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Pensando el mundo desde el borde

“Crear una, dos, tres... cientos de huertas urbanas”

Aunque no lo dice de esa forma, parafraseando al Che Guevara durante la guerra de Vietnam, en las palabras y los hechos de Carlos Briganti, impulsor desde hace 25 años de las huertas urbanas, subsiste un espíritu de construcción desde abajo que brega por crear conciencia y condiciones para modificar hábitos de vida, consumo y relaciones en las grandes urbes.

Pepe Mateos

Carlos Briganti es plomero, antes fue agricultor y hace unos años empezó a cultivar verduras en la terraza del departamento donde vive con su familia en el barrio de Chacarita.

Recicla, arma almácigos con vasos de plásticos, macetas con gomas de auto, compost en tanques de 20 litros, genera un humus rico en componentes en lo tachos de compostaje, espanta las plagas con fungicidas naturales y planta zanahorias, tomates, ajíes, limoneros, apio, remolachas, zapallo, todo en forma orgánica.

“Todo lo que ves acá es basura, un mundo de basura, todo es recuperado, no hay nada comprado, es basura”, enfatiza.

“Vamos a colapsar sino resolvemos el tema de la basura, mira todos estos cajones de pescado que están acá, estos tachos de pintura, son cosas que se usan y se tiran al relleno sanitario como tantas otras, eso debería estar prohibido. Hay mucha estupidez en el consumo y en el descarte de las cosas”.

Varios días a la semana, Carlos los dedica a la transmisión de esos conocimientos acumulados, a través de una forma de enseñanza que llama “voluntariado”, que consiste en la aplicación concreta de las prácticas necesarias para llevar adelante una huerta. Prácticas que van desde aprender a preparar la tierra, armar un almácigo, a regar, preparar fungicidas y también (con un espíritu zen) barrer. Lo hace en su propia casa y en otra sede-huerta al borde de la autopista en el barrio de Constitución, la escuela de huerta urbana “La Margarita”.

“Queremos una Ley de huertas urbanas agroecológicas, distinta a la que promulgo el oficialismo en la Ciudad, La ley de Agricultura Urbana 6377, que es muy lavada, votada entre gallos y medianoche, sin acciones concretas y que permite hacer negocios, que permite, por ejemplo, que entre Monsanto. Nosotros apuntamos a otro tipo de sociedad. Tenemos elaborada y presentada una ley donde planteamos cómo desarrollar una política pública activa para implementar huertas agroecológicas en espacios disponibles, queremos que haya un vivero municipal de frutales y que los vecinos tengan opción de plantar en sus casas y en las veredas. Proponemos que en todas las plazas haya una huerta de 60 metros cuadrados, abierta a las escuelas, donde se puedan dar charlas, enseñar a cultivar y no queremos que haya ningún tipo de esponsorización, ni de publicidad ni intervención empresarial y pretendemos que eso se extienda a todo el país”, describe Carlos.

Pero no nos quedamos esperando la Ley, ni que termine la pandemia. En la Plaza Garay del barrio de Constitución estamos hablando con los comuneros para hacer un bosque frutal, tenemos paltas, nísperos, moras, estamos tan dinámicos, tan activos que estamos generando cosas que no se van a poder parar.

Laura Corrallini, cantante, asiste a las “clases” de Carlos y corta pacientemente restos vegetales destinados al compost antes de fumigar con un preparado de “cola de caballo” las plantas. “Tengo un balcón donde plante tomates, un limonero, membrillo, aromáticas y morrones, todo en macetas. Ahora estoy entusiasmada porque nos vamos a mudar con mi novio a una casa que tiene una terraza grande y ando evaluando como armar una huerta ahí”, nos dice mientras sigue cortando ramitas.

Sebastián Briganti, miembro del Colectivo El reciclador, nos relata, “Empecé con la huerta por la cuestión de los alimentos, en la búsqueda de algún sabor de la infancia cuando todo era tan diferente, pero la huerta mueve inquietudes en nuestra cabeza y nuestro cuerpo, nos lleva a plantearnos problemáticas políticas, ambientales, económicas. La huerta se manifiesta y encontramos en ella una herramienta de cambio fuertemente educativa, transformadora, generadora de conciencia, que nos posiciona como seres sintientes, empáticos con el resto, amigos de la naturaleza, atentos a sus ciclos. Nos impulsa a generar acciones, a replicar en nuestra vida cotidiana buenas acciones. Ahí hay un despertar que nos lleva a buscar un cambio de nuestro paradigma citadino, a repensar opciones de horizontes más sustentables. Vivimos una realidad con mucha incertidumbre y por momentos muy pesimista y eso se revierte en la acción. Cuando instalamos una huerta, que en principio es para producir alimentos, también sentimos que es algo transformador y revolucionario, que aúna en lo colectivo los esfuerzos individuales por una sociedad integrada con la naturaleza, que es a lo que en lo personal aspiro”, concluye e insiste, “creo en la huerta como generadora de cambio y transformación. No hay vuelta atrás”.

29/07/2016

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