En el medio de la crisis general del trabajo, ya sea por la pandemia, la transformación de las formas de producción, las altas tasas de desempleo o cualquiera de las variables y causas que se quieran abordar, desde las organizaciones sociales, algunos elementos de la política y el Gobierno se visualiza claramente la necesidad de desarrollar e impulsar una Economía Popular que resuelva parte de esta crisis que afecta gravemente a sectores que han quedado excluidos del sistema productivo, con estrategias originales y dinámicas.

Así aparecen cooperativas de trabajo, agrupaciones de microemprendedores, emprendimientos comunitarios, ferias y mercados populares, redes de comercio justo y empresas recuperadas que buscan insertarse en un circuito que permita desarrollar una vida digna de sus participantes.

Dentro de este marco está La Astilla, una carpintería gestionada por la Red Puentes, una organización orientada a ayudar a personas con consumos problemáticos de sustancias y en situación de calle.

Facundo Cifelli tiene 27 años, estudia Gestión de Políticas Públicas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y es coordinador de La Astilla. Destaca la importancia de la carpintería en la enseñanza de un oficio y la realización de talleres de cooperativismo y autogestión para romper la lógica de trabajo capitalista, y para preguntarnos cómo nos insertamos en un mundo de consumo permanente, en una sociedad que hace del consumo la meca de la felicidad.

La Astilla, define, “tiene en este momento dos objetivos: ser un espacio de contención y de trabajo, ordenador de la vida de los que participan, y desarrollar el aspecto productivo y de comercialización en base a un trabajo sostenido”.

Fátima Novoa llegó en diciembre al taller luego de atravesar situaciones críticas en su vida y siente este lugar como una oportunidad. “El compañerismo me ayuda y es un gran paso aprender a manejar herramientas, a trabajar, es algo que nunca había hecho. La mayor parte de mi vida estuvo marcada por el consumo. Después de una detención y estar presa tuve la determinación de vivir y trabajar y acá encontré el lugar”.

Federico Vernazza, Natalia Montañés y Juan Salomón son los tres operadores del espacio, enseñan el oficio y vienen de lugares diferentes. Federico es músico y estaba al frente de talleres de percusión mientras tenía un emprendimiento con maderas recicladas que lo fue arrimando a un aprendizaje más sistematizado de la carpintería y a ser uno de los iniciadores de este taller. Por su parte Natalia trabajó en una carpintería donde aprendió el oficio y tiene una larga experiencia en espacios terapéuticos de tratamiento de adicciones. Juan, de familia de ebanistas, perdió su trabajo en la pandemia. La carpintería en la que trabajaba cerró y a su pasión es transformar la madera, hacerle aparecer formas, le sumo el entusiasmo por transmitir esos conocimientos.

Hugo, Ariel, Luciano, Ezequiel, Ariana, las historias de los miembros de la carpintería son variadas, ricas y complejas, cualesquiera sean sus roles en la organización. Han llegado ahí luego de avatares dolorosos. Más allá de circunstancias personales, son exponentes de un sistema que expulsa a miles, basado en una economía neoliberal que mide todo en términos de ganancias y los convierte en sujetos culpables de su propio destino, estigmatizados y discriminados por aquellos que hablan de meritocracia sin analizar causas ni origen de situaciones sociales que agigantan la fragmentación de la sociedad.

La Astilla es un esfuerzo solidario y organizado como tantos otros y es apenas eso, una astilla en un sistema poderoso y devastador.

Puede parecer poco pero es parte demostrativa de una forma de construir desde las bases un proyecto político y una economía social solidaria por y para la sociedad.