era el choreo, que era muy común en las tribus que frecuentaba. En muchos aspectos la calle era muy hostil. La policía te cagaba a cachetazos, hacía razzias. Era la realidad que vivíamos en ese momento, es la misma historia que muchos pibes, hijos de laburantes, te pueden contar en distintos lugares del Conurbano”.

“Abrí los ojos y estaba tirado arriba de un banco en un lugar que después supe era el Hospital Penna, estuve 8 días en terapia intensiva y los dos primeros con pocas probabilidades de sobrevivir”, relata Facundo. “Ese 30 de diciembre fue maravilloso y terrorífico a la vez. Nos encontramos con Fernando, mi mejor amigo desde cuarto grado, en Munro y tomamos el 41 hasta Plaza Miserere. Una hora de viaje que la pasamos charlando de la vida, estábamos en esa etapa en que todo sucede por primera vez. Hablábamos de lo picante que eran los recitales y esa sensación de que siempre algo estaba por estallar. Entramos a Cromañón y apenas empezó el recital se desató el incendio, nunca más vi a Fernando, terminé desmayado con la certeza que me iba a morir. Días después me contaron que Fernando había muerto . Cuando salí del hospital el mundo había cambiado.”

“De repente estaba participando de marchas llevando una bandera con fotos de chicas y chicos muertos entre los que estaba mi mejor amigo, Fernando Aguirre, Ferchu. Esa primera década fue conducida fuertemente por los padres y familiares, los sobrevivientes estábamos muy cascoteados, los que podíamos acompañamos, la mayoría no podía hacer nada, estábamos muy quebrados. A partir de la segunda década los sobrevivientes tomaron la posta de muchas peleas. Hemos ido por leyes de reparación y pasado por un permanente destrato del Estado. Para la política, Cromañón fue algo tabú mucho tiempo, tanto desde el peronismo como del macrismo. Ambos estuvieron implicados de algún modo. Caímos en un limbo donde no formamos parte de la agenda política. No hubo voluntad política para asistir y contener a las víctimas. La pelea es explicar qué nos pasó y porque merecemos una reparación. Cromañón se podría haber evitado si el lugar hubiera estado en condiciones, con materiales ignífugos y puertas que abrieran hacia afuera, entre otras cosas. Espero que al cumplirse 20 años y la visibilidad que esta fecha da a través de entrevistas, documentales y la serie, la historia nos ubique en un lugar mejor al que nos posicionaron en los primeros tiempos en los que por poco no éramos nosotros los culpables de la tragedia”, describe Facundo parte de la infinidad de cuestiones que forman la compleja trama de la tragedia de Cromañón.

El 12 de agosto de 2009, antes del inicio del segundo juicio oral, cinco años después de la tragedia, la justicia abrió por primera y única vez las puertas del local a la prensa. El espacio estaba igual que la última noche y era estremecedor. Lo sigue siendo al contemplar las fotos.

En ese juicio, que fue el segundo y el de mayor repercusión pública, en total fueron cuatro por la complejidad del proceso judicial, fueron condenados Omar Chabán, gerenciador del boliche, a 20 años de prisión; el manager de Callejeros Diego Argañaraz y el subcomisario Carlos Díaz a 18 años; las ex funcionarias Fabiana Fiszbin (subsecretaria de Control Comunal del gobierno porteño) y Ana María Fernández (directora adjunta de Fiscalización y Control) en ambos casos a dos años y cuatro meses y el empresario Raúl Villareal, a un año en suspenso y a realizar tareas comunitarias. Se los condenó por “estrago doloso”.

Años después, el padre de una víctima, ante repetidas negativas para acceder al local y recuperar los objetos que hubieran quedado, lo hizo por sus propios medios rompiendo los candados y se encontró con que el lugar había sido vaciado.

Esta semana la Legislatura porteña aprobó casi por unanimidad la reforma de la Ley 4.786 de Reparación Integral a los sobrevivientes y familiares de víctimas fatales de la tragedia de Cromañón, una iniciativa que obliga al Gobierno de la Ciudad a garantizar una asistencia económica vitalicia. Laura Yubero, también sobreviviente dice: “Logramos que esta ley del 2013 sea vitalicia y no tenga más que renovarse cada tantos años obligándonos a demostrar cuán dañados estábamos en cada instancia de renovación”.

Laura Yubero, docente, fue a Cromañón con su hermana menor y amigos. Salió del local apenas comenzó el incendio porque estaba cerca de la puerta y se quedó ayudando a salir a los chicos descompensados. Sufrió la pérdida de un gran amigo. “Luego de Cromañón no pude sostener mi trabajo como docente, sentía angustia, miedo, ansiedad, dificultad para dormir y culpa. Me costó mucho tiempo retomar la docencia, unos tres años, gracias a la ayuda de mucha gente que confió en mí”, cuenta Laura en la puerta de la Legislatura, a la espera que se trate la ley de reparación.

“Cromañon, más allá de haber sido la tremenda tragedia que es y evidenciar lo peor del poder político y la corrupción, mostró una juventud oprimida y deprimida por la falta de trabajos y oportunidades que en Cromañón tuvo un gesto enorme de valentía y solidaridad de parte de chicas y chicos que arriesgaron sus vidas para salvar a muchos que ni siquiera conocían”, dice Laura.

Luciano Frangi, necesitó escribir para curar las heridas. En 2005 su relato, “Presagios de una noche” fue la génesis del libro que acaba de publicar junto a Facundo Martínez Reyes, “Las cenizas siguen ardiendo”. El libro es una intensa investigación periodística que intenta responder a muchas de las preguntas que surgen a partir de la tragedia, ¿como y por que sucedió?,¿cuál fue y donde se originó la tragedia?, ¿cómo se organizó la militancia de los sobrevivientes y que conquistas colectivos obtuvieron?, ¿cómo fueron las coberturas mediáticas?, ¿qué dicen los músicos?,¿cómo manejan los sobrevivientes la culpa de estar vivos?, en definitiva, ¿por qué las cenizas siguen ardiendo?.

“Actualmente estamos atravesando un momento de representatividad bastante complejo, que un poco me retrotrae a lo que sucedía a principios de los 2000, cuando el rock operó tomando discursos abandonados por la política”, dice Julieta Ferreyra, periodista, que junto a dos compañeras de estudios,Julieta Fourés y Daiana Ojeda, presentó el guion de una serie documental, “Esquivando charcos” como tesis de graduación de la carrera de Comunicación, donde se proponían analizar, a partir de Cromañón, el rock como espacio de identificación y participación colectiva para la juventud en Argentina de 1989 a 2004.

“Esos mismos chicos que fueron a Cromañón el 30 y que entraron a sacar gente millones de veces, antes estaban en ollas populares, organizados en el medio de un país caótico. Ante la falta de representatividad o de líderes políticos que expresen lo que queremos decir hace que el rock o determinadas expresiones cubran esos espacios que se vuelven políticos. En los 90 los grandes actos juveniles fueron los recitales de Los Piojos, La Renga, Bersuit Vergarabat y Los Redondos. Más allá de cómo valoremos esto, estas bandas cumplieron el rol de líderes sociales.

Hoy encuentro ciertas analogías con ese momento, en cuanto a la falta de representatividad por lo que me parece importante hacernos preguntas acerca del sujeto joven argentino, sobre todo cuando la palabra juventud está asociada al fenómeno libertario, que acaba de lanzar su “brazo armado”. Tengo la esperanza que hoy surjan expresiones en otra dirección ante la falta de proyectos políticos”.

29/07/2016

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