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Ver y oír

Encuentro en una parrilla en Balvanera

En el barrio de Balvanera, entre Once y el Congreso, en una parrilla/bar que congrega clientes habituales y circunstanciales, un particular galerista, Eneas Capalbo, convocó a reconocidos artistas, Daniel Santoro, Marcia Schvartz, Mondongo, entre otros, a exponer sus obras entremezcladas con la decoración del bar.

Pepe Mateos

 

“Me acuerdo. Fue en Balvanera,

en una noche lejana,”

 

Así comienza Borges su Milonga a Jacinto Chiclana, dejando caer el nombre de Balvanera convirtiendo el barrio en un territorio mítico emparentado con alguna de las sagas que lo fascinaban. En ese territorio, hoy un poco impersonal para el que no lo habita y lo transita de paso, Eneas Capalbo, reconocido galerista en Nueva York encontró en una parrilla/bar, “Chichos” en Pasco al 300, manejado por Alides Demir, más conocido como Chicho (foto), el espacio para generar un encuentro sin ruidos, amable, entre las obras de los artistasy la decoración casi aleatoria del local que no deja de interrogar sobre dónde están los límites del arte.

Guadalupe Fernández, Gustavo Marrone. Emiliano Miliyo, Daniel Santoro, Mondongo y Marcia Schvartz exponen entreverados con carteles luminosos, fotografías (en una de ellas, Chicho posa junto al presidente de la AFA, "Chiqui" Tapia), almanaques, banderines, relojes, espejos y botellas de vino, whisky y licor que adornan el bar.

“A los artistas que convoque les gusto la idea de exponer en una parrilla entreverados en la ocasional decoración del lugar, se lo propuse a Chicho y aceptó gustoso”, dice Eneas.

Las obras elegidas tienen una impronta popular y de algún modo sintonizan con el espacio sin estridencias, pero quien quiere detenerse puede encontrar sentidos que van más allá de la simple contemplación. Por ejemplo, una acuarela de Emiliano Miliyo que recrea las cajas PAN del alfonsinismo nos pone en evidencia los años de emergencia social que arrastramos.

Detrás del mostrador, entre botellas iluminadas de alcoholes varios, una pintura de Evita de Daniel Santoro se eleva repartiendo bendiciones. Unmicrorretrato de Sergio De Loof, de los Mondongo, nos mira por encima de dos fotos donde Chicho posa con Chiqui Tapia y Ricky Maravilla. Las cerámicas de Gustavo Marrone se mimetizan en las paredes como sisiempre hubieran estado ahí, una pintura de Guadalupe Fernández trae unos carteles con la figura del Diego que aparece en un afiche en otro lugar del local. Marcia Schvartz trajo uno de esos cuadros que ella había impreso en plástico para mostrar en un mercado de Tilcara y que acá nunca se habían visto. Todocon todo.

Eneas Capalbo apenas terminó la carrera de Diseño Gráfico a fines de los 90, “no me acuerdo bien en qué año, pero todavía estaba Menem “, dice, se fue a Nueva York.

“Le dije a mi mamá que en una semana volvía. En New York vivía en un sótano prestado y se me ocurrió hacer un bar medio clandestino para amigos donde empecé a conocer artistas y a tener la idea de armar muestras. Así fue que hice mi primera exposición en los pasillos de una oficina con artistas que luego fueron muy conocidos. Luego armé una galería, The National Exemplar, que funciona muy bien desde hace años. Cuando vino la pandemia y no se podía hacer nada, me fui a Iowa, en el medio de la nada y se me ocurrió hacer ahí en una casa, donde lo menos que interesa es el arte, una retrospectiva con un artista que era originario de esa región y terminó siendo la única galería que no era de New York que tuvo una nota en el New York Times”. Ese modus operandi disruptivo en espacios y ambientes que no son los convencionales en el mundo del arte parece ser la marca con la que Capalbo lleva adelante sus proyectos, desde Iowa a Balvanera o como en un proyecto futuro, el próximo paso de Eneas es Roma.

Taxistas, transeúntes, vecinos, trabajadores de la zona que concluyen su jornada con una cerveza en el bar, un juez de box, vieron sorprendidos como un día el lugar se poblaba de una fauna ligeramente ajena convocada por la heterodoxa inauguración y después se acostumbraron a ver circular a gente que venía a ver arte, a ver cómo funcionaba ese extraño dispositivo que amalgama en un gesto provocador distintas capas de sentido de lo que consideramos “lo artístico” con lo que cumple una función meramente de ornamento o publicidad.

“Hay galerías que parecen museos, aunque sean gratis, intimidan, hay lugares como el MALBA que no atraen al común de la gente, te sentís mirado, no pasa lo mismo con el Bellas Artes, que aunque es un edificio enorme es más amigable. A diferencia de una galería, uno viene acá y se sienta a tomar una cerveza, a charlar y contemplar sin ningún apuro. El bar tiene algo que lo hace ameno. No se que función cumple el arte, no lo pienso, pero sé que el arte le cambia la vida a la gente. Como se que si comes no te morís, no se porque, alguien me lo puede explicar pero no importa, se que si comes no te morís. Con el arte pasa algo así, ¿le cambia el arte la vida a la gente?

¿Leer le cambia la vida a la gente? Si. No se porque, pero si”, dice Eneas enfático.

¿Qué diría Borges en esta Balvanera lejana en el tiempo a la de su Milonga a Jacinto Chiclana? ¿Qué diría sentado en una mesa contemplando (pensemos que todavía veía) las mesas, las luces, el circular de las personas, sus gestualidades, la mezcla abigarrada en las paredes y las intervenciones artísticas que no hacen más que acentuar la dimensión estética de lo popular. Quizás le diría a Eneas, haciendo humilde gala de su fantástica erudición, “ Muchacho, usted sabe que su nombre es el de un héroe mitológico que se salvó de la guerra de Troya y un tal Virgilio escribió una epopeya en su honor, la Eneida, donde narra una serie de complejas vicisitudes que determinaron lo que sería la fundación mítica de Roma, antecesora de la de Rómulo y Remo? Mire lo que son las cosas, encontrarme un héroe mitológico en este barrio de bravos y cuchilleros tristes”.

Quizás garabateara, susurrándolo, un poema conjetural donde un héroe mitológico huye hacia el Sur por arrabales últimos buscando su destino sudamericano.

El Bar/parrilla Chicho’s está en Pasco 357,los horarios de la galería son los del bar y las obras no están a la venta. "Es para ir, comer o tomar algo y ver esto de la misma manera que la gente mira los banderines o las fotos que hay en cualquiera de estos típicos lugares porteños y se puede visitar hasta fines de febrero", concluye Capalbo.

29/07/2016

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