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En el relato que hace Adriana de su historia es difícil separar lo personal de lo social y cuando habla de su relación con el trabajo y las acciones colectivas y políticas, aunque pareciera que esquiva definiciones muy determinantes, todo transcurre por un mismo carril, coherentemente.
Nacida y criada en un hogar peronista, de clase trabajadora, bajo la impronta de la Resistencia y la lucha por el retorno de Perón, pertenece a una época donde la idea predominante era que nadie se salva solo. Dos grandes momentos aparecen como claves en el relato de su historia, el secuestro y desaparición de su padre, Jorge Anselmo Carrizo, por parte de la dictadura en 1976 y la crisis del 2001, que la llevó a replantearse y llevar a la acción para sobrevivir lo que había asimilado en sus primeros años.
¿Por qué hablar de Adriana? En estos tiempos de crueldad e insensibilidad su historia aparece, como la de tantas y tantos luchadores, un empecinado intento de recuperar y rehacer lo mejor de nuestras sociedades y personas.
“En el 76 desaparecen a mi papá que era un obrero metalúrgico y militante peronista. Él era consciente de los riesgos que corría y nos decía que si le pasaba algo íbamos a tener la ayuda de los demás compañeros. Lo que pasó fue que en el barrio de Grand Bourg donde vivíamos fueron muchos los que desaparecieron, entre ellos dos de mis tíos. En una sola noche muchos fueron los que se llevaron. Mi madre quedó sola con cinco hijos y nos vinimos a Capital. Con mi hermana entramos a trabajar en un taller de costura donde estuve hasta que cerró en 2001. Mi madre todavía sueña con mi padre y lo reta por no haberse desenganchado a tiempo de la militancia, pero yo no puedo enojarme con él por eso. Trate de desprenderme muchas veces de mi historia para no sufrir tanto, pero el tema está presente todo el tiempo, es una nostalgia permanente”.
“En la crisis del 2001 me acerque a Casa Abasto, un centro de integración social, donde llevamos adelante una serie de acciones para complementar el plan Jefas y Jefes de Duhalde con cursos de capacitación armando un ropero comunitario y talleres de costura. Ahí tuve un quiebre muy grande porque venía con los ideales de los 70 y me choque con una pared. La dictadura nos había hecho retroceder no solo en lo económico, con la pérdida de oficios y lugares de trabajo, sino también en la pérdida de lazos solidarios. Hubo situaciones límites y había días que me iba a mi casa llorando. Con una amiga socióloga, Frida, para hacer frente al panorama desolador que veíamos, comenzamos a armar espacios de lectura, escucha de música, charlas para abrir otros caminos”.
“Después de esa experiencia en Casa Abasto armamos en el lavadero de mi casa un taller de costura con cuatros amigas, Ramona, Nelly, Graciela y Susana con las que hoy seguimos trabajando. Trabajábamos cooperativamente sin ser una cooperativa formal. En esa época escuchamos a Néstor Kirchner en radio Nacional anunciando el lanzamiento de un programa para talleres familiares. Recorrimos ministerios y despachos hasta que nos pudimos anotar en algo que todavía no estaba reglamentado. Tuvimos un gran apoyo del ministerio de Desarrollo Social que nos dio cuatro máquinas y telas. En el acto de entrega de los certificados de las máquinas, Alicia Kirchner me dice “compañera, qué necesitan?” y le contestó, “un marco legal para no ser un taller clandestino”. Creo que la impresione con esa respuesta y nos dirigió a un funcionario que nos aportó lo necesario para conformarnos como cooperativa legalmente. De ahí fuimos creciendo, alquilamos un espacio, sumamos compañeras y avanzamos en capacitación y formación aprovechando todos los programas que habilitó el ministerio de Trabajo”.
“Funcionamos con todos los requisitos y exigencias de una empresa pero con modalidad cooperativa. La diferencia creo que está en el cálculo de costos y en el reparto de los beneficios. Para el cooperativismo el valor de la mano de obra es mayor. El trabajo es el mismo y la responsabilidad también. En la cooperativa cada persona tiene voto y es más democrática la toma de decisiones. Si bien las decisiones las toma el Consejo Directivo se consensúan con todos los trabajadores. El cooperativismo es una decisión política. He hecho emprendimientos individuales pero visto a la distancia siempre fueron colectivos en conjunto con familiares o grupos. A mi lo que me mueve es el sentido de construcción democrática que tiene el cooperativismo”, fundamenta Adriana.
“En tiempos de resistencia hay que ser más creativos. Vivimos el macrismo y nos armamos de estrategias. Un año antes de que ganara Macri, veíamos que se perdían las elecciones y empezamos a buscar clientes en el mundo de los privados. Hasta ese momento nuestro trabajo era 70% para el Estado y 30% para el ámbito privado. Hicimos lo que sería un estudio de mercado y nos contactamos con infinidad de empresas mostrando lo que hacíamos. Hoy se invirtió el porcentaje y trabajamos 30 para el Estado y 70 para lo privado.
Todos los programas sociales y de trabajo se diseñaron e implementaron con Alicia Kirchner en Desarrollo Social. Compre social, Marca colectiva, Manos a la obra, etc. Lo que tratamos fue de sostener esos programas, porque programa que se cierra no se abre más. Así fue que durante el macrismo nos acercamos al gobierno de la Ciudad y al ministerio de Trabajo para mostrar lo que hacíamos. Impulsamos que Ciudad creara un registro de cooperativas que pudieran ser proveedores y promovimos la ley que obliga a comprar el 20% de los insumos de la Ciudad a empresas de la Economía Popular. En un momento durante la pandemia vimos que la mayor debilidad que teníamos era la provisión de insumos para los pedidos que nos hacían, por lo que comenzamos a armar una red entre distintas cooperativas para complementarnos y formamos la Federación de Cooperativas de Mujeres Atenea, con lo que logramos algo inaudito, la interacción entre el Gobierno de Nación presidido por Fernández y el de Ciudad a cargo de Rodríguez Larreta. Nación aportó la maquinaria y Ciudad el espacio”, cuenta Adriana como atravesando barreras de todo tipo van generando hechos potentes.
Darío González es uno de los pocos hombres en este universo de mujeres. Desde hace 30 años es el marido de Adriana y su oficio hasta 2015 fue el de matricero, una profesión muy especializada. Despedido ese año decidió invertir su indemnización en la cooperativa para ampliar los espacios de trabajo y sumar integrantes a la cooperativa. “Me acompaña en todo”, dice Adriana, y ”comparte totalmente el espíritu cooperativista, de algún modo la cooperativa es una gran familia y es muy bueno estar rodeada de la gente que uno quiere y ama”.
“Sin el aporte y apoyo del Estado no hubiéramos podido construir esto” dice Adriana, “el Estado tiene que estar presente en todo lo que involucre al bienestar del pueblo y es fundamental sobre todo en tiempos de crisis. De este gobierno no podemos esperar nada, solo que se vaya lo antes posible”.
“La militancia de los 70, la lucha por los Derechos Humanos, te hace ver la vida desde otro lugar. A veces uno o la gente siente que se puede quebrar y no hacer algunas cosas y yo digo que de todo tenemos que sacar provecho para algún lado. Los milicos pueden habernos sacado muchas cosas pero no pudieron todo, que existan lazos solidarios, que podamos pensar una vida mejor en conjunto, eso no nos lo pudieron arrebatar y es un orgullo formar parte del cooperativismo como forma de vida y participación en la sociedad”, sintetiza Adriana.
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